EVA FANJUL
GIJÓN.
Lunes, 14 de septiembre 2020, 02:03
«Mamá, sube la manina», le dice Sari Antuña a su madre. La observa en la distancia, tras la valla que cierra el perímetro de la residencia en la que vive. «Súbela, cariño», le repite, pero la mujer, de 86 años, aunque lo intenta ... no consigue apenas levantarla unos centímetros del reposabrazos de su silla. «Mi madre ha perdido mucho desde que no puedo estar con ella», lamenta. Desde junio, cada día acudía a verla al Centro Gerontológico Montevil en Gijón, donde reside. Lo hacía sin entrar en el centro, desde la calle, junto a su hermano y a los familiares de otros residentes, «aprovechando el ratín que los sacaban al jardín». Optó por verla así «para no alterarla», porque dentro la visita era «separadas por una mesa, a dos metros de distancia y con mascarilla».
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Y así, en plena calle, sentadas en sillas de camping junto a la valla del centro, protegidos del sol con sombrillas que amarraban a los barrotes, pasaron las tardes de verano. Sin contacto, sin caricias ni besos, sin confidencias... Rompiendo con cariñosas miradas la distancia insalvable. Las restricciones en las visitas, marcadas por motivos de seguridad impedían, ya entonces, que pudiera «hacer con ella algunos ejercicios y masajes con los que antes manteníamos la mano abierta y la movilidad del brazo», explica.
El 23 de agosto se declararía un brote de covid en la residencia y, desde entonces, el aislamiento es total. «Se suele culpar a las visitas de los familiares y paseos de los residentes de los contagios, cuando estadísticamente está demostrado que son los trabajadores, en la mayoría de los casos, los que ponen en riesgo la salud de los centros geriátricos. Sin embargo las medidas que se adoptan sólo van en perjuicio de los residentes y de sus familiares con protocolos inhumanos», reprocha.
La madre de Sari padece demencia senil. Para las personas como ella el coronavirus representa una doble amenaza. Según el informe de la Dirección General de Salud Pública del Principado 'Mortalidad con coronavirus en Asturias', publicado en mayo el 39,1% de los fallecidos por la pandemia hasta entonces padecían demencias en distinto nivel de gravedad. También cabe recordar que, según este estudio, el 64% de los fallecidos por la pandemia eran personas residentes en centros sociosanitarios.
Tras la dolorosa experiencia de estos seis meses de pandemia, la consigna sigue siendo extremar la seguridad en los geriátricos. Las medidas se centran en restringir las visitas a los centros, así como las salidas de los residentes, pero también en evitar el contacto, manteniendo la distancia de seguridad. Esto supone prescindir de muchas actividades terapéuticas y de ocio con las que se relacionaban socialmente. De las rutinas cotidianas han paso, en algunos casos, a permanecer recluidos en sus habitaciones buena parte del día.
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«Dos horas alrededor de la residencia, a poder ser con un familiar». Ese es el tiempo y el espacio que la madre de Mauro Cuesta puede dedicar al paseo cada día. Ella, de 94, años reside en la Mixta, en Gijón. «Está en pleno uso de sus facultades», destaca el hijo.
Desde hace cerca de 70 años, cuando se quedó viuda, acude cada 20 de septiembre al Cristo de la Salud en Conforcos (Aller). Es para ella «muy importante, lleva haciéndolo toda la vida». Sin embargo, este año no sabe si podrá hacerlo. «En la residencia me dicen que tienen que estudiarlo. Yo me comprometí a llevarla en mi coche a extremar la seguridad en todo momento, igual que cuando sale a pasear», comenta Cuesta.
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Advierte de que «no se dan cuenta de que si no la dejan ir la matan». Al final, «va a resultar peor el remedio que la enfermedad, porque para proteger a los ancianos los aíslan y la soledad también mata», vaticina. Lo que deben hacer «es invertir dinero, contratar a personal cualificado y garantizar que se cumplen las medidas higiénicas, pero no lo paguen con los mayores», reclama Cuesta.
Precisamente «más medios y menos reclusión» es lo que exigen entidades como el Defensor del Anciano. «No es lo mismo un año de encierro para una persona de 30 que para una de 90 años. Lo que ocurre es que la covid es la capa que todo lo tapa. Y no se puede utilizar el virus como arma política ni como disculpa para recortar todo tipo de derechos», critica Marcelino Laruelo, presidente de esta organización.
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Investigadores y médicos coinciden en que el confinamiento pasó una enorme factura a la salud física y mental de los ancianos, institucionalizados o no. Las medidas de seguridad que restringen las relaciones sociales y la rutina diaria, «aunque necesarias, están incidiendo en el deterioro cognitivo y físico de muchos ancianos». Antes de la pandemia, muchas personas mayores «realizaban de manera formal o informal algún tipo de programa de estimulación cognitiva, bien en sus domicilios, bien en los centros de día, pero esto se ha visto interrumpido durante un periodo muy prolongado», explica el Manuel Menéndez, neurólogo encargado de la consulta de deterioro cognitivo del HUCA. En el caso de los residentes en centros geriátricos, el impacto también ha sido emocional. «La pérdida de contacto con sus familiares y con sus amigos se ha traducido en algunos casos en depresión y en mayor ansiedad», señala el doctor Menéndez.
Este factor anímico «está relacionado a su vez con el rendimiento cognitivo, por lo que empeoran aún más», destaca el neurólogo. Ante un problema de larga duración como el que plantea la pandemia «hay que garantizar la seguridad, pero no se puede condenar a las personas a estar recluidas y privadas de todo contacto y relación, necesitan seguir haciendo su vida», insiste.
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La geriatra del Hospital Monte Naranco Olga Saavedra confirma que, aunque no hay todavía datos objetivos, en los últimos meses sí se observa «un aumento del deterioro de la cognición». Aquellos pacientes que ya lo tenían antes «en muchos casos han sufrido un empeoramiento y los que no lo tenían, en algunos casos, la familia ha visto que se han deteriorado», explica.
«Los ancianos necesitan estímulos físicos y cognitivos y estar en contacto con amigos y familiares», indica. «Deberían implementarse medidas tecnológicas para facilitárselos de cara a otro posible confinamiento, recomienda.
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A la inmensa soledad que afrontan muchos ancianos se suma también «el miedo a la enfermedad y a la muerte», apunta la presidenta de la Sociedad Asturiana de Psiquiatría, Elisa Seijo. Las informaciones recibidas desde el inicio de la pandemia hicieron que muchos mayores pensasen «si enfermo, me muero», explica.
Este miedo lleva en muchos casos a la aparición de síntomas de «depresión, de ansiedad y a adoptar conductas de evitación». Además, el confinamiento también «contribuyó al cambio en los ciclos biológicos, afectó al sueño, se perdieron hábitos de vida saludable e incluso favoreció la aparición de conductas adictivas, como un mayor consumo de alcohol», enumera esta psiquiatra.
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Otra cuestión importante a tener en cuenta es que «durante la primera oleada de la pandemia se disminuyó la atención específica no urgente a personas aquejadas de otras patologías y esto también puede ser caldo de cultivo para la aparición de otros problemas emocionales como la ansiedad, la depresión o síntomas obsesivos».
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