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Belén Cueva, madre adoptiva y de acogida, en la sede de la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui. DAMIÁN ARIENZA
«Tienes que ofrecerles la seguridad de que tú no te vas a ir»
Día de la Madre

«Tienes que ofrecerles la seguridad de que tú no te vas a ir»

Tres mujeres comparten su experiencia en la maternidad de acogida, una labor «terapéutica y llena de amor»

MARÍA AGRA

Domingo, 7 de mayo 2023, 02:57

Hay muchos tipos de maternidad. Tantos como madres y circunstancias de vida, pero hay uno, el de la madre de acogida, que pocas veces recibe el reconocimiento que merece. Hoy, Día de la Madre, tres mujeres comparten en EL COMERCIO su experiencia en una maternidad que se podría definir como «terapéutica».

Belén Cueva (Noreña, 1954) siempre quiso ser madre. «Sentir un niño en la barriga» era el mayor sueño de su vida, pero un cáncer linfático que le detectaron con 28 años se lo arrebató. Fue entonces cuando decidió adoptar a su hijo Borja. «Yo no sé lo que es parir», dice, pero sí puede asegurar que en cuanto sostuvo al pequeño en brazos, a las ocho horas de haber llegado al mundo, supo lo que era ser madre. Un día, con tres años, Borja preguntó por qué no tenía hermanos y Belén le explicó que mamá tenía la barriga estropeada. Tres años después, en 1993, descubrió la posibilidad de acoger niños saharauis procedentes de los campamentos de refugiados. Y no lo dudó. Podía darle un hermano a Borja durante los veranos y, además, darle a esos niños una vida mejor durante su estancia aquí. La magia de los chavales y el amor inconmensurable de Belén forjaron un vínculo que ha perdurado hasta hoy. El primero en llegar fue Bashir, un niño de 13 años que «ya tenía bigotillo». Treinta años después, «ya han pasado por casa 14 niños», cuenta con una sonrisa. La última, Chirifa, cumplió ocho años el verano pasado aquí y este año repetirá otra vez.

Cristina Antuña Sariego, madre de acogida de tres menores. J. M. Pardo

Para Belén es imposible describir el sentimiento de ser madre de acogida. Sólo puede recomendarlo y que cada uno lo compruebe por sí mismo. «Nos dan tanto como nosotros damos, o más. Te hacen ver la suerte que tuvimos de nacer aquí y de criar a nuestros hijos donde los estamos criando», señala.

Lo peor llega cuando se van. Sobre todo en su caso, que se queda sola. La clave para esos momentos, afirma Belén, es «darle la vuelta a la tortilla». En lugar de poner el foco en una misma, pensar «qué bien que por traer un niño dos meses conmigo, aunque yo lo pase mal cuando se vaya, él va a tener un invierno mucho mejor, porque va a cargar pilas aquí, no va a pasar los 58 grados que tuvieron el año pasado en verano y no va a morir jugando fuera de la jaima por un golpe de calor». Belén es su mamá de España y, aunque allí no celebran este día ni tienen la costumbre de llamar a sus progenitores 'mamá' o 'papá', sus niños le hacen un regalo todos los años. «Me llaman y me suelen mandar vídeos que hacen ellos cantando canciones. La última era sobre ser madre». Hoy volverá a recibir un regalo.

«Mucho trabajo personal»

Desde hace diez años, en casa de Cristina Antuña Sariego (Avilés, 1976) son cinco. Ella, su pareja y tres menores de 14, 12 y 7 años, dos de ellos en situación de acogimiento permanente.

A raíz de pasar un año en un viaje de cooperación en Bolivia, Cristina regresó a España convencida de que le apetecía cuidar. «No tenía muy claro que quisiera ser madre, de hecho no tengo hijos biológicos, pero sabía que quería cuidar», relata. Así fue como los niños llegaron a su vida, pero la historia tiene sus particularidades. El primero llegó con tres años y fue «un acogimiento idílico» porque «fue poquito tiempo, que se supone que un acogimiento no debe durar más de dos años, y afortunadamente al año la situación del pequeño se resolvió y pudo volver con su mamá». Ahora ese niño ya tiene 12 años y, desde entonces, pasa con ellos «casi todos los fines de semana, todas las vacaciones y el Día de Reyes».

El segundo y la tercera, sin embargo, llegaron con 7 y 5 años y su situación no se resolvió, por lo que Cristina ha vivido también la otra cara de la moneda. «El acogimiento tiene mucho de terapéutico, porque muchos de los críos vienen muy dañados; de hecho, vienen con el sello del abandono. Entonces tienes que ofrecerles mucha seguridad para que entiendan que contigo no va a pasar, que tú no te vas a ir. Que tu amor es incondicional y que, pase lo que pase, no los vas a dejar, porque no se lo creen», explica. «Requiere mucho trabajo personal, conocerte muy bien y saber identificar de dónde vienen todos tus miedos y tus frustraciones. También las atribuciones que haces a las otras personas para poder estar ayudando, porque a veces los niños te ponen en situaciones difíciles, a veces buscan que tú los dejes», reconoce.

Pero merece la pena. Lo satisfactorio de este reto, con sus luces y sus sombras, es «ayudar a que esas personas tengan una oportunidad de vivir la vida que se merecen. De que puedan tener una familia, que es a lo que todo niño tiene derecho». Cristina se siente orgullosa de poder contribuir a eso, pero si hay algo de lo que siente verdadero orgullo, puntualiza, es de sus tres tesoros.

«Las circunstancias de la vida son las que deciden muchas veces cómo te tienes que mover», y eso fue lo que le pasó a María (nombre ficticio para respetar su anonimato). Hace un tiempo, estando ya jubilada y pensando que por fin podría relajarse, se encontró ante una situación que «no era la mejor para un menor» y, por su manera de entender la vida, sintió que debía buscar la manera de apoyar y empezó a implicarse con un bebé con el que guarda parentesco. «En esos momentos te olvidas de ti misma y empiezas a pensar en lo que ese bebé necesita. Luchas contra todo, te olvidas de todo y sólo piensas en lo que es mejor para esa criatura. Y lo mejor era mucho amor, mucho cariño y una estabilidad».

Fue poco a poco, hasta que un día vio que «no puedes estar poniendo tiritas» y acabó por acoger al menor. No fue una decisión fácil, porque era implicarse otra vez en muchas cosas de las que ya estaba alejada, pero descubrió que «cuando piensas que ya estás muy mayor para ponerte a pelear con niños, siempre hay algo que te da esa satisfacción de estar ayudando y, a la vez, sientes que todavía estás en la lucha, que no estás retirada». Como todo el mundo, a veces se ve sobrepasada, pero le da igual. Siente adoración infinita por esa criatura. «Quieres ver que esa personita crece y que está tranquila, luego ya todo se irá encauzando». Porque de eso se trata. De ayudar y compaginar todas las parte. De ser un apoyo y, ante todo, hacer lo que sea mejor para la criatura.

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