El campo clama contra un sistema que multiplica por cuatro los precios que percibe

Mientras en la Junta General se está tramitando la futura Ley de Impulso Demográfico, cuyo camino se frenó al final de la pasada legislatura por los plazos y que de momento no parece concitar el apoyo unánime de los partidos, el campo sigue desangrándose a ritmo acelerado.

Un ejemplo. En el Censo Agrario de 1989 figuraban en Asturias 131.192 personas que realizaban algún tipo de trabajo en la explotación, distribuyéndose en 68.701 titulares, 60.646 ayudas familiares y 1.845 asalariados fijos. Hoy, según recuerdan los propios sindicatos agrarios, el sector da trabajo a unas 11.000 personas. En tres décadas, el entorno socioeconómico del medio rural asturiano ha pasado a ser un mundo completamente distinto.

¿Del todo distinto? No. Por ejemplo, la canal de ternero culón se pagaba esta semana en el mercado de ganados nacional de Pola de Siero a 5,85 euros el kilo, un precio «que es el mismo que me pagaban hace 37 años en pesetas, o incluso inferior», indicó a este periódico en el mercado de San Blas de Proaza Javier Díaz, ganadero de Cabranes. Pero no solo él. Es un discurso generalizado en toda la región. Y eso que en Asturias al menos una de las grandes distribuidoras tira de los precios para el ganadero hacia arriba de forma mantenida, de la misma forma que la existencia de la Central Lechera Asturiana hace mucho porque sus socios cobren una media más elevada por la leche de sus explotaciones de vacuno que la del sector a nivel nacional.

Pero si esos precios, en particular los de la carne de vacuno, se encuentran en niveles del siglo pasado, no ocurre lo mismo con los costes a los que tiene que hacer frente el ganadero.

De nuevo un ejemplo: la mayoría de los ganaderos asturianos tienen que hacer frente a la adquisición en el mercado de la meseta de paja y herbáceas como la veza o la alfalfa. Desde Corniella, en Tineo, el ganadero de caprino Gonzalo Aguera indica que «por una carga de paja y veza por la que hace menos de cinco años pagaba unos 900 euros, acabo de abonar 2.456». Y aporta las facturas que demuestran que la carga es la misma en cantidad y en calidad, pero no en precio, que casi se ha triplicado en menos de un lustro. No hablemos ya de los precios de hace los 37 años aludidos por Javier Díaz.

Los piensos, por su parte, siguen casi al doble del precio en el que estaban justo antes de la pandemia. Esta semana, 417 euros la tonelada, frente a los 287 de «antes de la estampida de los precios». Sí, la covid supuso una notable alza de precios del mercado de cereales (recuerden el colapso del sistema logístico naval mundial, que devino en lo que se llamó la 'crisis de los materiales') agravada posteriormente por la guerra de Ucrania.

Este conflicto en el territorio del país cerealista de Europa por excelencia no solo disparó los precios de los cereales, tanto para alimentación humana como animal. Produjo un efecto adicional: se reconsideró la utilización inicialmente puntual de cereales transgénicos habitualmente vedados por la UE, y eso, en parte, sirvió para otra reconsideración, la acuerdos como el que se estuvo estudiando con Mercosur, hasta que la UE, presionada ahora en las calles y carreteras de toda la unión por las movilizaciones de los campesinos, ha indicado que no se dan las circunstancias para avanzar hacia ese tipo de acuerdos.

Ocurre, sin ir más lejos, que las normativas de calidad, de bienestar animal y de limitación de uso de fitosanitarios que impone la Unión Europea a sus agricultores y ganaderos suponen un coste adicional a los costes fijos de explotación. Y cuando se compite en mercados que amenazan con ser globales y de liberalización absoluta por la vía de acuerdos internacionales, los productores europeos se sienten maniatados por su propia Administración y en desventaja competitiva frente a productores que no tienen que hacer frente a tantas limitaciones, tanta burocracia y tantos costes.

Y si tienen que competir con, digamos, el precio al que Uruguay, Bolivia, Argentina, Chile o Brasil pueden enviar contenedores de carne de vacuno, sin tantas restricciones en la normativa y con costes básicos -sueldos, costes energéticos, etcétera- mucho más bajos que en Europa, los ganaderos europeos quedan en franca desventaja.

Si a eso se le añaden normativas como la limitación que el Gobierno español aprobó vía decreto en diciembre de 2022, por la que las nuevas explotaciones ganaderas en España no podrán superar las 850 unidades equivalentes de ganado mayor (850 vacas madre y sementales, por ejemplo), se avanza hacia el bienestar animal, tal vez, pero también se indica a los ganaderos que no es legal la constitución de ganaderías en las que los costes básicos se repartan entre una cantidad mayor de producción, mientras en China, Estados Unidos, Brasil o Argentina funcionan -y compiten en mercados globales, en particular las tres últimas- ganaderías de leche y de carne con cientos de miles de cabezas y con extensiones territoriales equiparables a las de regiones españolas enteras.

Mientras tanto, en Asturias se mantiene una apuesta por una estructura productiva que en muchas ocasiones sitúa la ganadería como una actividad económica complementaria a otro empleo para sus titulares. Gonzalo Agüera, que gestiona una granja de caprino con miles de cabezas (la limitación a 850 unidades de ganado mayor no le afecta, porque por una parte su ganadería es anterior a la aprobación del decreto y, por otra, una unidad de ganado mayor equivale a diez cabezas de caprino, lo que situaría el límite para una granja nueva en el entorno de las 8.500 cabras) es claro en su apreciación sobre el futuro de la ganadería en Europa, al menos bajo los parámetros habituales en España y, en particular, en las regiones dominadas por el minifundismo: «Ganaderos y agricultores estamos muertos sin saberlo, como los mineros hace 25 años. La mina murió cuando llegó a El Musel el primer barco de carbón de Sudáfrica o de Polonia. Ahora nos ocurre lo mismo a nosotros, con el agravante de que un mayorista brasileño puede mover mucho dinero en las fronteras. En mi ganadería trabajan varios paraguayos, y me cuentan cómo de bajos están los sueldos allí para los trabajadores y qué facilidad de producción que hay en toda Sudamérica, con sus recursos hídricos».

A todo esto se suma que mientras el campo español ha avanzado relativamente poco en su estructura productiva en las últimas décadas (no tanto en cuanto a los medios, porque la mecanización e, incluso, la robotización es ahora norma general, pero sí en cuanto a la estructura empresarial), lo que sí ha cambiado como de la noche al día es la estructura de la distribución. Las tiendas de barrio agonizan, mientras se impone la lógica del mercado. Y este mercado dicta, como denuncian los agroganaderos, que de media los precios que ellos reciben por sus producciones son cuatro veces menores que los precios a los que los acaba pagando el consumidor final (en la parte superior de esta información se muestran varios ejemplos, basados en el estudio mensual que el sindicato COAG publica de precios en origen y destino). No es la leche el producto que más diferencia presenta, pero aún así casi dobla su precio de origen a destino. La carne de vacuno casi lo triplica.