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O. ESTEBAN
GIJÓN.
Miércoles, 5 de diciembre 2018, 03:22
Ha trabajado como maestro de Primaria, profesor de Bachillerato y universitario. Ha publicado títulos como 'La escuela contra el mundo', 'El valor del esfuerzo' o 'El arte de educar en el sentido común'. Gregorio Luri, filósofo y pedagogo, es muy consciente de que sus ideas no gustan a todos. Pero las dice alto y claro. La última ocasión, hace unos días en Oviedo, en el tradicional Homenaje al Docente que organiza el sindicato ANPE.
-Defendió hace solo unos días que «el mayor capital de la educación es el profesorado». Y luego hemos sabido de los casos de acoso, de padres que van al juzgado a reclamar mejores notas, de docentes de baja...
-Vivimos un proceso en el que es difícil ser optimista. En países como Inglaterra y Francia las agresiones van a más y cada vez son más virulentas. Es estúpido no tenerlo en cuenta.
-¿Cómo hemos llegado a esto?
-Si tuviera la respuesta... No es geometría pura. Hay un conjunto de factores. Si tuviera que priorizar, dejando claro que no es el factor exclusivo, diría que la posición clientelar con la que vamos al colegio, con esa sensación de que 'el que paga, manda'. El trato que una sociedad da a sus profesores y sus médicos suele ser similar y esto es exactamente lo que están denunciado los médicos.
-¿Y por eso hay quienes creen que sus hijos tienen siempre razón?
-Hay un porcentaje cada vez mayor de personas que consideran que los servicios públicos son como un hotel en el que tienen derecho a ser atendidos. Pero hay otros muchos elementos que explican la perplejidad de los padres. En 'El camino', de Delibes, un niño le dice a los otros que quiere estudiar para progresar. '¿Y qué es progresar?', preguntan. 'Trabajar menos que mi padre y cobrar más'. ¿Hay alguien ahora que crea que sus hijos van a lograr eso? Hay muchas complejidades. Pero no se pueden ocultar los problemas
-Y buscar soluciones.
-Aunque nunca tendremos la garantía plena. Gente que no sabe comportarse ha habido siempre. Pero ahora hay quien cree que las instituciones deben sernos fieles incondicionalmente, aunque nosotros solo lo seremos de forma condicional. Es una enfermedad social, no escolar.
-¿Una de las soluciones pasa por otorgar autoridad al profesor?
-Sí. Pero la autoridad no es algo que se pueda dar, sino que se tiene que ganar. Y, aunque a muchos compañeros no les guste esto, no todo el mundo sirve para este trabajo.
-Usted defiende la exigencia, la disciplina, la memorización... Cosas que no están muy de moda.
-Esto requiere una explicación larga... Los que me preocupan son los alumnos pobres. Para encontrar un trabajo necesitas dos cosas, o buenas relaciones o buena preparación. Los ricos ya tienen las relaciones, aunque no tengan la preparación. Pero los pobres, o tienen las competencias... Esto no significa que yo esté en posesión de la verdad, pero es lo que creo. Hablo de disciplina como la formación en la autodisciplina y, por lo tanto, en el aprovechamiento del tiempo. Las familias culturalmente ricas, además, tienen posibilidad de extraescolares, viajes... En las desfavorecidas, lo que los niños no aprendan en la escuela no lo van a aprender. En estos tiempos de ideología blanda, en la que decimos a los padres que sus hijos son maravillosos, de escuelas de ositos de peluche... Hace poco un director de una escuela me decía que estaban trabajando el aprendizaje no memorístico. Eso es una soberana imbecilidad. Si lo aprendido no está en la memoria, no está.
-Advierte de que la tecnología no debe ser el centro del sistema.
-Hay una carrera detrás del invento de la innovación. Se ha de investigar, pero de manera rigurosa y científica, porque juegas con un material muy importante. Uruguay fue el primer país en dar un ordenador a cada niño y el resultado fue un desastre. No vivimos en la sociedad del conocimiento, sino de la sobreinformación. Hay que olvidarse de tantos teóricos que no pisaron un aula.
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