Concepción Pérez, ante la casa, ahora calcinada, en la que nació y se crió. DAVID S. FUENTE

«Es una tristeza que te arranca el alma»

Los afectados por los incendios tratan de superar el dolor por perder sus casas y cuadras y ver sus pueblos arrasados

Domingo, 2 de abril 2023, 04:21

«Es una tristeza que te arranca el alma». Concepción Pérez Avello contiene las lágrimas a duras penas, se le escapa algún que otro sollozo y trata de mantener la calma. Ha podido, por fin, ir a Brañaverniza, a la casa en la que nació. Una vivienda de la que ya no queda nada. El fuego acabó con el edificio y con una historia, la de Concepción, su hermana y sus padres. Pero también con un futuro, el de los recuerdos que ya no serán los mismos de las nietas de Concepción y su hermana. «Ahora está todo calcinado», constata. Habla despacio, con pocas palabras, pero muy claras. «Con lo que le costó a mi padre llegar a esto... Y a mi madre», dice ante la casa en la que sus progenitores, ya fallecidos, construyeron una familia. Ante la casa que su nieta Leticia no llegará a conocer. «Siempre le decía 'te voy a llevar a ver la casa en la que nací', pero al final un día por una cosa y otro por otra... Ella me llamó muy preocupada y me dijo: 'Abuela, no llores'». Tampoco volverán a pasar sus veranos allí los nietos de su hermana, quien cada semana iba caminando desde Luarca a Brañaverniza para cuidar la casa.

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Como Concepción, son muchos quienes han perdido sus recuerdos, sus raíces en esta oleada de incendios que ha asolado Asturias. Y como ella solo tienen palabras de gratitud para quienes se han enfrentado al fuego. Desde los bomberos hasta quienes se convirtieron en voluntarios para echar una mano ya fuera cubo de agua en mano o en el polideportivo de Luarca, donde se dio cobijo a las personas desalojadas.

Uno esos voluntarios es Miguel Iglesias. Con su empresa ha estado al pie del cañón desde el minuto uno. Ayer por la mañana explicaba que la situación ya estaba «controlada» en Valdés, aunque todavía quedaban por apagar algunos fuegos. Y quizás por la tensión contenida durante estas jornadas ayudando, por lo que ha tenido que ver que le pasaba a sus vecinos, Iglesias se rompe. Las lágrimas empiezan a brotar y habla de «impotencia» ante el avance del fuego, de desesperación. «Es complicado», acierta a decir antes de soltarse del todo: «Hacemos lo que podemos y cada uno que piense lo que quiera».

Y lo que piensan sus vecinos y también los vecinos de otras zonas afectadas por las llamas es que las palabras se quedan cortas para agradecer cómo todo el mundo se ha volcado. «Pensaba que mi casa iba a librar, pero al final no fue así. Una vecina avisó al 112 para que fueran los bomberos. Yo estaba en ese momento en Gijón y no podía llegar porque a la altura de Ballota nos daban la vuelta, no se podía seguir», cuenta María, de Mouruso. Al final, pudo llegar a su vivienda «escoltada por la Guardia Civil, que fue muy amable». Ya en casa, toca reparar. «La parte de la casa en la que vivimos no quemó, pero sí el resto de los habitáculos. Y hay una fuga de agua, no tenemos electricidad...», explica. También se salvó la casa de Luis Donoso -«Es un milagro»-, pero no la cuadra, que «está deshecha». A los animales los puso a resguardo un vecino, que los soltó en la huerta de unos familiares de Donoso, un camionero que estaba en Lérida por trabajo cuando se desató el infierno en Mouruso.

«Renuncias a todo cuando tienes que marcharte y la gente mayor se resistió mucho. Hubo que venir a convencerla. No renuncias al sitio en el que vives así de fácil», resume Azucena Rivas, propietaria de Casa Mari Luz, lo vivido, y sufrido, en Mouruso. En total, 375 han tenido que pasar por esa experiencia en esta oleada de fuegos en Asturias.

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