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C. DEL RÍO
AVILÉS.
Miércoles, 13 de enero 2021, 00:24
Cabreo, resignación, preocupación e impotencia. Las frustraciones, como las facturas de sus negocios, pesan como una losa sobre los hosteleros, que se vuelven a sentir en el centro de una diana a la que llegan dardos por todas partes. A las restricciones de aforo, distancias y horario con las que han convivido desde la reapertura de mediados de diciembre, se suma ahora el cierre a las ocho de la tarde, la hora en la que muchos avilesinos despejan su cabeza y departen en una mesa de alguno de sus locales de confianza tras terminar la jornada laboral y antes de cenar en su casa. Ahora solo podrán hacerlo quienes pidan la consumición antes de las siete y media de la tarde, la hora a la que se podrá atender al último cliente, y siempre que no se entretengan mucho, porque a las ocho de la tarde la puerta y la persiana tendrá que estar cerrada. «Donde ya es difícil la cuesta de enero, esto ya va a ser la muerte», resumía ayer Beatriz Álvarez, de la sidrería El Carbayu, en El Carbayedo.
Ella, como sus vecinos de calle, Francisco Jesús Díaz, de La Bodega de Agustín, y Elisa Marqués Maestro, del Mesón Viana, creen que el Principado no cierra sus establecimientos porque no puede compensarles económicamente, pero aseguran que con sus restricciones les está empujando a un cierre voluntario. «Tengo dos empleadas, una aún está en ERTE. ¿Qué hago con ellas? Uno ya no sabe a qué atenerse», se pregunta Francisco Jesús Díaz.
Preferirían un cierre total de todos los sectores, salvo los esenciales, como en marzo, en lugar de esta incertidumbre, porque «así no se puede llevar el negocio», entre otras cosas porque los clientes «no adelantan los horarios por el toque de queda».
Se preguntan, además, «dónde están los sindicatos para defender al sector», unos sindicatos a los que sí se ve y se oye cuando los recortes afectan a la industria. También desengañados de las asociaciones gremiales oficialmente constituidas como tal porque «están compradas», solo les queda agruparse en plataformas en las que siguen barajando medidas de presión. Ayer todavía no estaba nada claro qué hacer además de seguir de cerca las negociaciones del anteproyecto de presupuesto municipal. «Valoramos recoger firmas, pero todavía no está decidido», explicaba Beatriz Álvarez.
Detrás del edificio sindical está el Café Cardinal, que tras el confinamiento de marzo no abrió hasta julio. «Con dos mesas fuera en la terraza, para qué iba a abrir. Yo creo que las restricciones deberían ser para todos los sectores. El contagio no se produce en los bares porque aquí ya no hay gente. Desde que abrimos esta última vez parece que somos nosotros los que tenemos el coronavirus», se lamenta su propietario, Fernando Fernández Suárez. Reconoce que él todavía puede resistir porque es una cafetería y, a pesar de cerrar habitualmente a las once de la noche, buena parte del negocio se desarrolla por la mañana, «pero a la restauración la va a matar este cierre a las ocho de la tarde».
En la misma línea se expresa María Luisa Andrade, del Café El Pinchu, en la calle Quirinal. «¿Será este el último cabreo o nos quedan más? No sé a dónde quieren llegar con la hostelería», se desahoga mientras dos de sus clientes leen la prensa sentados en las pocas mesas que tiene disponibles. «Yo de 19 a 23 horas tengo un buen grupo de clientes, pero ahora ya me quedo sin nada. ¿A qué viene esta tontería de cerrar a las ocho? La gente es colaboradora y nosotros cumplimos con las medidas», expresa. Acababa de sacar a su empleada del ERTE, pero «ahora me encuentro con este telar y no sé qué hacer, voy a a probar quince días con la esperanza de que la clientela nocturna adelante su horario», comparte.
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