Alfonso Garnacho y Oliva Martínez se casaron en 1955 en la iglesia de Santa Eulalia de Ujo.

Fonso y Oliva: ni la covid los separó

Historia de un matrimonio. Crecieron en una España partida en dos. Juntos labraron, a orillas del Caudal, 65 años de amor. Murieron con 48 horas de diferencia

YAGO GONZALÉZ

Domingo, 29 de noviembre 2020, 01:22

Él se llamaba Alfonso Garnacho Rodríguez, 'Fonso el de La Casera' para amigos y vecinos. Ella, Oliva Martínez García, 'Oliva la de Garnacho' u 'Oliva la de La Casera'. Los dos nacieron cuando España estaba a punto de partirse en dos. Sin ... embargo, sus 65 años de matrimonio, forjado a las orillas del Caudal, solo se quebraron con la aparición de un virus. Fonso murió el pasado día 18. Oliva, 48 horas después. Sus biografías, llenas de amor, familia, penurias y trabajo heroico, encarnan la Asturias humilde del siglo XX.

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Hijo de ferroviario, Fonso nació en 1927 en la aldea de Ablaña, al lado de Mieres. No había huerta ni corral para mantener las ocho bocas de la familia, así que él y su hermano Pepe se fueron a trabajar donde les dieran de comer. Así acabaron en la batalla de Oviedo, en el verano de 1936, donde muchos críos hacían recados a cambio de un bocado, a veces llevando mensajes de un frente a otro. Alguno cayó bajo alguna bala perdida. Un día, Fonso vio cómo evacuaban a un joven soldado republicano, herido en una pierna, que le pidió un vaso de agua. Le llamó la atención su pelo pelirrojo. El oficial, de 26 años, era de Piedrapico de Arriba, en Riosa. Tenía una hija que había nacido meses antes de la Revolución de 1934 y otro hijo de apenas medio año.

Fonso era un gran bebedor y cultivador de sidra: hacía entre 1.500 y 3.000 litros al año. En la imagen, escanciando en 1991

Oliva recordaba la primera vez que había visto un coche. Fue en el valle de Riosa, en el camino entre La Ará y Pola de Lena. Ella y sus amigos quedaron fascinados por aquella novedad y la siguieron de cerca hasta entrada la noche. La curiosidad le salió cara a la pequeña Oliva, que recibió alguna torta al volver tarde a casa.

En la aldea no había escuela y fue su padre, José Aladino, conocido como 'Jose el Roxu la Vara', quien le enseñó a leer y escribir. 'El Roxu' había sido comisario político en el valle durante la revuelta de Octubre del 34. Le obligaron a aportar diez vacas para el Ejército Revolucionario: tenía nueve y le cogió la que le faltaba a su padre, algo que este nunca le perdonó. Después, estallada la guerra, combatió en el bando rojo.

Fonso y Oliva, en el centro, rodeados de su familia en sus bodas de oro, en 2005 en L´Alcibíu.

En casa de Oliva y en el pueblo se escuchaban muchas historias terribles, como la del tío de su madre que había asesinado a su propio sobrino por motivos políticos y lo había arrastrado carretera abajo para exponerlo en la plaza de la iglesia. En 1947, 'El Roxu' fue liberado del campo de prisioneros de Almadén (Ciudad Real) al que el franquismo le había enviado a cadena perpetua. La acumulación de recuerdos tenebrosos obligó a la familia a mudarse a Sanriella, junto a Mieres.

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La chica del Riosán

A los 18 años, Fonso entró en la mina de Cardeo. Sufrió varios accidentes: dos veces se quedó enterrado durante más de 24 horas. La segunda, con un poste aplastándole la cabeza e impidiéndole hablar. Después de seis años, cambió de profesión y empezó de camionero, cubriendo las rutas Gijón-Barcelona y Gijón-Sevilla. Llegaba a conducir 30 horas seguidas. Un par de veces se quedó sin frenos bajando Pajares: en esos casos, había que arrimar el camión a la pared de la montaña hasta detenerse.

Los de la Casera. Así llamaban en Mieres a los hermanos Garnacho, por distribuir esa bebida. En la imagen, Pepe (de blanco) y Fonso.

A comienzos de los años 50, Fonso acudía con frecuencia al Bar Riosán, una casa de comidas frente a la estación de tren del Vasco. El dueño se llamaba Avelino y con él trabajaba su sobrina y ahijada, Oliva. Fonso empezó solo como cliente, y luego con algún interés más. La cortejó. Cuando la relación continuó y ambos vieron que era la hora de que ella le presentara a su familia, caminaron los seis kilómetros hasta su casa, en Sanriella. Allí le recibió su padre, un hombre con unos cabellos como el fuego. Era aquel soldado herido al que el pequeño Fonso había dado de beber.

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Los niños de 'Laqueti'

«Mi padre tenía mucho respeto a mi madre y la trató siempre con cariño, pero con respeto. Era un hombre con mucha retranca, pero hacía pocos chistes sobre ella. Cuando le pedíamos algo, solía responder con 'vete a pregunta-y a la dueña'», recuerda Fernando, el menor de los tres hijos. Podían haber sido más, pero varios embarazos no salieron adelante. Cuando hablaba de ella a sus hijos, Fonso se refería a Oliva como 'Laqueti', una contracción de 'La que ti parió'. En privado, a veces la llamaba María con retintín: su nombre completo era María Umbelina Oliva. Ella hablaba de él como «el mi Fonso».

«Una memoria enciclopédica».Sus parientes destacaban la insaciable curiosidad de Fonso

Se habían casado en 1955 en la iglesia de Santa Eulalia de Ujo. Vivían en «les cases barates» de Mieres, hoy la calle Martínez de Vega. Allí, en 1957, nació Rosa. Cuando estaba embarazada, Oliva perdió a su hermano de 21 años, Enrique, en un accidente de mina. A finales de los 50 se mudaron al barrio de Arriondo: en 1959 llegó Alfonso y y cinco años después, Fernando. En el verano de 1968 se trasladaron a su casa definitiva, en la calle Siero, detrás del cuartel de la Guardia Civil.

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Después de casarse, Fonso se había asociado con su hermano Pepe en un negocio de distribución de bebidas. Eran los repartidores en el concejo de varias marcas, entre ellas Gaseosa La Casera, Schweppes, Solares, Cinzano, Pepsi Cola y varias casas de vino y leche. Había nacido 'Fonso el de La Casera' y, por extensión, 'Oliva la de La Casera'. Todos les conocían así en Mieres.

Oliva ingresó en la residencia Valle del Caudal en 2017, un año después que su marido.

Los hermanos trabajaban a destajo. Eran, como recuerda Alfonso hijo, «fuertes como mulos». Eso sí, todos los días iban religiosamente a tomar sidra desde las 19.30 hasta las 22. Y a casa, como clavos. «Nunca vi a mi padre borracho», dice Alfonso. Y eso que era un gran amante de la sidra, que cultivó toda la vida: hacía entre 1.500 y 3.000 litros al año para consumo familiar. Era, como recuerda Fernando, «una enciclopedia ambulante de lagares».

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Solo se cogió vacaciones una vez, y fueron breves. En el verano de 1974 salió a enseñarle a su familia la España que había recorrido en el camión. A los dos días sin su visita diaria a la Plaza de Requejo le entró ansiedad: al tercer día llegaron a Ávila y dieron la vuelta. Dijo que «eso de las vacaciones está sobrevalorado».

«Dame un besu»

La casa de la calle Siero estaba siempre abierta a visitas, que eran frecuentes. A Oliva nunca la pillaban desprevenida: siempre había comida para veinte personas o más. Su plato estrella era la tortilla de puerro. Los fines de semana venían amigos de Denia, Málaga, San Sebastián... Comían, cantaban canciones populares y paseaban por las montañas.

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Con 48 años, Oliva volvió a los fogones, esta vez a la Casa Sindical de Mieres, donde servía cientos de comidas a diario. Con su familia volvió varias veces al valle de Riosa, pero cada vez le costaba más. «Hace cinco años me dijo que no quería volver allá nunca más y que prefería tirarse al río y ahogarse con las memorias que volver a vivir las pesadillas de sus años tiernos», asegura Fernando. Los traumas de la guerra hicieron que «siempre tuviera el miedo como compañía».

Fonso padecía de isquemia, un problema circulatorio congénito, y sus pies se fueron necrotizando hasta que tuvieron que amputárselos. Olivia sufría demencia de Lewy, una degradación del córtex cerebral. En 2016, él ingresó en la residencia Valle del Caudal. Ella le acompañó un año más tarde. Los dos estaban en silla de ruedas y vivían en la misma habitación. En octubre y a comienzos de este mes, el geriátrico registró fuertes brotes de covid.

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Años atrás, cuando Fonso se iba a trabajar, a hacer un recado o a tomar unas sidras, le decía siempre esta frase a Oliva: «Dame un besu por si ye el últimu».

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