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PAULA DE LAS HERAS
Lunes, 11 de mayo 2015, 00:45
No hace mucho de que Podemos parecía vivir un ascenso imparable capaz de llevarse por delante al PSOE, en el que el centenario partido se sumió en una árida disputa. ¿Había que mirar a la nueva formación como un eventual aliado para poder recuperar el poder institucional o había que apartarse de ella por populista y antisistema? Las cosas han cambiado drásticamente. Pedro Sánchez ya había dejado claro que los socialistas estarían abiertos al acuerdo con todas las fuerzas políticas, con dos únicas excepciones, PP y Bildu. Ayer añadió que, además, no buscará una armonización. Es decir, que dará libertad a los barones para que elijan a quién pedir apoyo.
Es exactamente lo que hace apenas dos meses le aconsejó públicamente José Bono que no hiciera. Con el recuerdo presente del mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando los socialistas llegaron a pactar con los independentistas de Esquerra Republicana en Cataluña, los nacionalistas del BNG en Galicia, el PP en el País Vasco y (eso ya vino después), con IU en Andalucía, el exlíder territorial, exaspirante a la secretaría general del partido, exministro y expresidente del Congreso, alegó que eso de que «cada uno pacte con quien se le antoje» podía «desdibujar» al PSOE.
En un escenario en el que, según las encuestas de las autonómicas y municipales del 24 de mayo, no habrá ya mayorías absolutas, tampoco para el PP, el análisis de la cúpula del partido, sin embargo, es otro. Los socialistas han llegado a la conclusión de que no se pueden permitir el lujo de no intentar gobernar allá donde haya posibilidades porque, de lo contrario, corren el riesgo de dejar de ser vistos como alternativa real. Además, los resquemores se han disipado porque ni Podemos es ya el partido radical que se presentó a las europeas ni en el PSOE se sienten tan acomplejados frente a él. Ayuda también la crecida de Ciudadanos, que ha contribuido a erosionar al partido revelación de 2014 y atrapa a los descontentos del PP pero, por ahora, apenas ha provocado fugas entre el mermado electorado socialista. Pactar con los de Iglesias en un lado y los de Rivera en otro, serviría a uno de los objetivos de Sánchez: ocupar la centralidad del tablero político.
Noche dura
Fuentes de la formación admiten que la noche del 24 de mayo puede ser dura a la luz del barómetro del CIS publicado esta semana, en el que sólo se les apuntaba como primera fuerza en Asturias y Extremadura. En el mejor de los escenarios posibles, podrían llegar al ejecutivo en siete comunidades autónomas. Además de las dos citadas, quizá estarían al alcance la Comunidad Valenciana, Canarias, la Comunidad de Madrid, Baleares y Castilla-La Mancha.
No está mal, pero no será fácil gobernar. Los socialistas asumen que, hasta que no pasen las generales, ni Podemos ni Ciudadanos se querrán mojar. «No nos engañemos, siempre loamos el acuerdo, pero donde nosotros hablamos de pacto la gente entiende trapicheos y componendas y entrar en ese terreno les puede pasar factura a ambos, perderían su virginidad», dice un peso pesado del partido.
La experiencia de Andalucía no hace sino convencerles de lo complicado del asunto. Susana Díaz daba por hecho al principio de la semana pasada su investidura gracias a la abstención de los nuevos partidos en la segunda votación de la cámara regional y de pronto las cosas se torcieron. La idea de que se iba a dar ese paso de permitir gobernar a la dirigente socialista sin tener bien amarrado el cumplimiento del decálogo anticorrupción, que según Ciudadanos debería llevar inexorablemente a la entrega del acta del expresidente andaluz Manuel Chaves, sublevó a las bases y enfrió las negociaciones.
El PSOE andaluz dirige ahora la mirada hacia el PP y apela a su responsabilidad como partido de gobierno. Algunos en el partido creen que el escenario ideal, y no descartable, sería una decisión general de todas las fuerzas de la oposición para optar por la abstención para diluir el coste del gesto y evitar una nueva convocatoria de elecciones que, dicen, nadie quiere.
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