En la sede central de AFESA, la asociación que agrupa en Asturias a familiares y personas con problemas de salud mental, se han realizado 656 sesiones de psicoterapia en lo que va de 2023 y se han atendido 144 peticiones de orientación; el doble que ... hace un año. Esta cifra es reflejo de una situación cada vez más preocupante, que «incluso asusta un poco», según dice el presidente de la entidad, Daniel Pedro Rodríguez. Y no es tanto por la cifra, para nada baladí, como por el hecho de que «estamos recibiendo muchas más consultas relacionadas con gente joven», precisa este maestro ya jubilado, que desarrolló su labor docente en el colegio público de La Ería, en Oviedo.
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El mismo centro escolar en el que estudiaban las dos hermanas mellizas, con 12 años recién cumplidos, que se precipitaron al patio de luces del edificio en el que vivían con su familia. Un suceso que le sobrecoge especialmente y que, por su impacto, ha ahondado en la necesidad de cuidar más y mejor de la salud mental y emocional de los asturianos, con especial atención a la población infanto-juvenil. Cuestión que, por primera vez, ha sido tema protagonista de una campaña electoral.
«Hay que proporcionar herramientas a las familias y a los colegios si queremos avanzar en prevención y dar respuesta a los problemas que estamos viendo en edades cada vez más tempranas», indica Daniel Pedro Rodríguez. «Se necesitan más expertos», añade. La red de salud mental del Principado cuenta con 116 psiquiatras, 79 psicólogos clínicos, 170 enfermeras, 16 trabajadores sociales y 23 terapeutas ocupacionales. números que fluctúan de un mes para otro. Estos 404 profesionales asumen unas 258.000 consultas al año, entre pacientes adultos y menores.
Pero, más allá de la evidente necesidad de recursos humanos, los expertos coincidenrec en que «la solución a los problemas de salud mental no debe buscarse únicamente en el ámbito sanitario». Como señala la directora del área de gestión clínica de Salud Mental del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), Beatriz Camporro, «la respuesta está en la prevención y en la promoción de la salud mental y, en ese sentido, los profesionales tenemos muchas expectativas en el nuevo Plan de Salud Mental, que compromete acciones muy necesarias, aparte del desarrollo de lo asistencial». Y abunda: «Quienes entran por la puerta de nuestras consultas ya son casos, El gran desafío está en abordar lo que pasa ahí fuera».
Y ahí fuera, a pie de calle, la pandemia por coronavirus «ha hecho aflorar la fragilidad mental de la población más vulnerable a nivel psicosocial», en particular, la de niños, adolescentes y jóvenes, que se encuentran en pleno desarrollo emocional y, por tanto, aún no saben gestionar los cambios y adversidades. Beatriz Camporro no oculta su preocupación por el aumento de menores con problemas de salud mental. En el HUCA, lo constatan cada día. Pero cuida al máximo sus declaraciones, convencida de que «este asunto es muy delicado y debemos cuidar los mensajes que se trasladan para no cruzar líneas rojas» ni generar información contraproducente.
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Asegura que ya se veía venir que la exposición prolongada al estrés e incertidumbre que generó la crisis sanitaria de la covid-19 iba a pasar factura, pero «no es la culpable de todo», puntualiza la doctora Camporro, «sino un activador» de las debilidades emocionales latentes en una sociedad que «va demasiado rápido». En su opinión, «debemos volver a patrones sociales que proporcionen entornos de protección a las personas más vulnerables» y «reducir anticipadamente los factores de riesgo que propician entornos poco seguros», como es el caso de las las redes sociales, un pozo sin fondo de información rápida, volátil y sin filtro.
«Estamos viendo que las redes sociales están influyendo mucho en las conductas y generan una inestabilidad grande en el desarrollo emocional de los jóvenes», advierte esta psiquiatra de la sanidad pública, voz autorizada en la especialidad, dentro y fuera de Asturias. Susana Al-Halabí, psicóloga general sanitaria, incide en la advertencia: «Urge hacer un estudio serio y tomar medidas. Las redes sociales proporcionan información en bruto, sin criba, que los jóvenes consumen sin perspectiva crítica, precisamente por su edad».
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Esta profesora de la Universidad de Oviedo, especializada en conducta suicida y prevención de las adicciones, habla de «efecto imitación», de «un uso excesivo de pantallas» y de una sociedad en la que los más jóvenes «no son capaces de tolerar ni un minuto de aburrimiento». Con el acceso «indiscriminado» a Internet, comenta como dato, «ya empiezan a despuntar incluso problemas relacionados con la salud sexual -consecuencia del consumo de pornografía a edades muy tempranas-, que luego afectan a la conducta».
En cualquier caso, detrás de los trastornos de adaptación o comportamiento «hay un chico o chica que está sufriendo», puntualiza Al-Halabí, que también cree conveniente poner en contexto las estadísticas. Y en concreto las que apuntan a que los suicidios en la población infanto-juvenil se ha triplicado en los últimos tres años: «Aumentaron y el tema es preocupante. Un solo caso ya es un drama social. Pero afortunadamente son infrecuentes». El año pasado fueron 22 en toda España.
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Esta profesora del departamento de Psicología plantea medidas a tres niveles. Por un lado, el comunitario: «Que se cumplan cuestiones tan elementales como la prohibición de vender alcohol a menores, por ejemplo». Por otro, el clínico: «Nos hacen falta recursos y terapias psicológicas dirigidas a jóvenes». Y por último, el escolar: «Debería haber un psicólogo o un especialista en salud mental en los colegios».
Es en el ámbito educativo, precisamente, «donde podría haber una mayor capacidad de detección», considera Sara Fernández, trabajadora social especializada en salud mental. Para poder desarrollar esa capacidad de prevención y detección precoz, «debemos establecer unos protocolos claros de actuación; mejorar la coordinación entre el sistema sanitario, el sistema educativo y los servicios sociales; y crear equipos fuertes de psicólogos, trabajadores sociales, educadores sociales... en aquellos ámbitos donde se desarrolla la vida de los menores», expone.
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Como punto de partida, no obstante, «deberíamos preguntarnos ¿por qué hay chavales que, viviendo en entornos que muchas veces no son de riesgo, tienen problemas de salud mental? ¿Qué se nos está escapando?». Esa es la pregunta del millón, a la que, según Sara Fernández, se debe dar respuesta «no desde el punto de vista de los adultos, sino poniéndonos en el lugar de los chavales». Y ahora mismo, según la directora del centro de atención psicosocial Ateyavana, «no estamos entendiendo los nuevos paradigmas sociales en los que se desenvuelven niños y adolescentes».
O dicho de otro modo: «Tenemos una sociedad que no les acompaña. En pandemia, podías sacar a los perros a pasear pero no a los niños», apunta Loli Urizar a modo anecdótico. Esta educadora social, que trabaja en un equipo de intervención y apoyo a la familia, comparte que «se necesitan más profesionales formados en salud mental e implementar recursos, porque el papel todo lo aguanta, pero el sistema está desbordado». Hasta el punto de que «nos dedicamos a lo urgente, no a lo importante», matiza.
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Urizar coincide con el resto de profesionales en la importancia de actuar en los centros educativos, dotándolos de herramientas y especialistas en salud mental, porque «un profesor no tiene por qué saber identificar los indicadores de malestar ni interpretar las señales de alerta». Pero, además, «hay que poner en valor la crianza como base de una sociedad sana emocionalmente». Es decir, «propiciar la conciliación debería ser algo prioritaria para las administraciones».
Para Loli Urizar, la familia debe concebirse como «la base desde la que salir al mundo y el lugar al que se puede regresar cuando surgen las adversidades». De lo contrario, «es como tener un dúplex estupendo, pero que se sostiene sobre cuatro tablas». El «dúplex», en el caso de Asturias, es un sistema sanitario con noventa programas y dispositivos asistenciales dedicados a la atención de la salud mental. El Principado acaba de aprobar, además, el plan al que se refería la doctora Camporro, con 240 acciones y un presupuesto de 61 millones. «Pero fallamos en lo básico y por eso ésta es la generación más desprovista emocionalmente», asevera Loli Urizar.
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