![Lorena Vilas y Rubén Ciezar, ante su impresionante arce rojo japonés de más de 60 años de edad.](https://s3.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/202205/01/media/cortadas/jardin-colunga%20(24)-kxoH--1248x936@El%20Comercio.jpg)
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RAFAEL SUÁREZ-MUÑIZ DOCTOR GEÓGRAFO URBANISTA
Domingo, 1 de mayo 2022, 01:28
Jheronimus van Aken, «El Bosco» para los amigos, estaría encantado de conocer este verdadero jardín de las delicias y reconocerse en el mismo tanto por su onirismo como por ese mundo de las ideas tan platónico, porque hay muchas ideas aquí. La reciente jardinería que circunda la finca de Rubén Ciezar en el municipio de Colunga también es un tríptico digno de estar expuesto en un museo de primer orden nacional. El laberinto apantallado de bonsáis sin duda es el cielo, el paraíso terrenal, ya que además es la cota más alta de este escalonado jardín. El purgatorio es el piso intermedio donde se disponen lo que los especialistas denominan prebonsáis: el mundo de los sueños, el de las proyecciones. Lo que no queda del todo claro es dónde encajar el infierno, que, sin duda, no lo hay, pero por continuar con la analogía se le atribuiría a esos deliciosos jardincillos en parterres que dan la bienvenida a los invitados de Rubén como preludio de lo que se encontrarán.
Rubén Ciezar es natural de León y estudió ingeniería agronómica para no alejarse de su pasión: los bonsáis. Con tan solo diez años, Rubén ya tiene fotos posando encantado delante de sus arbolitos. «Los compraba en el rastro de León», matiza su mujer Lorena Vilas, su infatigable compañera de viaje. En lugar de adquirir tebeos u otros cachivaches, este niño de siete años compraba bonsáis que él mismo cuidaba. «Encontré muy pronto mi pasión. He tenido hasta veinte empresas de todo tipo y siempre pensando en jubilarme pronto para dedicarme a los bonsáis» asevera Rubén.
Hace solo ocho años que llevaron su segunda residencia [ahora principal] de León a Colunga y cuando dieron el total impulso a la creación del jardín y la mudanza de la colección de bonsáis fue justo antes del confinamiento, es decir, hace dos años aproximadamente. Rubén y Lorena sostienen que la suerte de disfrutar de esa ubicación y de ese patrimonio vegetal les sirvió para canalizar la pesadumbre del encierro forzoso.
La antesala, «el infierno», es una hermosa y todavía joven iniciativa jardinera con mucha proyección al pie de la casa, orientada al sureste. Un par de parterres con plantas herbáceas de porte rastrero, agapantos, lavanda, una fuente, decoración con troncos y otro medallón central donde dispusieron una cica neozelandesa. Interesantísimo y armónico es el rinconcito convertido en un tranquilo jardín japonés ornamentado, que recuerda al de Mario Argüelles en Gijón. Tiene cuatro arces rojos japoneses y una palmera china jovencita rompiendo la planicie. Son arces disectum de porte rastrero y de tipo péndula. También hay una arbustiva perennifolia japonesa que no habíamos visto en Asturias, una bola de enkianthus que se pone roja. El suelo combina una delicada capa de grijo blanco con otra de color rosa. Este rincón ha sido cerrado con el cambiante bicromatismo de las fotinias sobre las que se pueden ver a la vez hojas rojas y verdes.
Continuamos el recorrido y nos elevamos al cielo directamente, sin pasar por el purgatorio. El cambio de la continentalidad leonesa a la salina humedad colunguesa hizo idear a Rubén un sistema para proteger su valiosa colección: un sistema de pantallas de malla blanca para protegerlos de los vientos salinos que los secaban. Para considerarlos bonsáis, los árboles han de tener al menos 25-30 años de trabajo. Rubén y Lorena nos enseñan otra pista: las macetas. El matrimonio tiene jerarquizada su colección de bonsáis no tanto por la antigüedad de los árboles, matiz importante, como por el tiempo que se les ha dedicado a su tratamiento formal y mantenimiento. Las macetas son enormes, de cerámica china que ya escasea, y alcanzan unos enloquecedores precios que pueden ir desde los 2.000 a los 6.000€ como mínimo.
Entre la colección, que «está considerada una de las cinco mejores de Europa», encontramos dos arces japoneses de más de 60 años de antigüedad (uno rojo y otro verde), otro arce de copa convexa totalmente pelado, un arce de Montpellier (Acer monspessulanum) de follaje anaranjado y otro arce granate más espigado; tres cerezos de Santa Lucía (Prunus mahaleb), un espino albar (Crataegus monogyna), una buganvilla, dos membrilleros chinos (Pseudocydonia sinensis), un membrillero japonés (Chaenomeles japonica), una higuera con frutos, un romero centenario del desierto de los Monegros, un mirto de tronco hueco, un haya centenaria y un bosque de arces rojos junto a otro arce verde. Pero entre los verdaderos campeones de Rubén se encuentran formaciones de alta montaña, del norte cantábrico y de bosque mediterráneo.
De regiones montañosas destacan los pinos silvestres y los pinos negros (pino mugo), de los que Rubén tiene uno procedente de los Alpes suizos con una edad de 250 años y otro comprado con el que ganó todos los concursos de Europa. Uno de sus pinos silvestres es el más premiado de Europa. Tiene once tejos a cada cual más longevo, mejor tratado y más laureado. El tejo que limita con la terraza de abajo, la de los prebonsáis, tiene más de 300 años. Otros dos tejos juntos son el mejor de España y el segundo de Europa, y el de al lado es el segundo mejor de Europa también. Otra cosa única, el boj no natural más antiguo conocido en España, de 650 años de antigüedad. «Este boj es considerado el mejor de Europa. Lo tenía fichado desde hace 20 años en Bélgica».
Representan al bosque mediterráneo la mejor encina de Europa, a la que «le di un tratamiento de metacrilato con aerógrafo y líquido Jin, para que aguante más la madera ante la humedad»; un alcornoque traído de Cataluña de unos 80 años de antigüedad cuyo dueño «fue Sebastián Fernández, que era maestro de bonsáis»; una sabina negra traída de Burgos que «está injertada entera»; un impresionante olivo más que centenario, y una encina tumbada de un siglo de antigüedad, cuya forma manifiesta el gusto de su propietario: «a mí me gusta mucho el estilo cascada» añade Rubén.
El purgatorio es un reservorio latente de proyectos de bonsái que rebosa magnificencia y creatividad a raudales. Eso sí, para los puristas: son prebonsáis —por muy grandes que los veamos—, no tienen 30 años de trabajo formador y se encuentran en macetas de plástico y calderos todavía. Para cualquier ojo profano son verdaderos árboles también de 60 años de edad media. Más amontonados aquí, hay otros 80 ejemplares. Dentro de este selecto contingente destacan las sabinas procedentes de Barrios de Luna y los pinos negros.
Ahora le toca el turno a Lorena con su delicada, mimada y cuidada colección de plantas de acento. Esas plantas que deben acudir a ferias, concursos y congresos perfectamente estudiadas para acompañar a los bonsáis expuestos en sus pequeñitas macetas. Macetas del tamaño de un cenicero cuyos precios rondan los 150-200€ y tendrán unas 40 pequeñas plantitas de arces, rhus (zumaque) y una muy curiosa con un intenso olor a pipas peladas, entre otras.
Como curiosidad, Rubén hace repaso de algunos nombres muy conocidos donde su faceta oculta es la pasión por el bonsáis y que pueden ser un total hallazgo para todos, como el cantante David Bisbal, el expresidente del gobierno Felipe González, el rey Juan Carlos y el político Santiago Abascal, a quien pudieron conocer en el último congreso de bonsáis celebrado en Madrid mostrando un enorme interés por su colección; el líder de Vox fue preguntado si en ese momento estaría soñando con las elecciones de Castilla y León, y él aseveró «yo sueño con bonsáis».
En este museo verde asturiano, los cuadros y obras de arte son esas vetustas piezas, incluidas las macetas y los tornos que les permiten girarlos para podarlos y disponerlos hacia la luz. En estos momentos Rubén Ciezar tiene 60 bonsáis propiamente dichos en Colunga, aunque tiene otros tantos más en otra finca de Gijón, casi todos ellos autóctonos (europeos) y centenarios. Los prebonsáis se acercan a los 80 ejemplares y las plantas de acento rebasan la cuarentena. Es decir, estamos hablando de una colección, majestuosa por otra parte, de 200 ejemplares de árbol en miniatura. Hay bonsáis ganadores de los concursos internacionales más importantes «por los que nos han ofrecido 50.000€. ¡Son nuestro plan de pensiones!», bromea. Son fundamentalmente del continente europeo y asiático. El toque florístico y la variedad botánica africana y australiana la aportan los jardincillos en parterre delanteros.
Termina la velada con la explicación en exclusiva para EL COMERCIO de la última idea de Rubén. Inspirado en el mayor laberinto privado de España, el de Villapresente (Cantabria), inaugurado en abril de 2017, Rubén quiere crear el primer y mayor laberinto de bonsáis del mundo, aquí, en Asturias, si la Administración se lo facilita. La idea está clara: adquisición de fincas en localidades de cierto encanto turístico favorecidas por algún atractor endógeno donde diseñar un laberinto de 2.000 metros cercado por pantallas y un bonsái por metro. Es decir: 1.000 bonsáis entre los que añadiría alguno de su colección «como premio final a quienes terminen el recorrido».
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