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Jessica M. Puga y ÁNGELA LANZA
Gijón
Martes, 25 de octubre 2022
Álvaro García López, segunda generación del emblemático restaurante Casa Consuelo (Otur, Luarca), falleció este martes por la tarde a los 85 años a causa de una insuficiencia cardíaca congestiva.
La suya es la historia de un amante de la cocina y la de un hostelero de raza y corazón. No entendía el oficio sin ninguna de ellas. Esto le hizo merecedor en 2018 de la Caldereta de Don Calixto, de EL COMERCIO, en la categoría de Maestro Nacional, y en 2009 de la Medalla de Plata del Principado, que le entregó Vicente Álvarez Areces. Sin perder ni la humildad ni la esencia de «restaurante de carretera», del que algunos periodistas dijeron «el mejor de España».
Aprendió las maravillas del buen comer atendiendo a la maestría de su madre, Consuelo López, quien abrió junto a su marido, Ramón, la tienda mixta, salón de baile y comercio La Mercantil. Su destreza en los fogones hizo el resto para que su contacto con el público continuara, pero en una casa de comidas a la que en 1935 puso su nombre. Aquí nacieron los cuatro hijos del matrimonio.
Al negocio familiar se dedicó por completo desde niño Álvaro García, primero viendo maniobrar a su madre y, luego, presentando las recetas de su esposa, Araceli López, cuya labor estuvo ligada a la familia desde que cumplió los 17 años. Él casi nunca se metió en la cocina. Al menos no con la chaquetilla delante de un fuego. Eso solo lo hacía para catar lo que en ella se guisaba, que tan pronto era producto procedente de la mar como la más jugosa de las carnes o pura huerta. Solo alguna vez, cuando su mujer se lo pedía, tomaba la determinación y se ponía manos a la obra.
Su tarea estaba en los procesos, en la elección de la bodega y, sobre todo, en la relación con los clientes, con quienes le gustaba compartir sobremesa. Entre las muchas labores que tenía uno de los grandes referentes de la hostelería asturiana estaba seleccionar y manejar la materia prima. Era, en concreto, el que cortaba la carne y el pescado, el que lo limpiaba y ponía a punto. «Podía limpiar 50 o 60 sargos cada día después del servicio», llegó a comentar en una ocasión a este periódico. Lo hizo mientras que pudo llevarlo a cabo con soltura, esto es, hasta 2015. Desde entonces la batuta de Casa Consuelo la movía con determinación su hijo Álvaro.
Él es el que lleva las riendas de un negocio que es referencia no solo en Asturias, pues por su ubicación a pie de carretera, primero, y por la fama de sus guisos y su atención después, por sus salones han pasado miles de comensales a lo largo de su historia. Entre ellos, Enrique Castro 'Quini' y Víctor Manuel.
Él es también, además del sucesor y la tercera generación de una casa emblemática, quien ayer atendió a este periódico como es, sereno. «Son cosas que pasan, a cierta edad las cosas no pillan por sorpresa», explicó. También que su padre había ingresado a causa de pie diabético, lo que se complicó más tarde con la insuficiencia cardiaca. Los actos fúnebres quedan reservados a la familia y amigos más próximos.
«Yo era el que cortaba la carne y el pescado, el que lo limpiaba; podía limpiar 50 o 60 sargos cada día después del servicio, y cuando hacía falta echaba una mano en la cocina a mi mujer», recordaba a este diario el hostelero, el pasado 2018. Y es que, pocas cosas se le resistían según quienes le conocían.
En la memoria colectiva quedará el oficio de una persona a la que la cocina asturiana debe mucho. Una persona para la que la tradición tenía un significado especial y que supo unir gastronomía y pintura más allá de los platos. La bienal que celebraba en su restaurante es buena prueba de ello.
Siempre al día de la actualidad gastronómica, sus incontables clientes recuerdan hoy a Álvaro por sus amenas conversaciones y su buena mano al frente de la fonda, en la que contó con el mejor equipo: su mujer Araceli López, fallecida en 2018, y su hijo Álvaro.
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