RAMÓN MUÑIZ
OVIEDO.
Viernes, 12 de noviembre 2021, 04:11
¿Cuántas pruebas necesita un jurado para absolver o condenar a 25 años de cárcel a cuatro acusados? A esta pregunta deben responder los nueve ciudadanos escogidos al azar que cumplen dos semanas como protagonistas mudos del juicio sobre el asesinato de Javier Ardines en ... el verano de 2018. Las primeras sesiones escucharon cómo los procesados mantienen su inocencia y se dicen víctimas de las conjeturas de la Guardia Civil. Luego hablaron los instructores policiales, que describieron los hechos por los que consideran que tanto Pedro Nieva como Jesús Muguruza, Djillali Benatia y Maamar Kelii fueron imprescindibles en el crimen.
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La sesión de ayer la coparon cinco agentes especialistas en criminalística, análisis telefónico, chequeo de las cámaras de Tráfico. Sus informes son determinantes en un caso en el que no hay huellas ni ADN de los asesinos en el lugar del crimen, pero sí indicios si se abre el foco y revisa tanto ese rincón de Belmonte de Pría como los teléfonos, coches, cuentas corrientes y coartadas de los procesados.
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El cuerpo de la víctima apareció «en una vía de servicio que da para las viviendas y fincas de la zona», describió uno de los testigos. «Era una zona aislada y boscosa», conectada a once viviendas que entonces se dieron por ocupadas. El abogado de la acusación particular, Antonio Pineda, pidió al experto que aclarase si era un escenario «ideal para hacer una emboscada». «Totalmente», confirmó el guardia civil.
Ardines apareció sobre su lado derecho. «No presentaba heridas en uñas y dedos». En sus ropas había «un cierto olor a pimienta». También en una de las tres vallas amarillas colocadas en mitad del camino para obligar a la víctima a bajarse del coche. Los agentes peinaron la zona. Se llevaron una colilla «avejentada», revisaron las huellas y marcas en la gravilla, sin poder determinar si eran anteriores al crimen. Había que buscar por otro lado.
Es, investigando el entorno del concejal, como las pesquisas se centran en el móvil pasional. Concretamente en Pedro Nieva. En diciembre de 2017 había grabado una conversación que su esposa, Katia, mantenía con Ardines, y sospechó que allí había una infidelidad.
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El acusado dijo la semana pasada que sí, aquello fue un palo, pero tras unos meses se recompuso y asumió un divorcio del que no culpaba a Ardines. Guiado ayer por la fiscal, el agente que hizo el volcado del teléfono de Nieva fue leyendo un rosario de mensajes que dibujaban un perfil bien distinto. Él repetía «expresiones como 'me muero' en sus mensajes a ella. 'Te he querido más que ha mi vida, recuérdalo siempre'». Los textos intentan mostrar a Katia «lo roto que está por dentro. Su estado mental es de desesperación».
De ahí saltó a los reproches y el control. Tras la grabación «nos aparece en el historial de búsquedas cómo consulta páginas de espionaje, están en las cookies del teléfono, por lo que son entradas voluntarias a las webs», detalló. La desazón se disparó al inicio del fatídico verano de 2018, al constatar Nieva que Katia quiere ir a Llanes. «Es un hombre totalmente enamorado de su mujer», evocó el agente. «Es celoso y el control sobre ella existe», agregó. Le niega el dinero y empieza a relatar la infidelidad a terceras personas. Manda la grabación de los amantes a la mujer y la hija de Ardines porque, escribe, «le quería hacer daño a él».
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Finalmente Nieva hace un viaje relámpago a Llanes y estalla la bronca. Su mujer le señala luego que le tuvo «miedo. Tenías una cara que parecía que me querías hasta matar». A un tercero Nieva le reconoce que la intención de su mujer de irse a Llanes «le ha hecho perder el norte».
El análisis de sus cuentas revela que cada mes «necesitaba aportar 4.500 euros de una procedencia que no sabemos para hacer frente a los recibos». Maneja dinero en metálico que los agentes creen que usó para pagar el crimen. Maamar Kelii, uno de los supuestos sicarios, carecía de libreta. La de Djillali Benatia apenas tenía fondos. Con esos ingresos ninguno «puede hacer frente a los gastos de sus familias». Les urge trabajo extra.
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La conexión entre los supuestos asesinos materiales y el autor intelectual sería Jesús Muguruza. Amigo de Nieva, ante el jurado dijo conocer a Benatia, pero solo de pescar juntos. En las horas después del crimen el argelino le hizo un centenar de llamadas que según las acusaciones revelan su necesidad de contar lo sucedido y elevar la tarifa. El abogado de la defensa quiso hacer ver que no, que eran conexiones fallidas. «No. Eso es totalmente imposible», zanjó el perito. «Es que son datos objetivos. Las operadoras dan los datos de las llamadas, de los SMS y de las conexiones», abundó.
El quinto agente fue el que, con «paciencia franciscana», revisó las cámaras de Tráfico del País Vasco. Las de Asturias y Cantabria miran, pero no graban, lo que merma su utilidad. El guardia aseguró «sin género de dudas» que el Citroen de Benatia salió de Bilbao a las 3.09 en la noche de autos, recorrió 202 kilómetros hasta el lugar del crimen y a las 7.45 estaba de regreso en una cabina de peaje. Habría ido a 133 kilómetros por hora de media. «Hice la prueba con un compañero y se puede», avaló.
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Horas después Katia supo que Ardines estaba muerto, que lo habían asesinado, y escribió directamente a su aún esposo: «Pedro, ¿qué has hecho?». Hoy declararán la viuda y los huérfanos que dejó el suceso.
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