Cuando Javier Alonso Mier (Carreña de Cabrales, 1971) se escondía en la biblioteca del colegio para leer las aventuras de Julio Verne no imaginaba que cuarenta años después aquella fascinación por las historias lo llevaría a escribir la suya propia. Tras abandonar la escuela ... con apenas 14 años, se incorporó a la explotación familiar haciéndose cargo del rebaño de cabras y algunas vacas que sus padres le asignaron. El asturiano, hoy residente en Extremadura, publica 'La vida en el monte', un relato coral que reconstruye el día a día de nueve pastores de la sierra del Cuera.
-¿Por qué la ficción y no cualquier otro género para hablar del mundo rural y sus entresijos?
-Me decanté por la ficción porque quería escribir una historia poliédrica, con matices. No me bastaba con hablar, por ejemplo, de la historia de mi familia. Quería reconstruir la memoria colectiva de los pastores que durante los años ochenta itineraban por la sierra del Cuera. Para ello, tomé como modelo las vivencias de nueve pastores y sus familias. La novela cuenta precisamente todo lo que acontece durante un año en las vidas de todos ellos. Está narrada en tercera persona y también aparezco yo mismo, a mis quince años, como testigo de ese mundo adulto que se gesta en la montaña y la trasciende.
-¿Cuándo se decidió a dar el paso de escribir la novela?
-Creo que el detonante fue la distancia. Llevo varios años viviendo en Extremadura y trabajando para la consejería de Agricultura. Aquí estoy bien, tengo trabajo y amigos, pero a menudo echo de menos mi tierra y mi gente. Esta nostalgia me ha llevado a escribir, sin demasiadas pretensiones primero, una historia que llevaba dentro. Fui pastor hasta los 35 años, te puedes imaginar la cantidad de anécdotas que guardo. Además, siempre me gustó escribir. En su día colaboraba en prensa. Para mí siempre ha sido una manera de procesar lo que acontecía.
-¿Qué simboliza para usted el monte?
-Va mucho más allá del paisaje, es una forma de vida. Quienes vienen una semana de vacaciones tienden a idealizar esto, pero la realidad es que Cabrales es una tierra agreste, con unas condiciones climática a veces extremas. Sobrevivir como pastor es un trabajo muy duro, antes subías a las cabañas y pasabas allí noches sin agua y sin luz.
-¿Siente que la gente de las ciudades y de los pueblos hablan lenguajes distintos?
-Sí. Triunfa el mensaje ecologista, pero lo hace en detrimento del sector primario que es el que contribuye a fijar población en el medio rural. La discusión, por ejemplo, de la política del lobo. En el concejo de Cabrales la presencia de este depredador acabó con todas las ovejas hace años y ahora, a lo sumo, quedarán unos cuatro rebaños de cabras.
-¿Tiene intención de escribir otro libro?
-Está entre mis planes, pero a corto plazo continuaré con la difusión de este primer tomo. La acogida ha sido mayor de la que esperaba. Hemos vendido los 200 ejemplares de la primera edición. El día de la presentación vinieron unas cien personas y, al acabar, se me acercaron algunos vecinos para decirme que se habían sentido muy identificados. Para mí no hay mayor satisfacción que esa.
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