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ANA RANERA
GIJÓN.
Jueves, 8 de septiembre 2022, 01:55
Carlos López-Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958), el investigador más laureado de la Universidad de Oviedo, su número uno, con una trayectoria apabullante a sus espaldas, se convertirá hoy en Hijo Adoptivo de Asturias.
El catedrático de Bioquímica y Biología Molecular -uno de los mayores especialistas mundiales en frenar los efectos del paso del tiempo a través del estudio de los mecanismos moleculares del envejecimiento, el santo grial en el que lleva décadas trabajando, en el reto de lograr una «longevidad saludable»- recibirá la distinción tras la propuesta del presidente del Principado, Adrián Barbón, de concederle este reconocimiento que, a decir de muchos, tardaba en llegar y se sumará a las numerosos premios que tiene en su haber.
Será una deuda al fin saldada que fue recibida con una unanimidad casi sin precedentes en la Junta, donde todos los grupos políticos estuvieron de acuerdo en otorgarle una distinción más que merecida a este aragonés de cuna que ha desarrollado su extensa y exitosa carrera dentro de los laboratorios de la Universidad asturiana. Una eminencia mundial de cuyo tesón han salido trabajos que han abierto las puertas a importantes vías de investigación para patologías como el cáncer, la artritis o distintas enfermedades hereditarias. Un hombre que suena para el Nobel por todos codiciado y que ha tirado sin desmayo por esta pequeña universidad del Norte de España y, con ella, de toda una región en la que los fondos escasean hasta poner al límite de la supervivencia a su propio laboratorio. Y eso, después de rechazar, una y otra vez, las suculentas tentaciones de los más punteros centros de investigación del planeta.
Pero López-Otín eligió a esta Asturias en la que cree, a la que tanto quiere y que tanto le debe. Una región a la que llegó tras coger un tren que lo alejaría para siempre de Sabiñánigo, donde sus paisanos han dado su nombre a la escuela donde aprendió los primeros números, las primeras letras, y se plantó en Zaragoza para cursar hasta tercero de Química y el caprichoso azar se encargó del resto. Porque ni la capital aragonesa ni la asturiana ofertaban estudios de Bioquímica. Y, mientras que él decidía trasladarse a Madrid para seguir su vocación, otra química veinteañera, asturiana para más señas, viajaba hacia el mismo punto con idéntico objetivo. Un cruce de rectas que encendió la chispa que lo traería al Principado para casarse con Gloria Velasco, la mujer con la que tendría a sus dos hijos, a quienes transmitiría su pasión por el conocimiento y su mirada humana de la ciencia, además de la afición por los pájaros de quien es, en sí mismo, «una rara avis». Exigente con él mismo hasta límites insospechados (apenas duerme cuatro o cinco horas), pero extremadamente cercano y firme en sus convicciones.
Porque, como explica su tocayo Carlos Suárez -quien fuera director de la Finba-, «la relevancia de Otín es internacional. De hecho, en las universidades más relevantes del mundo, como las de Estados Unidos y otros sitios, hubieran deseado tenerlo en sus equipos. Creo que aquí no ha tenido todo el reconocimiento que merece y se le aprecia mucho más fuera de nuestra región, en el extranjero. Parece que no nos damos cuenta de que el futuro de la región es tener gente que cree y que innove como ha hecho él». Algo que ya ha empezado a cambiar. Y porque, como cuenta el biólogo y bioquímico Mario Fraga, desde que se estableció en esta tierra, «Carlos ha hecho mucho por el Principado. Él puso el nombre de Asturias en el mapa para el entorno científico internacional y lo hizo sin ser asturiano». Pero es que, además, la sociedad asturiana aplaude y quiere a Otín porque siempre ha estado de su lado, como una figura cercana que tiende la mano, que se implica en los problemas de sus gentes con la generosidad que solo demuestran los grandes: «Siempre se ha volcado con cualquier persona que le planteara un problema que tuviera que ver con cuestiones de salud o de genética, y eso no lo hacen todos. Por eso es un asturiano más, porque se vuelca con las pequeñas cosas». Uno de los nuestros.
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