Ruth Arias
Sábado, 16 de agosto 2014, 12:02
Desde Puente El Arco hasta La Chalana, cada año a finales de agosto puede verse casi cualquier cosa. Ese tramo del Nalón ha visto bajar a Lady Di, a Mortadelo y a Filemón, a césares de Roma, indios apaches, momias egipcias, dinosaurios, elefantes, ballenas y hasta a King Kong. Todos ellos han navegado río abajo para el deleite de quienes los observan atentamente desde las orillas pero, sobre todo, de las peñas que los llevan casi en volandas.
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En Laviana ya ultiman los preparativos para esta edición. La del sábado que viene será la cuadragésimo sexta. En tan sólo cuatro años, lo que surgió de unos chavales deseosos de animar el ambiente en la jira de Chalana de las fiestas patronales del Otero pasará a celebrar sus bodas de oro.
A lo largo de todo este tiempo, el Descenso ha pasado por momentos buenos y malos, y han sido varios de los unos y de los otros. Los comienzos fueron difíciles, y en 1973 hubo una sola embarcación bajando el río, la de el Club Náutico Campurra, en el que se encontraba el expresidente asturiano del PP, Ovidio Sánchez. A partir de ahí las cosas comenzaron a ir hacia arriba, a sumar embarcaciones y participantes.
En los años noventa llegaron a contarse más de 70 barcos y varios miles de personas, pero luego el número de embarcaciones descendió. El año pasado se batió récord de participantes, con 1.500, pero sólo hubo 33 carrozas. Fue, además, el primer año en el que la organización corría a cargo de la recién creada asociación de Amigos del Descenso. «Estábamos obsesionados con la organización, que no fuera un desmadre», recuerda su presidente, Emilio González.
Este año ya han introducido algunas modificaciones para intentar «que no se desvirtúe» el recorrido por el río. Primero, las embarcaciones inscritas, y luego la gente que va «por libre». Las inscripciones, además, se hacen de forma telemática. Cada carroza debe tener un capitán y este debe registrar a todos los que bajarán con él con su nombre, apellidos y DNI. Lo que no cambia son las ganas de pasarlo bien y el esfuerzo de los lavianeses por crear embarcaciones originales y espectaculares. También sigue ahí, como meta, la sopera, el premio para la mejor carroza. Una idea que surgió de las estanterías de la ferretería Galván y se ha convertido en un emblema.
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