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MIGUEL ROJO
Domingo, 28 de junio 2020, 01:03
Hubo un momento en el que se dieron cuenta de que lo que les sucedía tenía un nombre y le pasaba a más gente. En mayor o menor medida, es lo que vivieron las cuatro personas que aparecen en este reportaje. Son transexuales, pero nadie se lo dijo nunca, ni en casa ni en el colegio. Tuvieron que descubrirlo ellos mismos y luego contárselo a sus familias.
Ethan Villamandos (Gijón, 1999) recuerda que toda su infancia la vivió en un cuerpo extraño, que no le «pertenecía». Ahora lleva año y medio hormonándose y le gustaría operarse el pecho, porque cuando nació le asignaron el sexo femenino, pero él se siente hombre. «En mi caso, la familia tuvo una buena aceptación», agradece. Pero estuvo «más de un año pensando cómo decirlo en casa». Después empezó un proceso que aún hoy sigue. «Vas al centro de salud y, en mi caso, ya habían tenido un caso anterior. Pero hay muchas veces que no están informados y somos nosotros los que tenemos que informarles de nuestros derechos», relata. El camino no fue fácil. «En el colegio intentaba adaptarme a lo que la sociedad me decía que tenía que ser. Se reían de mí, pero más porque tenía muchos otros problemas. Cuando lo conté fue todo bastante bien, fue liberador», recuerda este gijonés que estudia un curso de tripulante de cabina de pasajeros. En su opinión, «estaría bien que la gente supiese bien qué es la transexualidad, que hubiese más información y una ley regional que defienda nuestros derechos». Una ley que ya tiene un borrador, pero que se quedó aparcada la pasada legislatura y aún no ha iniciado su tramitación parlamentaria.
Su mensaje para quienes creen que lo suyo es una enfermedad mental o una desviación: «Básicamente, que sepan que esto no es ningún capricho. Yo nací con un cuerpo que no me pertenece y así me siento», explica.
Laura Fernández (Gijón, 2000) ya sabía con cuatro o cinco años que algo raro le sucedía. «Con doce años o así ya supe lo que era a través de internet, le puse nombre a lo que yo sentía». Y eso no era otra cosa que, aunque en su DNI tenía nombre de varón, siempre había sido una mujer. «No me atreví a contarlo hasta los dieciocho años en casa, aunque algunos amigos lo sabían cuando yo tenía dieciséis», recuerda. En su caso tampoco hubo problemas familiares, aunque conoce «a un chaval que sus padres le echaron de casa cuando lo dijo», cuenta.
Ahora prepara un módulo de grado medio de Informática con la intención de hacer el superior y pronto empezará con la hormonación para que su cuerpo sea algo más parecido a lo que ella siente. «Las operaciones no me parecen necesarias», cuenta. Cada caso es un mundo y, en el suyo, no cree necesitar más cambios en su cuerpo para sentirse mujer. «Muchísimas veces me he sentido discriminada. En la escuela, hay gente que, a propósito, no te trata por el género que te corresponde, sufrí mucho 'ciberacoso', vuelan puñaladas por las redes...». Cuenta un ejemplo de su centro educativo: «Pedí poder ir al baño de mujeres y prefirieron ponerme uno para mí sola». No hay protocolos establecidos y la desinformación campa a sus anchas en el sistema educativo.
En el caso de las chicas trans, la salida laboral es todo un problema. «Aún no me he puesto a buscar trabajo, pero a la mayoría le ocurre». Sobre todo, por el aspecto físico. Ella cree que tendrá suerte. «Soy una chica alta, pero tengo poca barba y bigote». Las hormonas podrán echarle también una mano. ¿Su mensaje para los intransigentes? «Que es necesario abrir la mente. Nosotros no elegimos ser así, somos personas y tenemos derecho a que se nos respete», reclama. «Me siento triplemente oprimida: por ser mujer, por ser trans y por ser bisexual».
Christian García (Gijón, 1990) recuerda que cuando sus padres le cortaban el pelo con ocho o nueve años y se asemejaba más a un chico le hacían «feliz». Aunque suene a estereotipo, lo cierto es que él se sentía identificado con los niños y quería jugar al fútbol con ellos. «No me sentía una de ellas, me sentía uno de ellos», resume. Reconoce que fue orillando ese sentimiento y llegó a pensar «que estaba mal de la cabeza». «Hasta que a los catorce o quince años –recuerda– vi a Nicky en 'Gran Hermano' y supe que había otra gente como yo. Fue el primer transexual que vi», explica quien se esforzó por «encajar», pero no lo consiguió. Luego se lo contó a su mejor amiga. «Fue en un parque, a las tres de la madrugada. Y Laura, mi amiga, mi hermana, me sorprendió al decirme que algo se esperaba». Siempre fue su mejor apoyo.
«En casa no lo conté hasta que tenía dieciocho. Tenía un plan para irme a vivir con mi amiga si no me aceptaban», recuerda. El momento quedará siempre grabado en su memoria. «Mamá, me gustan las chicas, pero no soy lesbiana: soy un chico». Temía contárselo a su padre, pero fue su madre quien lo hizo. Cuando finalmente habló con él, llegó otra frase que nunca olvidará: «No me importa lo que seas siempre que seas buena persona y seas feliz», le dijo. Cuando escuchó aquello, devolvió al armario la ropa que había metido en la maleta por si tenía que irse de casa.
Ahora la vida le sonríe. «Estoy trabajando en un almacén de Siroko, una marca de prendas deportivas y complementos de Gijón donde siempre me apoyaron». No tuvo problemas ni en el ámbito laboral ni en el personal a la hora de afrontar las dos operaciones con las que se puede sentir más cómodo con su cuerpo. Una histerectomía –extracción de ovarios y útero– y una mastectomía, para reducirse el pecho. «No pienso ir más allá, porque no te aseguran al 100% que el resultado sea positivo» a la hora de crear un pene funcional. «Lo pasé mal con la primera operación y no quiero acabar meando toda la vida en una bolsa», reconoce. Una circunstancia que, por cierto, no afecta demasiado a su vida sexual. «Tengo pareja y, aunque el hecho de que yo fuese trans le hizo replantearse también su sexualidad, a preguntarse si ella era lesbiana, lo cierto es que ahora llevamos seis años juntos y todo va bien».
Sobre su orientación, no tiene dudas. «Soy un chico heterosexual». Y su novia, su principal apoyo en estos momentos. «Es complicado encontrar una chica hetero que lo entienda y te acepte como eres. Yo tuve mucha suerte», celebra. En su opinión, «las etiquetas, en el día a día, deberían olvidarse. Yo no me acuerdo muchas veces de que soy transexual, no lo estoy pensando todo el día. Eso sí, ahora, para luchar por nuestros derechos, tenemos que sacar las etiquetas y reivindicarnos», considera.
¿Situaciones comprometidas a lo largo de su vida? Muchas. «Lo de que te llamen en el ginecólogo por tu nombre anterior es duro. Todo el mundo me miraba. Desde 2012 ya tengo el DNI cambiado, pero cuando entré en la Escuela Taller de Gijón pedí que en las listas públicas se pusiese mi nombre actual, Christian, pero no lo hicieron. Nadie sabía que yo era trans, pero, cuando se enteraron, empezaron las burlas de algunas compañeras. Fueron tres chicas, me sorprendió. Después algunos las siguieron. Fueron los peores momentos de mi vida».
Aquello quedó atrás y ahora es el fundador de la Liga de la Diversidad, un grupo de apoyo y un punto de encuentro para cualquier persona que esté pasando por una circunstancia como la que él vivió. «Quiero darle a otros lo que yo no tuve. Es como una minifamilia, abierta a todo el mundo, también a quienes nos quieran apoyar. No es ningún club exclusivo de transexuales o gente del colectivo LGTB», explica.
Ahora es él quien trata de orientar a gente como Laura y Ethan, como a él le orientó gente como Mané Fernández (Santiago de Chile, 1963), uno de los activistas LGTBI más comprometidos de España. En la actualidad, es vicepresidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, y ocupó un buen número de cargos en XEGA, Xente Gay Astur, la principal asociación LGTB del Principado. Su historia, sin embargo, comienza mucho antes y en otro país, Chile, «en una época complicada, bajo una dictadura de derechas». Evidentemente, lo ocultaba. Como ocultaba la sociedad a gays, lesbianas, transexuales... «No existíamos. Corríamos el riesgo de que se nos denunciase y de que te hiciesen desaparecer. Yo de pequeño sabía que había algo, primero pensé que era una chica lesbiana. Cuando fuimos a un médico para tratar de entender qué me sucedía –yo tenía quince años–, fue él quien nos dice a mí y a mi familia que soy un chico trans, pero nos advierte de que 'estamos donde estamos' y nos recomienda no hacerlo público. 'Yo no te lo he dicho', se despidió». Sorprendentemente para él, a pesar de que su familia era tradicional y pinochetista –«mi madre tenía una foto de Pinochet en el salón»–, sus padres aceptaron la situación con normalidad. Solo recuerda Mané una frase de su madre que le dolió. «Ojalá hubieras sido solo lesbiana». Aun así, cuando tenía veintidós años, en 1986, la familia decide salir del país. «Fue precisamente para que yo pueda desarrollar mi vida. Pensé que España sería un lugar de libertad, vi que Bibiana Fernández salía en 'Interviú'...». Pero no era para tanto. Así que siguió luchando contra una sociedad que aún no estaba preparada para aceptarle.
A principios de los 90 tomo una decisión:«Vivir siendo quien soy». «Yo era un hombre, y empecé a expresarme como un hombre, a vestirme y comportarme como tal. Después me informé para hacer el tránsito médico y empecé a hormonarme en una clínica privada de Burgos. De aquella se puso en marcha –el estuvo allí, reclamándolo en primera línea– la Unidad de Tratamiento de Identidad de Género de Avilés, que es donde desde entonces se presta este tipo de atención en Asturias. Eso sí, las operaciones se realizan en Málaga, donde el centro asturiano tiene un convenio. «Allí es donde hago mis cirugías», recuerda Mané. Desde entonces, su objetivo es que nadie tenga que pasar por todo lo que el pasó para llegar a ser libre.
Para ello, encabeza la reivindicación de que la legislación recoja todos sus derechos. «Hay un acuerdo de Gobierno en el que están las leyes integral Trans y la LGTB, aparte de estar en los programas de PSOE y Podemos», recuerda. Sin embargo, en los últimos meses el debate está sobre la mesa y hay tensiones entre los socios. No está contento Mané Fernández con las tornas en el PSOE tras las posturas que se plantearon el año pasado en la Escuela Rosario Acuña, defendidas por la diputada socialista Ángeles Álvarez. «Es un discurso arcaico, retrógado, que no se sostiene en sí mismo. Que en el discurso feminista se vuelva a hablar de la corporalidad es volver atrás en la historia. Acabamos de tener una reunión con la ministra Montero y estamos de acuerdo en que ese pacto no se puede romper», cuenta.
Sin embargo, en un argumentario firmado, entre otros socialistas, por Carmen Calvo y José Ábalos, el partido se posiciona con la corriente feminista que mantiene que el género sí es una cuestión determinante en cuanto a la discriminación de las mujeres, por lo que se oponen al «derecho a la libre determinación de la identidad sexual» y lo que se conoce como el 'borrado' de las mujeres, todo lo contrario de lo que defiende la ley que está en preparación, avalada por el colectivo LGTB y Podemos. Y también en contra de la ley autonómica. «El borrador es el que presentamos nosotros, con modificaciones y mejoras en el ámbito legislativo y jurídico, y el tronco central de la ley es el derecho de la autodeterminación de las personas trans y la despatologización. La ley actual dice que necesitamos un diagnóstico de disforia de género y después esperar dos años para reconocernos la identidad y conseguir el cambio registral de nombre y de sexo», apunta. «Solo queremos que se nos escuche. Será la manera de que la sociedad nos entienda. No queremos quitar derechos a nadie, pero no queremos que nos los quiten», resume. «No queremos que nadie hable por nosotros».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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