«Le miré debajo de la barriga para ver si tenía pilas»

A sus 5 años, el sierense Mario Coviella es todo un ganadero que ha criado varios animales. Por eso cuando redactó su carta de Navidad a los Reyes Magos se lo dejó bien claro: «Quiero una xatina pinta negra que sea, de verdad, guapina y cariñosa; si no la podéis traer no traigáis nada». Y su deseo se cumplió, aunque ayer aún no salía de su asombro: «Estoy muy contento, pero le miré debajo de la barriga para ver si tenía pilas porque no me puedo creer que sea de verdad», reconoció el pequeño, que ha logrado contagiar su ilusión a todos aquellos que han visto el vídeo del momento en que abre su regalo el día de Reyes. Es la magia de la Navidad.

Nada pudieron hacer Sus Majestades ante tan sincera petición y no dudaron en dejarle, a pesar de las dificultades del envío, en el salón de su casa de Nava un gran paquete envuelto del que salía un sonido que le resultaba muy familiar. «¡Es una xata!», exclamó, entre lágrimas de alegría, después de curiosear por uno de los agujeros del paquete. Desde ese preciso momento, 'Campera', de un mes de vida, se convirtió en la principal protagonista de la vida de este joven ganadero y los llantos de alegría dieron paso al cariño y al delicado cuidado que Mario procesa a las más de 80 cabezas de ganado con las que cuenta su familia.

Se podría decir que Mario, famoso por su espontaneidad, es un fiel reflejo de sus padres, Francisco Javier y Lucía, quienes por encima de casi todo aman su trabajo en el campo y a los animales. Su vocación es pura y sincera y le viene incluso desde antes de nacer. «Cuando lo tenía en la barriga solo se movía cuando escuchaba un cencerro», relata su madre. Al igual que su padre, no tardó en comenzar a explorar la pequeña cuadra que tiene la familia en su vivienda de Llames, donde residen desde hace medio siglo. «Solo le falta bajar a dormir con ellas; le encanta todo lo que esté relacionado con este mundo», explicó ayer su padre.

La magia de los Reyes Magos es poderosa y consigue envolver todos los años a los más pequeños en una espiral de felicidad y creencia. Un día más tarde, el joven Mario aún no podía creérselo, a pesar de «haberla visitado unas veinte veces y querer llevarla a la cama con él».