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Rosana Suárez
Jueves, 22 de septiembre 2022, 20:10
Rotos de dolor llegaban a la iglesia parroquial de Santa Catalina de Lavares los familiares de Juan José Fernández, víctima de un accidente de tráfico mortal en la madrugada del miércoles 21 de septiembre cuando se cruzó con un coche que circulaba en sentido ... contrario en la A-66, a la altura de El Caleyo (Ribera de Arriba). Centenares de personas les esperaban en las proximidades del templo para acompañarles en la triste despedida. Lo hacían tres meses y medio después, en el mismo lugar donde el pasado 2 de junio despedían a su padre, Emilio Fernández. Este pequeño núcleo rural de Santo Adriano, donde residen medio centenar de vecinos, se quedó pequeño para recibir a familiares, amigos, compañeros del fallecido y allegados que aún no se podían creer lo ocurrido. «Son segundos en los que no da tiempo a nada», lamentaban entre sollozos al recordar el trágico accidente.
El suceso tenía lugar poco antes de las siete de la mañana, cuando Juanjo Fernández se dirigía a su trabajo en el Ayuntamiento de Grado y se cruzó en su camino un vehículo en sentido contrario, procedente de la plaza Castilla de Oviedo. En el siniestro se vieron implicados también un camión y otros dos vehículos, resultando heridas cuatro personas, dos de ellas graves. Juanjo fue la única víctima mortal. «Estamos todos destrozados, hoy estamos viviendo una situación absurda e injusta. Cualquier palabra sobra», expresaba esta tarde el párroco Rafael Giménez, que en ningún momento se separó de la familia, a la que mostró todo su afecto. Santa Catalina de Lavares se quedó pequeña para despedir a uno de sus «más jóvenes vecinos». Con los bancos y pasillos llenos, decenas de personas aguardaron frente a las puertas de entrada. Y ante el abarrotado templo, donde era difícil contener las lágrimas, el párroco dio las gracias a todos los allí presentes. Lo hizo en nombre de la familia y también en el suyo propio. «El mayor regalo que se puede hacer en una situación tan dolorosa como esta es estar al lado», manifestó.
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«Hoy los consejos valen poco, no hay derecho», comentaban a la salida de la iglesia parroquial y de camino al cementerio algunas vecinas de Lavares. «Adiós, Juanjo», decían entre lágrimas ante el nicho del joven de 40 años, donde había depositadas dos decenas de coronas de flores. Entre ellas, la de sus compañeros de trabajo del Servicio de Obras del Ayuntamiento de Grado y de la comisión de festejos de Lavares. Aún consternados, en el pueblo le recordaban como un hombre «muy trabajador y mañoso». Pese a que había nacido en Lavares, donde recientemente había terminado la construcción de su casa, el fallecido residía en Mieres. Desde allí se dirigía a Grado cuando perdió la vida. El fatal accidente ocurrió cuando se dirigía a su trabajo. Era el último de cuatro hermanos, estaba casado y tenía dos hijos de corta edad. Formado en FP, había cursado sus primeros estudios en el colegio Soto de Ribera. «Venir a esto... Es el destino, la vida», añadían algunos amigos llegados del concejo vecino de Proaza.
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