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R. MUÑIZ / P. SUÁREZ
OVIEDO.
Jueves, 16 de mayo 2019, 01:31
Esta semana el grupo de la ONU consagrado a estudiar el cambio climático publicó un mensaje, uno más de los 24.800 que ha difundido en redes sociales, distinto sin embargo a los anteriores. En él informaba de que la primera semana de mayo fue «la primera en la que la humanidad ha visto más de 415 partes por millón de CO2 en el aire», según datos del observatorio situado cerca del volcán hawaiano de Mauna Loa. La base que en España cumple la misma función se ubica en Izaña (Tenerife), está adscrita a la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) y ha confirmado la misma concentración.
Tenerife está a 1.900 kilómetros de Asturias y Hawai a unos 12.100, y sin embargo sus referencias son válidas para la región, según explica Ángel J. Gómez, delegado territorial de la Aemet. El dióxido de carbono (CO2) es «un gas de efecto invernadero, el más importante de los de larga duración» y su concentración en la atmósfera viene incrementándose «continuamente» sobre todo por «la quema de combustibles fósiles, aunque también por la deforestación y en menor medida por la fabricación de cemento».
El gas permanece en la atmósfera «durante centenares de años», lo que le da tiempo a mezclarse bien con ella, apunta el delegado de la Aemet. Eso significa que al alejarse de las fuentes de contaminación y medir la atmósfera libre -esto es, por encima de la capa de aire más próxima al suelo- «la concentración de CO2 es casi la misma independientemente del punto del planeta en que midamos».
Esta coincidencia entre el dióxido de carbono en cualquier lugar fue descubierta en los años 50, y motivó la toma de registros en el volcán hawaiano. «En España las medidas comenzaron a hacerse en Izaña en 1984», apunta. Ambos enclaves tienen gran altitud, están situados en islas «y por encima de la inversión térmica subtropical», detalla Gómez. Es decir, sus medidas describen el dióxido de carbono que hay de fondo en la atmósfera, en cualquier lado.
Por eso los datos de uno y otro sitio coinciden, y por eso la Aemet solo toma registros en Izaña. «Es el mejor sitio para hacerlo de toda España», refrenda el especialista. Lo contrario ocurre sin embargo con la contaminación de gases reactivos (como el dióxido de azufre o el de nitrógeno) y la de micropartículas de tipo PM10 o PM2,5. «Su vida media es muy corta, y los efectos de estos contaminantes son locales, en el entorno de las fuentes de emisión», aclara.
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Es decir, la polución por micropartículas castiga directamente a los asturianos que viven cerca de la fuente de emisión, mientras la del CO2 se reparte por todo el mundo. Ello no obsta para que Asturias tenga una huella notable en la cuestión. En marzo el Ministerio para la Transición Ecológica publicó su último informe por comunidades. En él atribuye a Asturias la emisión de 25,9 millones de toneladas en 2017, lo que supone un 5,28% más que el curso anterior. Térmicas, siderúrgicas, quemas, cementeras y coches provocan que por cada asturiano se liberen 25 toneladas de CO2 a la atmósfera; es una proporción 3,4 veces superior a la del resto del país.
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