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«Dicen que la pantalla crea adicción. Pero yo no he visto a nadie adicto al Excel». Rebeca Cerezo Menéndez es profesora de la ... Universidad de Oviedo, investigadora del Grupo de Aprendizaje Escolar, Dificultades y Rendimiento Académico y con esa contundente frase llama la atención sobre lo mismo que muchos expertos en estos últimos días: «El debate no puede quedarse en la superficie». El debate no puede ser si dispositivos digitales sí o no, porque ya están mayoritariamente en el aula y, sobre todo, en la vida de los menores, sino sobre su uso y su fin. «Quitar los dispositivos de las escuelas supone perder la oportunidad de hablarles del bueno uso o los usos apropiados», defiende María Esther del Moral Pérez, catedrática y miembro del grupo de investigación sobre Tecnología y Aprendizaje en la Universidad de Oviedo. «Hay una competencia digital que hay que trabajar en la escuela: enseñar a buscar fuentes apropiadas y fiables, las herramientas al servicio del aprendizaje.... no podemos renunciar a eso», añade.
Desde que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, anunciara hace algo más de una semana que iba a aprobar una importante restricción de las pantallas en los centros escolares el tema ha ido creciendo hasta ocupar buena parte del debate político. Siete comunidades, entre ellas Asturias, han anunciado ya restricciones en las aulas, con más o menos contundencia. Han hablado padres, docentes, directores, políticos... Pero ¿qué dicen los expertos? Para empezar, que el tema es mucho más complejo de lo que se está planteando.
«Hay evidencias científicas de los peligros de las pantallas y es una cuestión de salud pública, pero hay que aterrizar las cosas ver los detalles», advierte Rebeca Cerezo. Y lo dice, para que quede claro, alguien que «no soy defensora de las pantallas en las aulas y, desde luego, no como sustitutos de los libros de texto, que son irreemplazables». A partir de ahí, «las opiniones están muy bien, pero hay que ir a la evidencia científica. ¿Que las pantallas generan problemas del sueño? Sí, pero ahí la pantalla del cole no tiene nada que ver, porque el niño no está en clase a las nueve de la noche». Porque, más allá de todo eso, «para cuestiones o casuísticas concretas son una herramienta fantástica y muy poderosa». Para la intervención, por ejemplo, con necesidades educativas especiales.
Y porque, sobre todo, «no podemos mezclar las cosas. Las aplicaciones educativas, que suelen estar bien cuidadas, no son precisamente el contenido más adictivo. No podemos mezclar los usos del colegio con las redes sociales, por ejemplo». Cerezo propone que el uso de los dispositivos sea analizado previamente: «Hay que ver qué queremos conseguir. ¿Mejorar los resultados académicos? ¿Aumentar la motivación de los alumnos? Analicemos las aplicaciones y herramientas, más allá de que nos las 'venda' cualquier gran compañía. No se trata de si usa el dispositivo o no, sino para qué lo usa, con qué fin, qué herramienta, cuánto tiempo...» Como añade Del Moral, la cuestión debe pasar siempre «por planificar muy bien las actividades» y el uso que se va a dar a dichas pantallas, esto es, por una «planificación rigurosa y seria».
Tiene esta experta muy claro que los recursos digitales «nos abren un mundo de experiencias que, de otra forma, no es posible replicar en el aula, como las visitas virtuales a museos», aunque su compañera Cerezo defiende que «no hay nada que se haga en la pantalla que no se pueda hacer de otra forma».
Lo que es evidente es que «nos movemos en un mundo digital y hay que enseñarles para que consigan un uso adecuado». Pero el debate seguirá...
«Es necesario establecer una colaboración estrecha entre la escuela y las familias; no se puede criticar el uso en el aula si luego no hay control en casa», dice la catedrática María Esther del Moral, quien apuesta por emprender, de forma conjunta, «una intervención educativa que ayude a los menores a gestionar el tiempo que pasan en redes, que sean conscientes de las horas que están conectados, de cómo se acostumbran al ocio pasivo, de cómo disminuye su calidad de sueño». Como hay que concienciar, también, «de la repercusión penal de determinadas cosas. De todo eso deben ocuparse familia y escuela», defiende. «Las familias deben saber qué hacen sus hijos en internet, exige atención y seguimiento y promover también en casa un ocio no digital. Si criticamos una cosa no podemos apalancarnos en el sofá a ver series».
Como hay que ocuparse también de la reputación digital, algo de lo que los jóvenes no suelen ser demasiado conscientes. «Si exponemos todos nuestros datos y nuestra privacidad, nos puede afectar en un futuro». No olvidemos, señala la investigadora, que es la primera herramienta a la que acuden muchos empleadores: analizar nuestro yo virtual.
Mientras Del Moral insiste en la necesidad del trabajo conjunto, Rebeca Cerezo se felicita de que se haya abierto el debate y ahora también se ponga el foco en el uso educativo porque «precisamente por llevar ese apellido, el 'educativo', nos parecía que todo estaba bien. Así que, las pantallas no son el demonio, pero está bien parar el balón y mirar hacia los lados». Se muestra de acuerdo también en hacer un análisis por edades e indica que, aunque ya hay muchos estudios, aún faltan investigaciones para saber hasta qué punto, por ejemplo, los malos resultados en el informe PISA están relacionados con el uso de las pantallas porque «el descenso en comprensión lectora es multifactorial». Porque, como explica Del Moral, las investigaciones se han centrado más en los efectos psicosociales que en la correlación entre la comprensión o con el rendimiento académico.
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