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paloma lamadrid
Miércoles, 2 de diciembre 2015, 17:17
Mina Esperanza fue el escenario del mayor accidente ocurrido en las entrañas de Asturias. Corría el 2 de enero de 1889, la fecha en la que perdieron la vida 30 trabajadores en la explotación ubicada en la localidad allerana de Boo. Una explosión de grisú fue la causa del suceso, que tiñó de luto el primer día laborable de aquel año. La mala fortuna quiso que los seis rescatadores que trataron de auxiliar a sus compañeros perdieran la vida en el intento de rescate, que fue en vano.
Porque el grisú es el principal asesino en este tipo de catástrofes. Así lo asegura Mario García Antuña, ingeniero técnico de minas jubilado de Hunosa y autor del libro Catástrofes mineras asturianas, que acaba de publicar. Estos dos volúmenes, que suman casi 1.400 páginas, repasan los accidentes más terribles ocurridos en las explotaciones. En concreto, aquellos que se saldaron con más de cuatro muertos. Ascienden a 63 desastres. En total, fueron 425 las víctimas mortales registradas en estos siniestros.
La tragedia de mina Esperanza fue la mayor que se ha vivido en Asturias desde el siglo XIX. La segunda catástrofe más luctuosa en cuanto a número de víctimas mortales se produjo ya en el siglo XX. El histórico pozo María Luisa fue el escenario en el que 17 mineros perdieron la vida, también a causa de una explosión de grisú. El letal gas «provocó el disparo de un barreno, que sepultó a varios obreros», explica el autor en el libro. Quince trabajadores fallecieron en el acto y otros dos lo hicieron posteriormente debido a las graves quemaduras que sufrieron.
El temible grisú
De las 63 catástrofes que recoge esta casi enciclopedia de la siniestralidad minera en el Principado de Asturias, 34 fueron provocadas por la explosión de grisú.
La peligrosidad de este gas radica en su elevada capacidad para inflamarse ya que está compuesto, sobre todo, por metano. «Pueden surgir chispas al picar o al hacer los barrenos y puede producirse una incandescencia», indica García Antuña para explicar cómo se originan estas fatídicas detonaciones. «Es el enemigo público número uno, un traidor y un cobarde», subraya el autor en alusión a las desgracias que es capaz de provocar este gas, que se encuentra en la parte superior de las galerías y que, con ciertas alteraciones en el ambiente, desata la tragedia.
Pero no siempre es el grisú el causante de las catástrofes mineras. También se producen derrumbes y otras incidencias que acaban en tragedia. Entre los que más accidentes han sufrido en Asturias está el Pozo Santa Bárbara, en Turón, con cuatro siniestros en los que se registraron más de cuatro fallecidos, con un total de 22.
Por concejos, Mieres es el que más incidentes graves ha tenido que llorar en la franja temporal delimitada por el autor. En concreto, 17 hechos luctuosos que conmocionaron a los vecinos y al conjunto de la población asturiana. No obstante, en número personas que perdieron la vida en las entrañas de la tierra le supera Aller, con 128 muertos frente a los 108 de Mieres. El tercer municipio que más veces ha afrontado este tipo de catástrofes es Langreo, que ha visto morir a 67 personas en una decena de accidentes de estas características.
Aunque las cifras son demoledoras, es imposible cuantificar el dolor que estos decesos han provocado en su entorno más cercano. No solo la minería del carbón ha causado numerosas pérdidas entre los asturianos.Según el autor de esta amplísima obra, las muertes de trabajadores de las minas de oro, mercurio y hierro, entre otras, junto con las del carbón superarían las 5.000.
Dos tragedias seguidas
El libro se cierra con dos catástrofes que conmocionaron a la sociedad asturiana en 1995. La primera de ellas y también la más sobrecogedora fue la que tuvo lugar el 31 de agosto en el pozo San Nicolás, ubicado en la localidad de Ablaña, en Mieres. Poco después de las dos y media de la madrugada, el yacimiento se estremeció con una explosión del gas más temido para los que trabajan en las entrañas de la tierra.
El estallido de grisú se produjo en el interior de la tubería de ventilación y la galería. Les arrancó el último soplo de vida a 14 mineros que realizaban sus tareas en las instalaciones, con lo que se convirtió «en la mayor catástrofe de la historia de Hunosa», explica García Antuña. Los fallecidos tenían edades comprendidas entre los 29 y 43 años.
Solo 43 días después del dramático suceso del pozo Nicolasa, como se le conoce popularmente, el horror volvía a sacudir a los asturianos. En esta ocasión, la tragedia llegó a la otra cuenca minera asturiana. En concreto, al pozo Candín, en La Felguera.
El 13 de octubre de 1995 es una fecha marcada en negro para los langreanos. Cuatro mineros fallecieron en este yacimiento, no a causa del grisú como en la mayoría de los casos. El origen del suceso fue el desprendimiento del relleno debido a que la tela metálica cedió sobre el taller de explotación. El accidente sorprendió a ocho mineros, dos de los cuales perecieron en el acto y otros tantos durante el traslado al Hospital Valle del Nalón. Los otros cuatro trabajadores resultaron heridos de diversa gravedad.
Por fortuna, los protocolos de seguridad han mejorado en gran medida con el paso de los años. «Antes lo único que interesaba era sacar el carbón», indica el autor allerano. La integridad física se descuidaba enormemente en siglos pasados, cuando los mineros penetraban en los pozos «con boina». A todos aquellos que perdieron la vida «en su diaria lucha en las entrañas de la tierra contra la inhóspita naturaleza» dedica Mario García Antuña su obra.
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