O. VILLA / R. MUÑIZ
Domingo, 3 de julio 2022, 04:58
Viajar como turista es siempre un placer, pero lo es más aún si uno está enamorado del medio de transporte en el que lo hace. Eso les ocurre a los miembros de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Madrid, que tienen una especial vinculación ... con Asturias gracias, precisamente, al tren. Al Estrella Costa Verde, aquel que supuso el bautizo ferroviario para miles de asturianos en eternos viajes a Madrid y vuelta en los años 80 y 90.
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Hace años quedó en desuso, pero la Asociación de Ferrocarriles Españoles lo recibió en cesión por parte de Renfe y, a su vez, la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Madrid, que acaba de cumplir 75 años, lo tiene cedido por la primera, a cambio de un trabajo de mantenimiento tanto mecánico como de los interiores que los 450 miembros de la asociación impulsan, si bien lo ejecutan algo más de dos decenas de voluntarios realmente voluntariosos. Tal es el caso de Félix Méndez, vocal de actividades externas de la asociación y -se le nota- profesor ya no ejerciente de física y matemáticas en un instituto madrileño durante 40 años. Ayer, tras pasar buena parte de la tarde en el Museo del Ferrocarril -ubicado en la que fue la estación de destino del Estrella Costa Verde tantos años-, Méndez y sus compañeros estaban «exhultantes, fue fascinante ver la máquina de vapor en funcionamiento (la de la locomotora de 1957) y escuchar las fantásticas explicaciones del director del museo, Javier Fernández, que estuvo muy didáctico y amable con todos nosotros. Y oler la carbonilla y el vapor, que no sé para los demás, pero para los que estamos enganchados al duende de los ferrocarriles tiene algo muy especial».
Para llegar a Gijón salieron a las ocho y cinco de la tarde del viernes en el recuperado Estrella Costa Verde. Son 150 viajeros, «unos cincuenta socios y el resto, acompañantes y simpatizantes» que no solo se desviven, al menos los socios, por recuperar el tren pieza a pieza, asiento a asiento, manteniendo la esencia de aquellos trenes del último tercio del siglo XX, sino que además pagan sus billetes y hasta ejercen de revisor, camarero si se da el caso o interventor, como «hice yo en este viaje», anota Méndez.
A la venida se detuvieron a cenar en Ávila, donde pudieron disfrutar de las murallas y se repartieron por toda la ciudad para cenar. Y luego también pararon, ya de madrugada, en la vieja estación de Pajares para contemplar el amanecer desde allí. Saben que ese trazado, el de la rampa de Pajares «heróico, toda una obra de la ingeniería», es «muy difícil demantener, pero habría que hacerlo por su interés histórico, por su valor paisajístico impresionante y por elementos como el propio edificio de la estación de Pajares, que es impresionante y podría tener usos culturales». Hoy vuelven a Madrid en su querido Estrella Costa Verde. Saldrán a mediodía, pararán a comer en Casa Ezequiel, en Villamanín -ellos sí que saben- y llegarán a Madrid a las 23.13, con una sonrisa de felicidad tras un viaje de casi doce horas hasta la capital. No todo, aún en este eléctrico y desconcertante siglo XXI, es velocidad.
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