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OLAYA SUÁREZ
OVIEDO.
Miércoles, 3 de noviembre 2021, 01:26
Parapetados detrás de sus respectivos abogados, esposados durante las casi cinco horas que se prolongó la primera sesión del juicio y aparentemente tranquilos. Los cuatro acusados de planear y ejecutar el crimen de Javier Ardines permanecieron atentos durante toda la mañana en el inicio de ... la vista oral por la que llevan dos años y medio esperando. Lo hicieron juntos, codo con codo, pero con actitudes distintas.
Pedro Nieva, el supuesto autor intelectual del asesinato, se mantuvo imperturbable, tanto cuando intervinieron la Fiscalía y la acusación particular como cuando lo hizo su abogado, Javier Beramendi. Tan solo durante unos minutos, bien entrada la mañana, apoyó la cabeza en la pared, con la mirada perdida. Entre el público, dos de sus hermanas, que se desplazaron desde Bilbao para apoyarle. Su mujer, Katia Blanco, y sus dos hijos, no pueden aún acceder a la sala de vistas por estar citados como testigos el 15 de noviembre.
Justo a su derecha, su amigo Jesús Muguruza, quien supuestamente le puso en contacto con los dos sicarios argelinos para acabar con su rival, el que le atormentaba tras descubrir que mantenía una relación extramatrimonial con su esposa. Muguruza fue de los cuatro el que mayor interacción mostró con su entorno, negando con la cabeza cuando la Fiscalía y la acusación particular aludían a su participación en la trama criminal, pero también asistiendo cuando su letrado, Luis Mendiguren, relataba ante los miembros del jurado popular que no había «ni una sola» prueba incrimatoria contra su cliente. El acusado llegó a saludar con la mano esposada al jurado cuando su abogado le presentó.
Junto a él Djillali Benatia, el ciudadano argelino al que conocía de pescar en la costa vasca. Benatia declaró ante el tribunal popular durante unos 18 minutos, lo hizo únicamente a preguntas de su abogado, Adrián Fernández -el único letrado de oficio en todo el procedimiento- y lo hizo para desdecirse de su primera confesión ante la jueza instructora de Llanes tras su detención. Habló en un español claro -«llevo 20 años en España y mi mujer es española», dijo- y lo hizo de forma serena y contundente después de despojarse de su chaqueta, la mascarilla y las esposas durante el tiempo que duró su testimonio.
Su compatriota, Maamar Kelii, con el que supuestamente cometió el crimen, se mostró ausente durante horas, incluso bostezando cada poco tiempo durante las horas que se prolongaron los aspectos más técnicos y las cuestiones previas planteadas por la representante del ministerio fiscal, la acusación particular y las cuatro defensas.
Cuando le llegó el turno para declarar, pocos minutos después de las 2 de la tarde (llevaban en la sala de vistas desde antes de las 10 de la mañana), el agente de la Policía Nacional que le custodiaba le retiró las esposas y pudo sentarse en una silla en el centro de la sala. Vestía cazadora y camisa y pantalón tejano. Si durante su primera declaración en el juzgado de Llanes después de ser extraditado desde Suiza (donde fue arrestado) hablaba un castellano fluido, ayer tropezaba en las palabras y apenas enlazaba una frase con otra. Tanto, que a su abogado, Fernando de Barutell, al único que quiso contestar, contestó con monosílabos y en voz muy baja. Dijo estar «resfriado». Su intervención duró menos de diez minutos. Negó haber estado en Llanes y también conocer «de nada a esos señores», menos a Benatia, «con quien tenía buena relación hasta que dijo que había sido yo el que lo había hecho».
Una vez concluida la primera sesión del juicio los cuatro salieron custodiados, de vuelta al centro penitenciario de Asturias, donde fueron trasladados hace dos semanas desde las distintas prisiones en las que cumplen prisión preventiva. Estaban en distintas cárceles para evitar posibles desavenencias entre ellos. Desde ayer, sin embargo, permanecen codo con codo, expectantes por lo que les deparará el futuro.
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