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ARANTXA MARGOLLES
GIJÓN.
Miércoles, 29 de noviembre 2017, 01:01
Más de dos kilómetros y medio de nado en el Cantábrico de mediados de septiembre eran, en 1930, una hazaña digna de ser considerada el mayor 'derby' de natación en Asturias, pero hasta ese año nadie se había planteado si también sería posible hacerlos vistiendo un engorroso bañador que, al cubrir el torso entero para tapar los atributos femeninos, pesase el doble que los demás. Nadie se habría imaginado que una mujer pudiera recorrerlos hasta que llegó ella: Esther Sastre, nadadora de veinte años, se lanzó al agua el 12 de septiembre de aquel año sin sospechar que un día aquello le supondría tener una calle con su nombre en Gijón. «¿Qué les parece?», escribió, al día siguiente, el redactor de EL COMERCIO que había presenciado la hazaña. «¡Y luego dicen por ahí que es el sexo débil! ¡Vamos, hombre! ¡Tan fuerte como el que más!». Acalambrada y agotada, batida por sus compañeros, pero feliz de haberse atrevido a competir, por fin, en igualdad de condiciones con los varones, Esther Sastre rechazó la ayuda de la canoa de salvamento que acudió en su ayuda cuando supuso que estaría demasiado cansada para llegar a la meta. No ganó, pero ensombreció la victoria de Gumersindo Ruiz. Esther no era la primera -ni sería la última- de las muchas mujeres que, en Asturias, rompieron los esquemas de las sociedades en las que les tocó vivir.
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Quizás suene al lector de más edad el nombre de Cándida Aguirre, profesora que tuvo su Academia España allá donde hoy se levanta el Colegio San Lorenzo. Mucho antes, Aguirre fue la primera mujer con título académico en convertirse en profesora de cátedra en una Escuela de Comercio en España; y lo había hecho en el Gijón de 1914, poco después de obtener el título. Hubo de ser difícil ser pionera en aquella época.
Afortunadamente, ahí estaban los deportes para facilitar el tránsito de la mujer como ángel del hogar a ser independiente. Estadounidense, pero de ascendencia asturiana, María Bernaldo de Quirós estaba destinada a convertirse en nuestra Amelia Earhart particular al lograr, en 1928, ser la primera piloto española. Recordadísimo fue su primer vuelo sobre Asturias, en agosto de 1929: en una avioneta verde, dio varias vueltas entre Oviedo y Gijón causando sensación entre el público, que se rifaba por subir a acompañarla, y aprovechó para impulsar la creación del Aero Club de Oviedo. «Que se preparen», proclamaría la aviadora antes de que el franquismo enterrase su figura bajo la sombra de su compañero, Díaz de Lecea, ministro del Aire con Franco a finales de los 50. En 1933 otra asturiana, Gloria Cuesta (de La Felguera pero que murió en Madrid) conseguiría por primera vez en España el título de Aviación Civil.
Por aquellos mismos años se licenciaban en Medicina y Cirugía las primeras asturianas: Carolina Alonso en 1926, puericultora y posteriormente encargada de la alimentación infantil en la Gota de Leche de Gijón; Matutina Rodríguez, canguesa de Besullo y licenciada con la misma especialidad, en 1927 (era hermana, por cierto, de Alejandro Casona); y Pilar Echeverría, obstetra y ginecóloga nacida en el Rosal ovetense, en 1930. El despegue de la formación femenina, impulsado por la ley del 8 de marzo de 1910 que igualaba la matrícula en estudios superiores de hombres y mujeres de forma oficial, sufrió, claro, un frenazo en la posguerra. Eran malos tiempos para estudiar, aunque ciertas estadísticas apuntaban a que, en cada promoción, a partir de 1945, se licenciaban más de un centenar de abogadas en España y algunas que ya lo eran, como Carmen Menéndez Manjón, siguieron ejerciendo. Alicia Salcedo, por cierto, quien tuvo el honor de ser la primera abogada de Asturias (era de Oviedo y se colegió en 1935), se marchó a Venezuela años después.
Quedaban muchas. Los 60 fueron su momento. Un goteo constante de noticias en la prensa a partir de mitad de aquella década indica cómo, de forma lenta pero segura, las mujeres vuelven a volver dejarse ver y, por vez primera, asumen también trabajos alejados de los estudios universitarios y considerados, desde siempre, puramente masculinos. EL COMERCIO entrevista, en febrero de 1977, a Ángela Díaz, primera camionera en el puerto de Gijón y natural de Serín que contaba cómo, en una ocasión, un guardia de tráfico de Torrelavega la había exhibido, cual elefante de circo, al resto de conductores, llegando a parar la circulación para que presenciasen el espectáculo que, por entonces, suponía ver a una mujer conduciendo un camión de 25 toneladas.
Podríamos llenar páginas de todas las pioneras que abrieron camino en Asturias. Serían muchos nombres, muchos campos, muchas batallas personales las que conformaron la guerra por la igualdad real. Ignacia Quirós, primera mujer patrón de segunda de motor en embarcaciones de recreo, en 1966 -en la misma convocatoria suspendieron su padre y su novio-, María del Carmen Crespo, primera ingeniera agrónoma de Asturias y que, sin embargo, ocupó espacio en la prensa por resultar Reina del VI Festival de la Manzana, también en 1966. Pilar Solís, primera maestra industrial de Avilés en el 78 o, ese mismo año, Juana Vázquez, que ganó una de las veinte plazas del curso en natación de la prestigiosa escuela de Izarra... Todas sus historias ponen cara y nombre a una lucha que ya nadie podría parar: la de normalizar, hasta que nunca más fuera noticia que una mujer pudiera llegar a ser tanto o más que un hombre, nuestras vidas.
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