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ANUARIO 2020: La cultura se rebela y resiste al virus
ANUARIO 2020

La cultura se rebela y resiste al virus

Las cancelaciones, los aplazamientos y las reducciones de aforo han marcado el devenir en teatros, museos y espacios culturales

M. F. Antuña

Gijón

Miércoles, 30 de diciembre 2020, 13:02

Con el cerrojazo total, con el confinamiento que nos golpeó a todos en marzo, la cultura cerró puertas pero abrió muchas ventanas. Con museos, teatros, auditorios, salas de conciertos clausurados, la red se convirtió en vibrante lugar de encuentro, en punto de fuga, y los artistas, generosos, cantaron, bailaron, compartieron todo su talento para ayudar a pasar el trance. La cultura se rebelaba contra la infección que a todos nos tenía metidos en casa mostrándose en pantalla y se revelaba sanadora, útil, necesaria.

Pero de poco sirvieron los conciertos en 'streaming', las charlas, los relatos confinados, porque no se les ha premiado con idéntica generosidad. Si bien se han establecido ayudas para un sector que vio cómo sus ingresos se quedaban en cero durante el estricto confinamiento y se reducían notablemente por mor de los continuos aplazamientos o cancelaciones, han sido insuficientes.

Han ido cayendo eventos uno a uno. O han ido reinventándose. Un ejemplo, el Gijón Sound, el festival musical que tuvo que decir adiós en la confinada primavera, que quiso volver reconvertido en una suerte de programación musical del FICX y que acabó siendo 100% 'online', con conciertos grabados en la Laboral. Al final lo real y lo virtual han ido intercalándose, acoplándose, acomodándose a cómo evolucionaba la pandemia.

La Semana Negra fue el primer gran festival que tuvo que reiventarse C. Santos

Porque si bien en mayo, en la primera fase de la desescalada comenzó la reapertura de los museos, siempre con aforos limitados por supuesto, cuando ya volvía a instalarse el otoño, volvían a cerrar otra vez sus puertas a medida que la situación de Asturias se hacía más dramática dejando atrás, eso sí, miradas singulares sobre obras tan importantes como la pintura de Orlando Pelayo o el mundo de los Brueghel en el Bellas Artes, los grabados eternos de Picasso en el Niemeyer o la fotografía del irlandés Eamonn Doyle en el Antiguo Instiuto de Gijón. El caso de las salas de exposiciones es el ejemplo de un ir y venir constante, de la incertidumbre continúa por la que ha ido atravesando la cultura.

Los ejemplos son múltiples. La Semana Negra renunció a su ADN callejero y se atrincheró en el interior del Centro de Cultura Antiguo Instituto. Los aforos y los accesos controladísimos para la parte presencial, que la hubo en una suerte de ejercicio de resistencia, y la virtual, que acercó a Gijón a los autores no españoles que no pudieron desplazarse. Se hizo, hubo feria del libro, premios y mucho debate.

Óscar Mulero en 'Encajados', en la caja escénica del Teatro Jovellanos J. Pañeda

También se reinventó el Metrópoli, que llevó a la plaza de toros diferentes conciertos con el público sentado, enmascarado y sin poder bailar. Pero el tiempo demostró que es posible bailar sentado y cantar con la mascarilla. Y el disfrute fue mayúsculo después de tantos meses ansiando el contacto directo. Otro festival, el Tsunami, se canceló en el último momento por razones de seguridad y se reinventó con una serie de conciertos cuando ya acababa un verano raro, sin fiestas, sin escenarios de Poniente y la plaza Mayor en una Semana Grande sin fuegos. Pero Gijón, escenario por antonomasia de la cultura veraniega, optó por una fórmula que ha llegado para quedarse y que pasa por descentralizar la cultura. En diferentes espacios de la ciudad y a la misma hora, conciertos y espectáculos al aire libre de aforos pequeños y con todo el público fichado.

Mientras, en los teatros, primero aforos reducidísimos y después más amplios antes del nuevo cierre que acaeció en otoño. Un ejemplo, el Jovellanos, que pasó el verano recibiendo a unas cien personas por función, algo menos de un diez por ciento de su capacidad, y que cerró el año llenando un 40% de sus butacas.

Los programadores se han vuelto locos este año. No ha sido fácil cambiar de plan de manera continuada, aplazar, mover, reprogramar. Una chifladura a la que parecen ya haberse acostumbrado. Lo saben muy bien en la ópera de Oviedo, con un trajín infinito entre PCR a todos los artistas, ensayos con mascarillas y aforos reducidos a la mitad. Pero con eso y todo, el recrudecimiento otoñal de la pandemia llevó a retrasar 'Madama Butterfly' con Ainhoa Arteta al frente y a que se juntaran sobre las tablas del Campoamor este título con otro, 'Fidelio'. Una demostración de fuerza, de poderío de la cultura para cerrar el año más raro del mundo.

Público con separación para la OSPA en el Teatro Jovellanos J. C. Tuero

Pero al final, con mucho esfuerzo, hubo ópera en vivo y en directo. Sin embargo, el Festival de Cine de Gijón tuvo que resituarse por completo y pasarse al cien por cien al formato 'online'. Mantuvo, pese a todo, el 98% de la programación prevista, que en lugar de las salas se vio a través de las plataformas Filmin, para las secciones oficiales, y Festhome, para el resto, mientras que se ponía en marcha un aula FICX en la que hablar y debatir con los directores presentes. El palmarés, con el jurado cada uno en su casa, fue mayoritariamente femenino y con una asturiana, Celia Viada, que se llevó siete premios. Fue un final inédito, con tres nuevas secciones a concurso, con un ex aequo en la sección Retueyos (primeros, segundos y terceros largometrajes) para la española '9 fugas', de Fon Cortizo, y la polaca 'Marygoround', de Daria Woszek. Kelly Reichardt se llevó el premio de mejor película con 'First Cow' en Albar (para cineastas consagrados). 'La calle del agua', ópera prima de Celia Viada Caso sobre la olvidada fotógrafa asturiana Benjamina Miyar, se hizo, entre otros, con el premio a la mejor dirección de Tierres en trance, sección en la que el galardón a la mejor película fue para 'Chaco', de Diego Moncada.

No fue fácil el devenir de marzo a diciembre, porque además de arte, de música, de danza, de teatro, de ópera con los que aliviar el trance, hubo también mucho hueco para la protesta, para la reivindicación, para clamarse los artistas esenciales y necesarios y para solicitar ayudas, apoyo y respaldo público para lidiar con el caos económico. Pero, pese a todo y contra todo, se siguió creando, imaginando, haciendo cine, estrenando teatro, componiendo canciones y haciéndolas sonar.

De izquierda a derecha, Carlos López Otín, Ana Merino y Fernando Aramburu. E. C. / J. Simal

El Aula de Cultura de EL COMERCIO también se reinventa y suma el formato 'online'

La presentación de 'Destrucción masiva', el libro sobre uno de los capítulos más oscuros del espionaje español, obra de Fernando Rueda, se presentó en la Escuela de Comercio el 11 de marzo con el Aula de Cultura de EL COMERCIO en una de sus habituales colaboraciones con el Ateneo Jovellanos. Al día siguiente, el salón de actos, igual que todos los espacios públicos de Gijón, se cerraba por la pandemia. Al Aula, como a todos, le ha tocado reinventarse. Y tras unas primeras semanas de inactividad, volvió a la carga. Las actividades fueron presenciales siempre que fue posible, y así el Aula se sumó al programa de la Semana Negra con David Trueba, Carlos Bardem, Ana Merino y Manuel Vilas o a la de la Feria del Libro de Gijón, con el homenaje a Sepúlveda o Manuel Astur. Pero como ningún acto ha podido volver a ser multitudinario, combinamos el formato con el digital y retransmitimos en 'streaming' cada uno de las presentaciones y de las conferencias.

Las hubo que solo pudieron ser a través de la pantalla. Ocurrió con la charla mantenida entre Fernando Aramburu e Ignacio del Valle para presentar el último libro del autor de 'Patria'. Sucedió con Isabel San Sebastián, con Carmen Yáñez, con Andrés Pascual. También con Carlos López Otín, que desde nuestra redacción, presentó en primicia su 'Sueño del tiempo'. Otra científica, la directora del CSIC Rosa Menéndez, pudo dar su charla con público, y también, claro, como el resto, a través de ELCOMERCIO.es. Demostrando que, en esta casa, la cultura es y será siempre un bien esencial.

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