M. F. ANTUÑA
Lunes, 23 de noviembre 2020, 01:00
Son las diez de la mañana. Comienza en el polígono industrial de Porceyo en Gijón el turno de Manuel y Germán, técnicos de ambulancia de Transinsa y al frente de la llamada Beta covid, un vehículo con equipamiento de UVI móvil que se mueve ... sin tregua en un turno continuo hasta las diez de la noche entre domicilios particulares, residencias de ancianos y hospitales. Se encargan de realizar los traslados de sospechosos de padecer el virus y de quienes lo padecen con certeza PCR. Las razones: que requieren atención médica y una confirmación de su posible positivo, porque, sabiéndose ya infectados, exigen alguna prueba diagnóstica o su estado ha empeorado y precisan de atención hospitalaria o porque los médicos, o las circunstancias, reclaman cambiar de centro en busca de una UCI.
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Desde que comenzó la pandemia Transinsa ha realizado más de 12.000 traslados, con una media de 150 diarios, aunque hubo días que llegaron hasta los 170. A finales de septiembre se contabilizaban 7.700 traslados y ahora se superan ya los 12.500, lo que significa que se han triplicado. Más de 4.800 desde el 1 de octubre hasta hoy. «A este ritmo deberíamos estar en dos meses en lo que se hizo en siete», aseguran en Transinsa. Y todo indica que en las próximas semanas irá in crescendo. «Estamos a tope, peor que en abril», resume Germán Rodríguez, que aguanta firme los golpes del trabajo: «Te acostumbras, hay algún servicio que te marca más que otro, pero son muchos al cabo del día, sobre todo te da pena la gente mayor, porque moverla es desubicarla, pero tampoco puedes meterte en cada caso, tienes que hacerte un poco el duro porque si no acabarías mal de la cabeza», revela quien conduce una de las entre 13 y 15 ambulancias covid que circulan por Asturias.
Hay que andarse con ojo, con mucho cuidado, para afrontar los traslados de estos enfermos que, en Gijón, también realiza otra ambulancia en turno de 24 horas, más los vehículos denominados sucios, manejados por una sola persona que no apena en tres o cuatro horas el EPI. Hay que andarse con ojo, con mascarilla (hay quien lleva dos), con guantes de nitrilo por partida doble, con lejía mezclada con agua, con viricidas, con pantallas, quitando, poniendo, tirando, limpiando...
Son las 10.10 cuando Germán y Manuel reciben el primer aviso. Una mujer de 76 años con sospecha de coronavirus aguarda en la calle Valencia. Hay un error en el número de recogida, nada extraño, ocurre de vez en cuando. Llaman al timbre: «¿Puede bajar por sus propios medios»?, interroga por el micro Manuel Ruiz, un chaval de Colombres que en la primera ola fue trasladado a Oviedo y ahora le ha tocado Gijón. A él también los mayores le tocan la fibra. La respuesta es positiva, los vecinos miran con curiosidad y llega la enferma, Manuel, con bata quirúrgica, los guantes y pantalla, la ayuda con trato exquisito a acomodarse en el asiento -no requiere de camilla- y charla con ella en el trayecto a Cabueñes. A la puerta de Urgencias acuden a recibirla con profusión de equipamiento antivirus y una silla de ruedas. Manuel, con la misión cumplida, procede a despojarse de bata y guantes, desinfecta la pantalla de protección y el asiento y revela que no tardará en llegar el siguiente aviso.
Así es. En la calle Río Nervión espera un hombre de 89 años sospechoso de covid, pese a que, en su caso, ha dado negativo en una PCR previa. Es un edificio nuevo de Contrueces y cuesta dar con el número. Tampoco es extraño, el callejero es a veces traicionero, no solo por numeraciones extrañas en zonas como las de las 'Mil Quinientas', sino también por las estrecheces y dificultades que entraña mover una ambulancia por barrios como el de Cimavilla. Pero se llega a destino, y aquí los familiares acompañan al hombre hasta el portal mientras que Manuel, con renovado equipamiento, acude con una silla de ruedas a recogerle. Se acomoda sentado a bordo, pero tiene dificultades de movilidad. Cuesta que suba y cuesta que baje en Cabueñes.
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Llegan otras ambulancias. El ajetreo es continuo. Y aparece en escena Pablo Riopedre, vestido con EPI y al frente de una de esas ambulancias 'sucias', que solo transportan a enfermos infectados. Viene de una residencia y traslada en camilla hacia el hospital a un hombre. Sabe bien lo que es la covid. Su mujer trabaja en una residencia de ancianos, de modo que durante la primera ola prefirió que su hijo se quedara con sus padres. Recibe una nueva llamada de coordinación y parte hacia su nuevo destino.
En el aparcamiento de Urgencias de Cabueñes esperan Manuel y Germán la llamada. Antes de la pandemia, las ambulancias volvían a la base, ahora como no hay parones, todo va muy rápido, no merece la pena. La llamada anuncia un secundario, es decir, un traslado de hospital a hospital. Primero hay que acudir a Jove y de allí al HUCA. Este traslado es mucho más complejo, pues la paciente, una mujer mayor, está intubada y exige asistencia médica. De servicio para todo lo que pueda surgir más allá de la covid 19 está la UVI móvil en la que van los técnicos Jorge y Miguel, junto a Duarte y Ana, médico y enfermera. Los dos equipos se encuentran en el estrecho aparcamiento de Jove y comienza el trabajo conjunto. Se trata de que la UVI móvil con el médico y la enfermera no se contamine, siga limpia, y por esa razón se hará el traslado en la de Manuel y Germán, con los sanitarios a bordo. Eso sí, se cambian de vehículo el respirador para usar uno con tubos desechables y la bomba de perfusión.
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Manuel, Ana y Duarte se colocan los buzos EPI, se plastifican y suben a planta con la camilla, el respirador y el monitor. El proceso se alarga más de una hora. Hay que colocar en la camilla a la paciente, ponerle el nuevo respirador, ver qué sigue estable. Baja y se la acomoda con mimo en el vehículo. Cuando el médico da la orden comienza el viaje a Oviedo, por la Y, y 'en clave', que es como se realizan todos los desplazamientos, es decir, con luces y sirenas. La enfermera y el médico viajan con la mujer atrás, Manuel y Germán se quitan antes de salir el equipo protector y lo sitúan en las bolsas o contenedores amarillos. En 20 minutos están en el HUCA, y eso que en el camino hay un parón solicitado por el galeno en la gasolinera de Lugones para tomar la tensión a la paciente. No se puede medir en movimiento. Ya en el parking de Urgencias comienza el proceso inverso al vivido en Jove y que concluirá con la paciente ingresada en una de las UCI del HUCA. Manuel se pone un nuevo EPI para empujar a planta la camilla junto a Duarte y Ana, mientras el resto de técnicos de los dos vehículos inician el proceso de desinfección. Es laborioso y meticuloso. Se rocía con viricida o lejía y agua los equipos usados, se van recogiendo y devolviendo a su lugar a la espera de que regresen de la planta médico, enfermera y camillero, que una vez abajo realizan el proceso más complicado de todos: quitarse el EPI.
Hay que hacerlo bien y cuentan con la ayuda de los compañeros, que van rociando con desinfectante a sus compañeros cuando estos se lo piden. En el contenedor amarillo acaba todo. Y Duarte, que en ese momento lleva más de dos horas con EPI, tiene marcada la mascarilla en la cara y una sauna metida en el cuerpo.
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Manuel y Germán cambian de ambulancia y vuelven a Gijón. Son las cuatro de la tarde y se impone una parada para comer en el Hospital de Cabueñes. Luego continúan los traslados hasta las diez de la noche, media docena, la mayoría casos sospechosos rumbo al hospital. Pero también hay luz al final del túnel, un par de altas en sentido contrario: a un domicilio y a una residencia.
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