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El «milagro» de la amistad

El «milagro» de la amistad

El club La Cucaracha de Mieres cumple 51 años de vida sin faltar a su reunión navideña, a la que, como cada año, ayer se sumó uno de sus miembros más fieles: Víctor Manuel

Alberto Piquero

Domingo, 20 de diciembre 2015, 03:47

En esta ocasión, han sido treinta y dos los amigos que han acudido a la llamada de una amistad que se forjó en la adolescencia y que permanece indemne. Así lo certificaba el párroco de la iglesia de San Juan, Nicanor López Brugos, en cuya Casa Rectoral germinó el club La Cucaracha, cuando corrían tiempos menos libres. Sentado en una de las hileras de la inmensa mesa dispuesta en el restaurante LAlbar, mostrando el libro con el que conmemoraron el año pasado su cincuentenario, Unidos en el tiempo, se explicaba: «Que estas amistades se hayan mantenido durante cincuenta años debería ser objeto de una tesina». Y las amistades lo celebran cada Navidad en una comida a la que faltan pocos y en la que suele ser fijo Víctor Manuel, que vuelve a casa siempre que puede.

«Hemos pasado por la dictadura, por épocas complicadas y hasta hoy. Nos acusaron de ser una célula comunista o un antro de perdición», relata Nicanor mientras Raúl Casasola, quien fue concejal de Cultura del gobierno municipal mierense, minero y socialista, abunda en el tema: «Como hicimos nuestros propios equipos deportivos y muchos dejaron la OJE (organización juvenil del falangismo), incluso llegaron a precintarnos la sede». Pero, no haya equívocos en esta fecha electoral, la coincidencia es unánime para apuntar que en el grupo conviven las más variadas tendencias políticas e ideológicas. Incluso hay quien se declara «ambidiestro».

Ya puestos a manifestar preferencias, en el orden futbolístico, habida cuenta de que la cuenca del Caudal acostumbra a distinguirse por oviedista al contrario que la del Nalón, sportinguista, niegan el tópico sociológico. O lo matizan. «Somos más los sportinguistas, lo que probablemente tiene que ver con que Tati Valdés, La Maquinona, perteneció a La Cucaracha. Aunque debe haber algún oviedista clandestino».

Si el origen de este árbol frondoso de la amistad tuvo sus raíces en Mieres, la vida ha ido señalando las ramas del camino a cada cual. Hay miembros que se han domiciliado en Gijón, en Oviedo, en León, en Galicia, en Burgos, en Tarragona, en Madrid así es el caso de Víctor Manuel o en Londres. Aguardaban la llegada a última hora de la tarde de Vicente Noriega, procedente de la capital londinense, donde regenta un restaurante en el que es socio de la actriz María Luisa Merlo.

Francisco Zarzuelo Hernández, El Chileno, que gasta un humor con curvas, bromeaba junto a Raúl Casasola, recordándole que Rambal, el popular personaje de Cimadevilla («un señor») muerto en trágicas circunstancias, había estado enamorado de él. «Calla, calla, que sólo me siguió un día», respondía el aludido, igualando guasas.

Asimismo, El Chileno descifraba los motivos por los que el club pasó a denominarse La Cucaracha:«Fue después de que acudiéramos a una sesión de cine infantil en la que vimos una película de vaqueros en la que aparecía aquella metralleta que llamaban La Cucaracha. No hubo más razones».

Si la diversidad de opiniones políticas y futbolísticas es enriquecedoramente heterogénea, a idéntica pluralidad corresponden los oficios y profesiones ya casi todos jubilados que han tenido, ingenieros, médicos, peones, restauradores o artistas.

Entre los ingenieros específicamente, de minas, Víctor Bernaldo de Quirós, próximo en la coña marinera a El Chileno, relatando el secuestro fugaz que sufrió en las oficinas del pozo San Nicolás por parte de militantes del Movimiento Comunista, hace varios lustros. En la actualidad, dice que vive entre Oviedo, Nueva y La Habana, pese a que estime muy poco nada el régimen castrista. Lo cuenta y logra que se rían rojos y azules. Es la atmósfera tolerante del club.

Javier Puerta, su presidente, no encontraba argumentos para fundamentar el secreto que les ha permitido sostener medio siglo de amistad ininterrumpida. «Algunos dicen que se debe a que hay personas que movemos la iniciativa. Pero de nada serviría si no hubiera respuesta». Víctor Manuel, discreto e igual entre iguales y que por la tarde firmaría libros en Gijón, lo resumía. «Es un milagro». Se le objetó que esa era una respuesta más propia de Nicanor López Brugos, sacerdote. «Comparto con él muchas cosas», replicó sonriente. El milagro de la amistad.

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