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GLORIA POMARADA / LAURA MAYORDOMO
OVIEDO.
Viernes, 8 de septiembre 2017, 02:17
Plácido Arango sumó ayer la Medalla de Oro de Asturias a un largo listado de honores entre los que se cuentan la Cruz de Isabel La Católica al Mérito Civil, la medalla de Oro a las Bellas Artes y la de la Spanish Society de ... Nueva York. Como receptor de la mayor distinción civil que concede el Principado, el empresario asturmexicano pronunciaba ayer su discurso en nombre del conjunto de premiados.
Arango recibía los aplausos del auditorio Príncipe Felipe entre el orgullo y la timidez. «Es una alta honra estar aquí y hablar por ellos. Personas que en el ámbito del voluntariado, de las asociaciones o de la sanidad pública se han distinguido por su servicio a los demás en campos tan meritorios como el del rescate, la atención a la discapacidad y el primer contacto con la angustia del enfermo o el herido», comenzaba. Hombre discreto que rehuye la exposición pública, pronunciaba un sencillo «gracias» en su nombre y en el de la Unidad Canina de Rescate, la red de profesionales de Atención Primaria y Mario García, quien fuera presidente de la Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica. «Este premio es un estímulo para seguir sirviendo a Asturias», indicó Arango.
Este reconocimiento en la «tierra de mis mayores» tiene un sabor especial para este empresario, que se reconoce «hijo de la fuerza de la emigración de ultramar». Su padre, Jerónimo Arango, emprendió desde Salas un viaje que le llevó al otro lado del Atlántico. Primero a Cuba y después a México, donde se casó con la también asturiana María Luisa Arias. En 1931, Arango nacía en Tampico y en el país azteca daba sus primeros pasos como empresario al cofundar junto a sus hermanos la primera cadena de supermercados del país.
Con el mismo andar pausado y firme con el que ayer subió al escenario a recoger el reconocimiento de Asturias, fue forjando unos negocios que en 1965 trajo de vuelta a España. Desandar el camino -al regresar a España- que habían recorrido sus padres fue una de las primeras muestras de ese itinerario a contracorriente que ha sido su vida. Pudo haberse conformado con presidir un grupo empresarial de éxito, pero el arte se cruzó en su camino, con un primer cuadro adquirido como mero elemento de decoración al que se fueron sumando obras hasta conformar una colección de más de trescientas piezas.
A través del arte ha forjado, precisamente, uno de sus más estrechos vínculos con Asturias y España. Vinculado al Museo del Prado desde los años noventa como benefactor y miembro del patronato, participa también en la vida cultural asturiana. «He sido muy afortunado de servir a la sociedad de la que formo parte», destacaba Arango en su discurso, en el que recordó su paso por la Fundación Príncipe de Asturias, de la que fue presidente de 1987 a 1996. Esa etapa, se incidía ayer en la gala durante la glosa a su figura, coincidió con «la internacionalización de los premios».
Dos de sus pasiones, arte y Asturias, se conjugaban este año con el Museo de Bellas Artes como escenario. Plácido Arango ha donado 32 obras de su colección privada a la pinacoteca asturiana «con la única contrapartida del derecho al usufructo vitalicio», resaltó el presidente del Principado, Javier Fernández. La respuesta al «¿por qué lo hace?» se encuentra, en opinión de este último, en su «trayectoria biográfica y en una vida de compromiso con España y Asturias». «Afortunado -afirmó Arango sentirse- por poder hacerlo con la aceptación y el beneplácito social, soy yo el que estoy en deuda con Asturias».
Con su donación, el Bellas Artes incorpora obras de Diego de la Cruz, Juan de Juanes, Juan Pantoja de la Cruz, Rodrigo de Villandrando, Juan van der Hamen, Jerónimo Espinosa, Juan de Valdés, Antoni Tàpies, Manuel Millares, Rafael Canogar, Eduardo Arroyo y Darío de Villalba. La cuidada selección de piezas realizada en colaboración con la dirección de la pinacoteca permite además enriquecer el Bellas Artes con obras de Juan Correa, Luis de Morales, Francisco de Zurbarán e Ignacio Zuloaga.
En lugar de un 'de nada', Arango reiteraba su agradecimiento por «haber podido contribuir con una donación a esa magnífica joya cultural que es el Museo de Bellas Artes, un centro que justifica el máximo apoyo que puedan darle las instituciones representadas en su patronato». Los escasos minutos que pasó ante el atril bastaron a Arango para trazar las necesidades del panorama cultural asturiano: «Para hacer de la iniciativa una realidad no basta solo la voluntad del donante».
Con la medalla que premia su gesto, el benefactor del Bellas Artes sella su idilio y compromiso con «la tierra donde están todas mis raíces». «Esa Asturias que en la primera mirada nos seduce con su belleza, pero que después, al conocerla mejor, nos va enamorando de veras, poco a poco, hasta sentirnos de ella, más todavía que sentirla nuestra».
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