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AZAHARA VILLACORTA
Lunes, 11 de noviembre 2019, 03:18
Hace ya mucho tiempo que Ángeles Caso (Gijón, 1959) no es «la chica mona que daba el parte» o «la petarda de la tele», como le llegaron a decir. Con los sesenta cumplidos y sin el agobio de la fama, está escribiendo un ... relato de sí misma «bastante apaciguado. El de alguien que ha aprendido a asumir que la vida no es fácil, que está llena de tropiezos, pero también de momentos esplendorosos. He aprendido a disfrutar de ellos y a no recrearme en los errores. Creo que estoy aprendiendo a vivir en paz con la vida». Medita, camina por el monte, disfruta a lo grande con sus sobrinos-nietos. Pero, además, a punto de que su nuevo libro llegue a las librerías, la escuchan en la radio y prepara el guion de una película. «Y, después años trabajando el soledad, que a veces pesa mucho, la vuelta al trabajo en equipo es un alivio. Y mucho más divertido».
-Tras una temporada viviendo en Asturias, se ha marchado. ¿Por qué?
-Me he ido por razones diversas. La fundamental, porque tenía que estar más cerca de Madrid por trabajo. Y, lamentablemente, Asturias sigue estando tan lejos de Madrid como hace cincuenta años. Muy lejos. Muy caro. Los asturianos deberíamos tener la consideración de insulares, porque realmente lo somos. Porque, claro, la manera rápida de viajar a Madrid es el avión, pero hay un monopolio. El precio de los billetes en comunidades tan aisladas se negocia en los despachos, pero hay una indiferencia por parte de los políticos asturianos. Igual que se perdieron los vuelos internacionales, tampoco se supieron pactar los precios. Se hace en otros sitios. No es imposible. Y eso está entorpeciendo mucha actividad.
-Ha dicho de nosotros que somos demasiado quejicas.
-En Asturias hay una especie de cultura del victimismo. La gente se queja mucho y actúa poco. El chigre da mucho juego, pero luego se hace poco. Pero no: las razones fueron la lejanía y la carestía.
-¿A los sesenta se ven las cosas más claras?
-Los cumplí hace cuatro meses y todavía me siento rarísima. Aún no me he recuperado del shock. Pienso: «¿Pero cómo voy a tener yo sesenta años?». No me identifico nada (Risas). El día que me dijeron que ya me podía sacar la tarjeta dorada de Renfe, me lo tomé fatal. Aunque luego me la saqué. Eso es aceptación, un concepto muy budista que no tiene nada que ver con la resignación, porque la resignación implica pasividad. Yo nunca seré una mujer resignada. No va con mi carácter. Pero sí he aprendido a aceptar y eso da mucha paz.
-¿Por qué nos cuesta tanto aceptar el paso del tiempo?
-Cuesta, cuesta. Impresiona. Tenemos ahí fijado el comienzo de la decadencia y no tiene por qué. De hecho, yo creo que estoy en un momento bueno. Creativamente, vitalmente, estoy muy bien. Y, además, perdí el mismo año a dos amigas -una a los 53 y otra a los 54- y, cuando pienso en mí misma, que sigo cumpliendo años y me siguen saliendo arrugas, intento celebrarlo por las que ya no están y alegrarme. En este proceso de aceptación, ya me estoy dejando las canas (Ríe).
-¿Nota la presión social?
-Esa presión es terrible. No se te permite que te cambie el cuerpo, que engordes, que envejezcas. Creo que tenemos un problema social grave. Más centrado en las mujeres, pero no solo, porque cada vez me encuentro a más hombres que no aceptan la edad que tienen. Y es absurdo. Son tan artificiosas todas esas personas que se operan y se requeteoperan intentando buscar una juventud eterna que no existe y que van a acabar siendo monstruos... Yo he visto en la playa a gente muy mayor y muy operada que son como el monstruo de Frankenstein. Hay que preocuparse por otras cosas. Por ejemplo, por envejecer con buena cabeza, con tranquilidad, con alegría y pasándoselo lo mejor posible. Poner toda la energía en negarse a que pase el tiempo es una tontería que dice mucho de la banalidad de esta sociedad.
-¿Por cuestiones como esa tiene también sentido el feminismo?
-El feminismo siempre ha sido necesario para alzar la voz contra el patriarcado y sigue siéndolo, absolutamente. Y quien crea lo contrario se equivoca. Una cosa es el discurso político de los supuestos defensores de la igualdad, pero luego ellos mismos dificultan que haya mujeres que estén a su mismo nivel. A veces, incluso, de manera inconsciente. Porque la igualdad se dificulta de muchas maneras: con los horarios de trabajo o cuando se organizan reuniones a las ocho de la tarde. Que las reuniones del poder se hagan muchas veces en prostíbulos también atenta contra ella.
-¿Percibe también esa banalización a la que antes aludía en el sector editorial?
-Totalmente. Estamos atravesando un momento muy triste para la literatura, porque cada vez se publican más frivolidades, más libros que no tienen el más mínimo interés. Y, en cambio, lo que toda la vida tuvimos por buena literatura -que es algo más exigente, más complejo, y que requiere un esfuerzo mucho mayor por parte de los lectores y de los escritores- va desapareciendo. Las editoriales están jugando a eso: a publicar solo lo muy comercial y a abandonar lo literario. Es muy preocupante porque eso lo que indica es que estamos en una sociedad que va a ser cada vez más inculta y, por lo tanto, cada vez menos libre. Más manejable y menos crítica. Empiezo a pensar que esto no es inocente. Que hay un interés por 'asnarizar' a la gente. A veces, me resulta muy desolador ver cómo la crisis ha sido una excusa para cargarse la actividad cultural en este país. Somos muchos los creadores que tenemos la sensación de que ha pasado Atila y creo que la ciudadanía no se está dando cuenta o no le importa, porque no se moviliza. En los debates políticos ni siquiera se alude a esto, ¿y qué país puede presumir de ser un país rico si no tiene una cultura rica, si no tiene buenos escritores, cineastas, artistas plástico, científicos? No es posible.
-Hablando de debates electorales, hoy volvemos a las urnas. ¿Votará Ángeles Caso?
-Sí. Ya he votado por correo. Creo que afronto estas elecciones como la mayor parte de los ciudadanos y, sobre todo, como los que somos votantes de izquierdas: con preocupación y con decepción. Y, además, asustada porque no veo que se estén tendiendo manos que se tendrían que tender. No veo que nadie esté dispuesto a dar un paso atrás y no sé que va a pasar. El optimismo que sentí en abril me lo robaron y creo que pueden pasar cosas graves como que no se llegue a acuerdos de mínimos. Es fundamental llegar a un pacto de mínimos. El que sea. Las posturas maximalistas de los dos partidos que han intentado negociar, Unidas Podemos y el PSOE, nos han llevado a esta situación.
-Difícil escenario con una crisis en puertas.
-Yo no sé hasta qué punto existen de verdad. ¿Realmente hay un momento en el mundo en el que el dinero que existe deja de existir y entonces entramos en crisis? Creo que no. Y, en caso de que dejase de existir, ¿cómo deja de existir?, ¿lo succiona un aparato succionador de billetes? No lo entiendo. Las crisis no dejan de ser montajes del sistema capitalista, en parte consciente y en parte inconsciente, que sirven -como se vio con la última, de la que todavía no nos hemos recuperado- para apretarnos más las tuercas a la gente común. Y, ahora, se ha vuelto a poner en marcha el aparato succionador de billetes. Pero, claro, ese aparato nos quita los billetes a unos y los deposita en las manos de otros. Porque resulta que acabo de ver la lista 'Forbes' y los millonarios españoles son todavía más ricos que cuando se hizo la última. O sea, que el dinero sigue estando ahí. Lo que pasa es que cada vez se acumula más en las mismas manos. Es decir: el análisis marxista tenía razón en todo esto. ¿Nos van a volver a patear cuando todavía no se terminaron los golpes de la anterior?
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