Alas once y cuarto de la mañana, el personal de seguridad desplegado empezaba a pronunciar las palabras más esperadas: «Todo el mundo a los vehículos, que en breve abrimos». Y siete minutos más tarde se hacían realidad esas palabras. Una fina lluvia se sumaba a la celebración y empezaban a quedar atrás quince horas, en el peor de los casos, de incertidumbre y espera. Quince horas atrapados en un área de servicio a causa del corte de la A-8 y las demás carreteras que atraviesan Valdés. El denso humo y el calor que había adquirido el asfalto por la oleada de incendios que asuela Asturias obligaron a impedir la circulación en el concejo de Valdés.
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El cierre del tráfico rodado se estableció a las 20.30, en el kilómetro 441 de la autovía del Cantábrico. A los cuarenta escolares que regresaban de pasar una semana en Tours (Francia) les pilló a las cuatro de la madrugada. A sólo una hora de su destino, Mondoñedo, en Lugo. Cuarenta jóvenes de cuarto de la ESO, de 15 y 16 años, y tres profesores se acercaban ya a su destino final cuando a las cuatro de la madrugada les dieron el alto. En el área de servicio de Novellana, se armaron de paciencia, explicaba Gerardo Novo, del colegio Elías San Rosendo.
«Después de tantas horas de viaje fue incómodo, pero ya venían durmiendo, así que enseguida volvieron a dormirse. Llevábamos doce o trece horas de viaje y sólo nos quedaba una», añadía. Los profesores, además, incidían en que ellos mismos se encargaron de dar ejemplo y transmitir «tranquilidad» a sus estudiantes. Como otros muchos de quienes allí estaban, sí lamentaban que «nadie nos diga nada». «No sabemos si será para largo, para poco... Porque podríamos haber hecho un recorrido alternativo». Pero ya allí, a las diez de la mañana, indicaban que se resignaban y que solo quedaba «esperar».
Con cinco meses de edad, Enzo dormía en brazos de su madre, ajeno a lo que vivió ayer. A las siete de la mañana, junto con sus padres, Uxía Otero y Yony Rodríguez, tuvo que quedarse en el área de servicio de Novellana. Ellos habían salido de Gijón, donde residen por motivos laborales, y ponían rumbo a Pontevedra, donde está su hogar. «Mientras el peque se porte bien...», decía Uxía, quien sí reconocía que al menos estaban en un lugar donde podían tomar algo y asearse. Ese lugar, el área de servicio, estaba repleta de camiones. Más de un centenar se repartían por todo el aparcamiento y zonas aledañas. A quienes viajaban con niños también se les permitió estacionar dentro del área, dotada además de videovigilancia.
Fue el caso de Jessica García, que circulaba hacia Ortiguera con su hijo Antonio, de siete años, y 'Atila', un perro que también parecía tomarlo con calma y al que incluso pudieron sacar a pasear un poco. «Vamos a pasar unos días de vacaciones porque tengo casa allí», explicaba. A las diez de la noche quedó atrapada en el área de servicio. A cuarenta kilómetros de su destino. «El niño sí ha podido dormir, pero yo no», apuntaba. «¿Miedo? No. La verdad es que hay tanta gente aquí y está además la gasolinera... Mejor quedar atrapada aquí que en medio de la carretera. Además como tampoco se ve el fuego...». Y no se veían llamas porque este cierre del tráfico vino motivado por seguridad vial. El humo que llegaba hasta la carretera y el elevado calor del asfalto recomendaban no circular. Ganaderos con sus remolques colaboraron en las labores de enfriamiento para poder reabrir lo antes posible.
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Encajado entre camiones, Jorge Álvarez, estaba conectado al teléfono y al ordenador. Sentado en el asiento del piloto, no para de hablar. «Estoy en una reunión por remoto», contaba en una pausa. A él, que reside en Navia y trabaja en Gijón, el cierre le cogió a las 22.30 del jueves. «La noche no fue nada agradable, con mucha incomodidad», decía, al tiempo que agradecía a la cafetería del área de servicio su colaboración. «Nos dejan entrar hasta para cargar los móviles», algo clave para poder seguir trabajando.
Jorge también echó en falta que alguien les informara de cómo estaban las cosas.
La noche fue fresca en Novellana, aunque entre unos y otros se hicieron compañía. La sensación de estar en grupo ayudó a que no cundiera el pánico. «Encontré gente que conocía y estuvimos en el bar, comimos algo y le dimos a la charla», indicaba Daniel Lanza. Tuvo tiempo para buscar conocidos. Llegó a la zona quince minutos después de que se cerrara el tráfico.
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«Iba desde Oviedo hacia Puerto de Vega, volvía solo con el coche de un viaje, me pararon y me trajeron aquí», relataba. Hizo frente a la caída de temperaturas como pudo: «Me tapé con una toalla, que al menos sirvió para taparme un poco. Tuve media hora muy mala, pero luego... Te acostumbras», añadía. El fue uno de los muchos que pasaron prácticamente las quince horas embolsados.
No fue el caso de Julio Iglesias Río, que iba hacia La Coruña cuando se vio sorprendido por el cierre -que no obstante estaba señalizado en los paneles de la A-8 aunque muchos creían que se habría habilitado un desvío, una ruta alternativa; algo que no sucedió porque el resto de carreteras también presentaban riesgo. «Iba desde Bilbao a Galicia a pasar la Semana Santa y mira cómo empecé», decía a las diez de la mañana mientras seguían llegando vehículos a la zona.
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De hecho, estos últimos conductores eran desplazados a vías aledañas al área recreativa, donde ya no cabía nadie más. Daniel Lanza, además, lo tenía claro: «Es todo provocado». Y ponía voz a un sentimiento general entre las muchas personas allí atrapadas a pesar de la falta de información y de que, como apuntaban algunos, se podría haber ido dando paso a quienes iban cerca, a los pueblos de la zona: «Lo primero son las casas y la gente». Sí se habilitaron convoys de emergencia, para atender, entre otras cosas, al hospitalillo de emergencia habilitado en el polideportivo de Luarca.
Junto a su furgoneta de reparto de huevos se armaba de paciencia Jorge Díaz, de Granjas Porceyo. A las 6.30 horas del viernes su cargamento y él se quedaron sin llegar a su destino: «Distribuyo a supermercados, hoteles... Un poco de todo». «Dicen que hay mucho humo y que no se ve nada, que el problema es más el humo que el fuego», indicó. También, que se estaba comentando que igual hasta las cinco de la tarde no se recuperaba el tránsito. Afortunadamente, pudo volver antes al trabajo. A las 11.23, empezaban a salir los vehículos, bajo una fina lluvia que llevaba la sonrisa a todos los que allí estaban.
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Y mientras los conductores enfilaban el regreso a la carretera, en la cafetería del área de servicio de Novellana empezaba a imponerse la calma después de horas de frenética actividad. Normalmente, cierran a las diez de la noche. Pero el jueves, viendo lo que estaba sucediendo, decidieron echar una mano y abrieron hasta las tres de la mañana «para dar servicio a los embolsados». «Ahí tuvimos que cerrar para reponer y limpiar. Después, volvimos a abrir a las seis de la mañana», explicaba el gerente, Alfonso Martínez, que estuvo al pie del cañón junto con los ocho trabajadores de este local.
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El Comercio
Los 'embolsados' agradecieron su labor. Y eran unos cuantos los que antes de volver a sus vehículos les daban las gracias por facilitar una noche extraña, pendientes del fuego y del humo.
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