![Un bombero carga con la manguera para frenar el fuego en Castrillón.](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2023/04/01/82278109--1200x840.jpg)
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El agua hierve a cien grados. Esa temperatura, cien grados, es la que desprende la gota que nos cae en la mano cuando no tenemos cuidado al manejar el líquido que estamos calentando. Un calor insoportable que nos hace llevar la zona quemada rápidamente bajo el agua fría. Cien grados.
Pues ahora hay que multiplicar por diez ese calor. Y plantarse delante de un fuego que vomita hasta mil grados de temperatura. Dicen los expertos que los pastizales y los bosques densos llegan a 700 grados cuando arden, pero los pinares pueden hacerlo hasta los 1.150 grados.
Y hay que plantarse ante ese calor vestido solo con una 'funda forestal' (un mono de tela ignífuga), un casco sin pantalla (más allá de las gafas) y una botas de trabajo. Y permanecer bajo esa temperatura durante horas. Muchas. Más de 24.
Y hacerlo, además, con una mochila a la espalda en la que llevar bebidas con sales minerales y algo de comida y, en las manos, además de guantes, una manguera (si hay suerte y el monte permite acceder hasta las llamas con ella) o un 'bate-fuegos'. Un palo alargado de poco peso acabado en una especie de pala de goma con la que golpear. Golpear sin fin a las llamas para lograr que la falta de oxígeno las mate.
Así están, desde hace días, los bomberos que trabajan en Asturias intentando evitar que la inconsciencia, la maldad o ambas, de los pirómanos arrase con el Paraíso Natural. Los 400 que conforman la plantilla de Bomberos de Asturias, más sus compañeros de los parques de Oviedo y Gijón, más los de la Unidad Militar de Emergencias, más los de las brigadas, más los voluntarios... Un más que suma casi 700 hombres y mujeres.
Personas enfundadas en una tela tan ligera como ignífuga que no impide, sin embargo, que salgan ampollas en la piel por el calor. Y que están dando golpes continuos a las llamas, para evitar que se propaguen. O sujetando la manguera, la pequeña, la de 25 milímetros (las de 45 y 70, más pesadas, se usan para incendios urbanos e industriales), por la que sacar a chorro el agua que, en una Asturias en la que hay más lluvia que sol, precisamente ahora no acaba de llegar de las nubes.
Y atentos, también, a los sonidos de los helicópteros. Porque tras su alarma llega una descarga de 900 litros de agua que más vale que les pille a cubierto. Si les atrapa, sería como si cayera sobre sus cabezas una piedra de una tonelada.
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Y rodeados por el que, para ellos y ellas, es su peor enemigo: el humo. Porque del calor se apartan, al fuego saben atajarlo con más fuego, para que las llamas mueran de inanición, pero al humo... Contra el humo no pueden ni las gafas, ni las mascarillas (en el monte no se usa el casco que la lleva incorporada), ni nada. Meterse 'una pipada' (respirar en una nube de humo) les puede llevar a la muerte, que mata más que el fuego, dicen.
Y todo esto, durante horas. Veinticuatro horas y más han pasado algunos. Vestidos con el mismo traje. Dormitando en un breve descanso sin quitarse ni funda ni olor a humo para volver a la carga. Sin desear otra cosa que la cárcel para quien les ha llevado al infierno en la tierra.
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