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EUGENIA GARCÍA
MIERES.
Sábado, 12 de septiembre 2020, 01:29
No ingresó en ningún hospital, carece de secuelas físicas y tuvo la suerte de superar en su domicilio la enfermedad que se ha llevado por delante a más de trescientos asturianos. Pero los síntomas del coronavirus que experimentó la mierense Alba Fuertes (1994), más ... allá de cierta pesadez en los ojos y dolor lumbar, también fueron graves. Y quizá menos conocidos: el ostracismo, la discriminación, la presión social e incluso el acoso. Todo porque hizo lo que aún hoy sigue considerando correcto: alertar a todos sus contactos de que había dado positivo tras estar en La Buena Vida, un local «que cumple las medidas y contra el que se está cargando de forma injusta».
-Mucho se ha hablado del origen del brote del local de hostelería La Buena Vida, en Gijón. Usted estuvo allí. Es la 'chica residente en Mieres' que se contagió a la vez que el camarero. ¿Qué ocurrió realmente?
-Un jueves había quedado con una amiga y otro amigo madrileño a cenar y después fuimos a tomar una copa al local, en el que yo trabajaba. Mi amigo avisó a un conocido suyo de Oviedo, que vino con su novia y otros dos chicos de Madrid a quienes no conocía de nada. Estuvimos en un reservado en torno a una hora y después nos fuimos, sin más.
-¿Y después?
-Trabajé todo el fin de semana, el lunes me reincorporé a la oficina y fui a la playa. Me quemé, así que cuando el martes me encontré cansada y con dolor en la lumbar lo achaqué a eso y la falta de sueño. Pero mi amigo me avisó de que tenía fiebre y otros dos chicos también. Así que, por descartar, me hice la prueba.
-¿Y se quedó en casa?
-Sí. Ese día tenía el cumpleaños de uno de mis mejores amigos, pero llamé y expliqué que, por prevención, no iba a ir. Y el 28 de julio me dijeron que era positivo. Ahí se desató todo.
-¿Cómo actuó?
-Antes de que me llamaran los rastreadores hice memoria y fui avisando a todas las personas con las que había estado. Llamé al gimnasio, avisé a la oficina, a La Buena Vida... De hecho, fui yo quien alertó al camarero que se contagió, que había estado con la mascarilla todo el tiempo mientras nos atendió. A él se le señaló.
-Lo peor, ha dicho, no fueron los síntomas.
-No. No tuve fiebre, cansancio, tos ni ahogamiento. No me impedía hacer vida normal. Quizás me alarmé y al querer avisar a todo el mundo la gente empezó a colapsar el sistema sanitario de Mieres, porque mucha gente pasa por el centro deportivo Manuel Llaneza, donde había ido a crossfit el sábado, y querían hacerse la prueba.
-Y entonces envió un audio por WhatsApp para intentar aclarar las cosas que lo empeoró todo...
-Me habían dicho que los dos primeros días tras el contacto no se contagia y quise explicar que la gente con la que estuve estaba avisada y con PCR. Conté lo ocurrido por un grupo y empezó a correr el audio y mi número de teléfono. Cogieron fotos de mis redes sociales e hicieron memes. Comenzaron a cuestionarme, a decir que era una irresponsable... ¡Pero si en el momento en que tuve la primera sospecha me quedé en mi casa y cancelé todo!
-¿Por qué se expuso?
-Me daba igual exponerme al máximo, no me importaba que la gente supiera que tenía el virus, solo quería que quien tuviera sospechas se hiciera la prueba, pero fue todo lo contrario.
-¿En qué sentido?
-Nos hicieron 'bullying'. La gente que me conoce se portó bien, pero a mi padre llegaron a denunciarle porque, habiendo dado negativo ese mismo día, salió a comprarme paracetamol. Me llamaron del servicio de epidemiología a decirme que había habido denuncias y que podían detenerlo por un delito contra la salud pública.
-¿No hicieron aislamiento?
-¡Claro que sí! Ni mi padre se reincorporó al trabajo, ni mi madre ni mi hermano salieron a la calle. Se comieron los 20 días conmigo, estábamos cada uno en su habitación. Todos, incluso mis padres, en cuartos separados.
-¿Nadie les ayudó?
-Mis amigos estaban en cuarentena preventiva, no tenía a quién llamar para que me trajera la compra. Hicimos un pedido al supermercado, llamé para avisar de que lo dejaran en la puerta y cuando supieron quién era, lo cancelaron. Mi expareja tiene dos locales en Mieres y lo relacionaron conmigo, pese a que él tiene novia. La gente dejó de parar allí y tuvo que poner un comunicado. El primer día que salí me gritaban desde los balcones. Fui al banco y desde un coche, cinco chicos con mascarilla me gritaron: «¡La del coronavirus, a su casa!». Bulos, conjeturas... Se dijo de todo sin pensar en el daño que causaban a una persona o a su entorno.
-¿Cómo se tomó su familia la situación?
-Mis padres lo llevan mal, pero yo tengo la conciencia tranquila. No tengo ni que avergonzarme ni que pedir perdón. A nadie le pedí jamás explicaciones porque me pegara un catarro o una gripe, ¿por qué tengo yo que justificarme por salir a la calle?
-¿Se plantea denunciar?
-Me dijeron que lo hiciera, pero quiero pensar que quienes primero compartieron el audio no pensaron la repercusión que podía tener y que no se hizo con maldad.
-¿Cómo está ahora?
-Yo me considero fuerte mentalmente, pero esto puede hundir a cualquiera. Porque yo no tuve un caso grave, pero entre el coronavirus, la posibilidad de perder el trabajo y ser discriminado socialmente puedes destrozar a una persona. La culpa va botando: primero sanitarios, luego extranjeros, más tarde los jóvenes y ahora serán los colegios. Dejemos de echar culpas que no existen y busquemos soluciones. Hay que evitar el enfrentamiento, el señalar con el dedo. Tenemos que ser empáticos y pensar que esto nos puede tocar a cualquiera.
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