OLAYA SUÁREZ / RAMÓN MUÑIZ
GIJÓN.
Domingo, 18 de marzo 2018, 02:29
«Soy como las de antes, de ensuciar algo y tener que limpiarlo en el momento». Ese supuesto rasgo de su personalidad que el propio Javier Ledo Ovide se atribuía en una entrevista a este periódico horas antes de ser detenido como supuesto autor del crimen de Paz Fernández Borrego ... es unas de las pocas verdades que a juicio de los investigadores aportó a su pormenorizado relato para tratar de demostrar su inocencia después de haber confesado, primero, ser el autor de su muerte. Y, después, decir que Paz se cayó por las escaleras.
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Hablaba entonces Ledo de su premura (usando el artículo femenino) por recoger la cocina después de cada comida, una urgencia con la que también habría actuado en un intento de limpiar la escena del crimen. Su minuciosidad a la hora de tratar de borrar cualquier signo de su actividad criminal en la casa de Navia hizo que solo el avezado olfato de los perros de la Guardia Civil, expertos en la detección de restos biológicos, pudiesen apreciar lo que al ojo humano era imperceptible: restos de sangre en una fregona con la que Ledo, presuntamente, limpió el lugar en el que mató a golpes a la gijonesa.
Coañés de 42 años, regresó a vivir con sus padres a la localidad de Llosorio tras casi una década en Gijón y cuando el juez le impuso una orden de alejamiento de la madre de su único hijo, de corta edad. La relación con la mujer finalizó con una denuncia por malos tratos y medidas de protección que él llegó a quebrantar en más de una ocasión.
En Gijón trabajó por temporadas en varias sidrerías y restaurantes, la mayoría de ellos en el barrio de El Llano. Le gustaba cocinar y el trato con la clientela, pero su carácter conflictivo le llevó a tener problemas en casi todos los establecimientos que frecuentaba, tanto dentro como fuera de la barra.
Regresó a Coaña en 2015 y optó por dedicarse «a les fabes» en la finca familiar, llamada 'Teicellos', sobrenombre con el que también le conocen a él en la zona. Puso en marcha la plantación y al mismo tiempo hacía distintos trabajos en caseríos agrícolas del entorno. «Todo lo que tiene de trabajador lo tiene de trapalleiro», dicen quienes en alguna ocasión le pagaron para que les ayudase a cuidar el ganado o laborar en la huerta. Porque si en algo coinciden los que han tratado con el presunto asesino es en calificarlo como «mentiroso patológico». «Miente más que habla, no se le puede creer nada», aseguran. En una de las fanfarronadas a los que tenía acostumbrados a sus conocidos de bares de Navia, les llegó a enseñar en su teléfono móvil una foto de Paz, explicando que era una acaudalada andaluza, con dos asistentas que la acompañaban siempre, y que tenía intención de desplumarla. La realidad era bien distinta.
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Por esos comportamientos afianzados a base de cincel durante muchos años, a la mayoría no le extrañó el descaro del que hizo gala durante las dos semanas de búsqueda de su «amiga» Paz. Llegó a difundir en sus perfiles en las redes sociales mensajes pidiendo la colaboración ciudadana para encontrarla e incluso clamando justicia después de que el cadáver fuera hallado en el embalse de Arbón, donde supuestamente él mismo lo arrojó.
El presunto asesino de la gijonesa ingresó el lunes en el módulo 3 del centro penitenciario de Asturias. No es la primera vez que pisa la prisión, pero sí que lo hace acusado de un delito de tanta gravedad. En 2009 estuvo casi un mes preso y la Benemérita investiga ahora si puede estar detrás de varios robos con violencia cometidos en la zona del occidente asturiano en los últimos meses. «Era carne de cañón, estaba claro que iba a acabar así...», sentencia un conocido suyo de Navia, localidad que ha visto alterada su rutina por el continuo ir y venir de guardia civiles que trabajan para dejar atados todos los cabos que quedan aún por resolver.
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Paz visitaba con frecuencia Navia. Se habían conocido años atrás en Gijón, en el bar que regentaba la madre de ella en Contrueces. Ledo asegura que únicamente les unía una relación de amistad, un extremo que contradice el entorno de la víctima al señalar que entre ellos había una relación sentimental. «Era mi mejor amiga», aseguró él a EL COMERCIO. Una amiga a la que ni siquiera buscó cuando la familia interpuso la denuncia.
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