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LUCÍA RAMOS
Domingo, 7 de junio 2020, 01:26
Hay hambre de pueblo y quienes residen en la zona rural lo están notando. Lo dice quien lo vive de cerca, quien ha visto cómo los que llegaron a los pueblos de Asturias para pasar el confinamiento, no están dispuestos ahora a volver a la rutina, las prisas, el ruido y el humo de las ciudades. La terrible pandemia ha supuesto también una reconquista, la de la vida sencilla, sin atascos, a la que ahora muchos no quieren renunciar.
Quienes han convertido el antiguo huerto de los abuelos en un tesoro para aliviar el encierro se saben la envidia de muchos. Los mismos que volvían a regañadientes al pueblo una vez al año, quizás en las fiestas, saben que tienen ahora una gran oportunidad. Por eso, la habitual semana anual de visita a la familia puede convertirse este año en las mejores vacaciones.
Por la crisis económica, por el miedo a las aglomeraciones, por la imposibilidad de planear nada seguro, por los temores y las incertidumbres que reinan en cualquier aspecto de nuestra vida. Sea por lo que fuere, lo cierto es que la zona rural, la Asturias vaciada, puede tener una gran oportunidad. De momento, para dejar de estar vacía este verano. Para llenarse de propios y extraños que buscarán entre hórreos, caleyas y pequeñas playas el descanso tras meses muy duros. Pero, quién sabe, si la oportunidad puede ir más allá. Si esa búsqueda de verde y aire libre que las inmobiliarias han constado se convierte de verdad en un regreso a los orígenes. Quienes nunca los han abandonado recuerdan, eso sí, que falta mucha inversión para que la oportunidad se pueda hacer realidad.
Pueblo Ejemplar de Asturias, jalonado de hórreos centenarios y a la ribera del Nalón. Bueño, en el concejo de Ribera de Arriba, cumple con los requisitos para ser uno de los pueblos que este verano se llenarán de vida. Con ochenta habitantes fijos durante todo el año, en la campaña estival su población supera los cien vecinos, aunque éste no será un verano cualquiera. «Si se cumplen las previsiones de que el turismo buscará refugio en los pueblos, puede que venga más gente que de costumbre», asegura Belarmino Fernández, presidente de la Asociación Cultural de Bueño.
Y eso que, este año, la localidad se ha quedado sin programación estival por la crisis sanitaria. No habrá Festival de Jazz ni ciclo de Cine al Aire Libre, pero esto no ha impedido que los dos alojamientos rurales, con los que cuenta el pueblo, estén ya casi con las reservas completas. «Nos ha pasado una cosa curiosa. Antes de que empezara la crisis del coronavirus teníamos muchas solicitudes para el verano. Cuando estalló todo, las reservas se anularon por completo. Ahora que estamos en esta fase de desescalada, han vuelto a reservar y ya tenemos julio y agosto prácticamente llenos», explica Marisa Cueva, propietaria de la casa rural La Cueva II. Los huéspedes llegarán de Galicia, Cantabria, Madrid y Andalucía.
Pero, sobre todo, Bueño se prepara para la llegada de visitantes asturianos. «Este año va a venir mucho turista propio. Esta crisis creo que dará la oportunidad de conocer nuestra propia tierrina», vaticina Miguel Fanjul, propietario del restaurante La Nozaleda.
«Esperemos que esto no sea una moda pasajera debido a que ahora la gente tenga ganas de pueblo. Si no se dota de servicios e infraestructuras a la zona rural, se quedará vacía», exponen los vecinos de Bueño.
El pueblo siempre ha sido sinónimo de bienestar, de buen comer y de sosiego para quienes residen en la ciudad durante la mayor parte del año. Ahora, aún en plena pandemia, las aldeas han adquirido el estatus de paraísos para quienes tuvieron que aguantar dos meses parapetados en unos pisos en los que apenas podían disfrutar del sol unas pocas horas al día. Es el caso, por ejemplo, de la localidad de La Isla, en Colunga, adonde los primeros 'urbanitas' llegaron incluso antes de decretarse el estado de alarma. «Algunos se vinieron a sus segundas residencias a pasar la cuarentena, respetando todas las medidas, y ahora ya no quieren marchar», señala la presidenta de la asociación de vecinos Los Corios, Cristina Peña. «Muchos volvieron a trabajar, pero en vez de regresar a la ciudad, van y vienen desde el pueblo», asevera.
Y es que durante las semanas más duras del confinamiento, hasta el pequeño terreno que antaño fue el huerto de los abuelos era un auténtico tesoro que permitía tomar el aire sin incumplir ninguna de las medidas impuestas por el Gobierno. Algo que quienes más aprovecharon fueron los niños. «Me llama la atención, pues mientras los padres siguen aún pendientes de los móviles, ves a los críos divirtiéndose como lo hacíamos antes, con cosas sencillas y en la calle, sin acordarse de la tele o los videojuegos», apunta Cristina Peña.
La pandemia ha hecho que muchos habitantes de las grandes ciudades se replanteen su estilo de vida. Dos meses encerrado con la familia en un minipiso en pleno corazón de Madrid o Barcelona dan para pensar mucho y las inmobiliarias que ofertan viviendas en la zona rural también lo perciben. «Una casa que se vende cerca de la mía y que llevaba mucho tiempo parada ahora está siendo objeto de muchas consultas».
Separado por un túnel de Salinas, donde se encuentra la playa con mayor afluencia del concejo de Castrillón, Arnao puede presumir de tener durante toda la época estival multitud de turistas que pasan por la localidad interesados en conocer la única mina submarina de Europa. Un museo que es «la joya» del turismo cultural del municipio y que complementa la oferta de sol y playa de otros puntos.
Sus 177 habitantes no se duplican en verano porque las visitas no suelen quedarse mucho tiempo, pero en los últimos días los paseantes sí se han multiplicado, en su mayoría bañistas de Salinas y San Juan que aprovechan las últimas horas del día para escapar de las aglomeraciones de estos arenales. «Aquí también tenemos playa, pero es pequeña y tiene mucha roca; el último fin de semana se vio muchísima pero tomando algo o haciendo deporte», asegura un vecino que saca a diario a su perro por la misma zona, habitualmente tranquila y solitaria. «Por semana ves esto desierto», señala. Una opinión que también comparte Jacinto Justo, jubilado de Piedras Blancas que camina hasta Arnao todos los días.
Uno de los lugares más visitados es la terraza del Arnao Coast, que regenta Héctor Menéndez, un rincón situado en un entorno privilegiado, frente al mar y al lado del museo, pero que con las restricciones de aforo de éste, solo consigue llenar los fines de semana si hace buen tiempo. Entre quienes pasaron la cuarentena en La Isla están la ovetense Lucía Cuesta y sus hijas, habituales de los fines de semana. Dice que se nota cada vez más gente, y coinciden Conchita Chicharro, de Gijón, y Gerardo Antuña, de Sotrondio. «Los días que ha hecho tanto calor había casi tanta gente como en verano».
Si hay una frontera entre el mundo urbano y el rural se encuentra en este pueblo. Entralgo, pequeña población del concejo de Laviana, representa ese cambio de la ciudad hacia el umbral del paraíso, que en la comarca del Nalón se encuentra en el Parque Natural de Redes. Es un núcleo que conjuga a la perfección esos elementos al que se suma, además, la historia y la cultura. Y es que esta es 'La aldea perdida' del escritor Armando Palacio Valdés (1853-1938).
José María Núñez se encuentra tranquilo a la sombra, leyendo a la puerta de su vivienda. «Sí, algo de gente ya empieza a llegar, pero poco a poco; ciclistas, senderistas... Algunos a ocupar sus casas de verano..., pero parece que es pronto. Estamos a las puertas del verano y esto todavía se tiene que animar mucho más, como en años anteriores, cuando este pueblo se convierte en un hervidero», apunta. Un buen termómetro de la desescalada es el hotel La Casona de Entralgo, que reabrió sus puertas hace apenas una semana. En su enorme aparcamiento hay solo un coche estacionado. A sus puertas, Javier Sánchez comenta que si llegan clientes de fuera de la región es por trabajo. «Empleados de las centrales hidroeléctricas» que se encuentran siguiendo la carretera hacia Sobrescobio y Caso. «Empezamos a tener algunas reservas ya para el mes de julio, cuando se prevé que se permita el tránsito de personas entre diferentes comunidades autónomas».
Manuela Alonso baja las escaleras de su casa y riega las plantas junto a 'Frenchi'. «Viene de Fracesca, que es una perra italiana». Admite que, de momento, hay poca gente en el pueblo, pero espera que se revitalice como en veranos anteriores. «Los restaurantes siguen cerrados, a la espera de la llegada de la gente de fuera del concejo».
A tan solo veinte minutos de Villaviciosa, alejado del bullicio y el ajetreo de la capital manzanera, se encuentra el pueblo de Sietes. Sus colección de hórreos, todos ellos levantados entre los siglos XVI y XVII, crea un aura de tradición y cultura que envuelve este rincón del concejo haciendo que por él no pase el tiempo. Son precisamente estas joyas arquitectónicas las que atraen cada verano a cientos de turistas, como refleja el bus etnográfico que la Fundación Cardín organiza cada mes de julio y que siempre llena todas sus plazas.
Aunque los hórreos y paneras no son los únicos encantos de esta aldea de poco más de medio centenar de vecinos. La iglesia de San Emeterio es uno de los pocos ejemplos de arquitectura renacentista en Asturias, siendo construida a medidos del siglo XVI. También el antiguo casino, un edificio fundando como sala de juegos en 1914 por los vecinos del pueblo que emigraron a Cuba en el primer cuarto del siglo XX, llama la atención de los turistas, muchos de los cuales hacen escala en este pequeño pueblo mientras realizan el Camino a Covadonga. «Ya han empezado a verse los primeros grupos, aunque antes podían quedarse por la zona a dormir y ahora solo hacen tramos. Cuando terminan viene alguien a buscarlos», explica José Ramón Díez. Él lleva más de veinte años al frente del único bar del pueblo, Casa Prida, que ya empieza a tener las primeras reservas.
Pero, a pesar de dedicarse a la hostelería, Díez reconoce que, como muchos vecinos, es reticente a la gente que llega de fuera. «Te preocupas porque, aunque tomes medidas, el riesgo de contagio está ahí. Aún así, esperemos que no haya ningún repunte y que la actividad pueda empezar a recuperarse de nuevo, afirma.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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