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L. RAMOS
ARRIONDAS.
Miércoles, 4 de noviembre 2020, 01:41
«Si llego a saber que se nos iba a venir encima todo esto no me habría metido en la compra del bar, porque no creo que exista una palabra para definir lo que siento ahora mismo». Tras cada una de las persianas de los ... negocios que hoy no abrirán hay una o varias historias personales y ayer, apenas unas horas antes de que entrasen en vigor las nuevas restricciones decretadas por el Principado, la parraguesa Elena Botan, de 38 años, compartía la suya, marcada por la crisis sanitaria. «Empezamos con este proyecto, que nos hacía muchísima ilusión, en octubre del año pasado, cuando aún no se había oído hablar del coronavirus», rememoró. La irrupción de la pandemia en España la pilló en un momento en el que «ya no era posible echarse atrás, ya tenía la compra y el aval». «Metimos todos nuestros ahorros aquí, pero empezó el confinamiento y no pudimos abrir El Camperu hasta mediados de mayo», indicó. «Ahora, seis meses después, hay que echar el cierre y no puedo saber lo que nos espera mañana, eso da mucho miedo», reconoció.
Pese a lo complicado de la situación, Elena trataba ayer de mantenerse animada, pues «hay que tirar adelante como sea, no queda otra, tengo una niña pequeña»; pero la voz se le quebraba al pensar en su única empleada. «Es muy duro, estamos mirando a ver cómo lo podemos hacer, pero es una preocupación que te llevas a casa, no te la puedes quitar de encima», señaló.
La angustia y la incertidumbre de Elena Botan la compartían muchos comerciantes y hosteleros de la comarca oriental, como la joven diseñadora canguesa Triana Martín Valdés. En los escasos dos años que tiene su tienda de ropa, esta es la segunda vez que se ve obligada a cerrar las puertas, con temor a no poder volver a abrirlas en una buena temporada. «Ya es bastante difícil abrir un negocio en la zona rural, por lo que esta situación desilusiona y te hace replanteártelo todo», reconocía, señalando que ya el primer estado de alarma hizo que tuviese que prescindir de su única empleada. Pero lejos de rendirse, la joven tratará de dar salida a sus creaciones a través de internet con «ofertas como envío gratis o descuentos destinados sobre todo a la gente de la zona».
«Ya llevábamos dos semanas mal y ahora va a ser aún peor; ya cerró gente tras el primer confinamiento y me temo que algunos no reabrirán después de esto», lamentaba desde Arriondas el dueño de El Tonel de Gigi, Gigel Ciubotariu. Como su colega, se hacía cruces para decidir qué hacer con sus seis empleados, ya que «no quiero perderlos». Y apuntaba que «ahora la gente se juntará en las casas, donde no hay control como sí lo hay en la hostelería». Desde el Ramsés, en Infiesto, Benjamín Sánchez no podía ocultar su enfado con una decisión que considera «injusta». «Veo ilógico que la gente ande por la calle y nos obliguen a cerrar, si se quieren juntar lo harán igual», advirtió, y recalcó que «estamos todos preocupados, tenemos familia y no sabemos cuándo podremos volver a abrir».
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