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GLORIA POMARADA
RIBADESELLA.
Domingo, 12 de agosto 2018, 03:14
«Nos han dicho que son los descubridores de la cueva. ¿Se harían una foto con nosotros?». Ruperto Álvarez, Jesús Manuel Fernández Malvárez, Amparo Izquierdo y María Pía Posada interrumpen su explicación del cómo accedieron a Tito Bustillo aquel 12 de abril de 1968 junto ... a otros seis compañeros -Eloisa Fernández Bustillo, Celestino Fernández Bustillo, Pilar González Salas, Fernando López Marcos, Elías Pedro Ramos y Adolfo Inda- para cumplir solícitos la petición de una familia de turistas madrileños. Mientras toman la instantánea, los visitantes se arremolinan a la entrada de la cueva para observarles. Algunos saben que el Principado les ha concedido esta semana la Medalla de Oro de Asturias, otros acaban de enterarse.
Los hoy septuagenarios exploradores aseguran que no siempre desatan la misma expectación en sus visitas a Ribadesella, pero lo cierto es que desde los guías hasta los empleados del Centro de Arte Rupestre les saludan por su nombre y abren puertas a su paso entre la admiración y el respeto. Medio siglo después de su descubrimiento, y con más de tres décadas «de silencio» de por medio de las que les rescataron José Manuel Rodríguez y la Sociedad Etnográfica de Ribadesella, aquel grupo de adolescentes inclinados hacia la aventura siguen siendo la referencia humana que pone rostro y hace palpable la Prehistoria en Asturias.
«Estamos abrumados», cuenta el grupo sobre el aluvión de felicitaciones que reciben estos días, acompañadas de las ineludibles peticiones de relatar una vez más la hazaña. Lo hacen, sin embargo, con emoción y un punto de simpatía, reconociendo que, con el paso de los años, cada uno lo recuerda a su manera. Es el caso del material que portaban en su descenso hacia las entrañas del macizo de Ardines, con discrepancias sobre los metros de cuerda. «Era material prestado y aquella vez nos dejaron poco porque todos los grupos menos el nuestro habían ido a Cueva Huerta, en Teverga», convienen.
El acuerdo llega también al momento en el que las pinturas rupestres se desvelaron ante ellos. Fue Adolfo Inda, apartado del grupo por una urgencia fisiológica, el primero en descubrirlas. «¡Aquí hay pinturas!», recuerdan que gritó al resto al toparse con lo que hoy se conoce como el Camarín de las Vulvas. Tito Bustillo sería el segundo en vislumbrar los trazos paleolíticos, concretamente la cabeza de caballo que se dibujó ante su ojos a la luz de un fogonazo del carburo.
Doce horas después de penetrar por el Pozu L'Ramu, los ocho jóvenes espeleólogos del grupo Torreblanca y los riosellanos Inda y Malvárez salían a la superficie sin ser conscientes de que acababan de hacer historia. «Pensábamos que alguien lo podría haber pintado, pero por si acaso no dijimos nada para asegurar la conservación», explican. En los días sucesivos comenzarían a llegar la prensa y los investigadores, pero también la fatalidad. Apenas tres semanas después del hallazgo, Tito Bustillo fallecía en un accidente de montaña en Quirós.
«Cada vez que venimos nos acordamos de ellos», indican sobre el joven que da nombre a la cueva y el otro fallecido del grupo, López Marcos. Porque ante todo, los protagonistas de aquella «aventura juvenil» eran y siguen siendo «una familia».
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