PABLO SUÁREZ
AVILÉS.
Martes, 4 de septiembre 2018, 01:27
«Noté que el autobús se escoraba hacia la izquierda y entendí que algo estaba yendo mal». Eran palabras de Álvaro Fueyo apenas dos horas después de que viese cómo el autobús en el que viajaba con destino Gijón colisionaba brutalmente contra uno de los pilares de hormigón ... que sostienen el puente de la autopista a su paso por Llaranes. «Pese a lo que pueda parecer, sucedió todo de una forma muy lenta», detalla quien, pese al choque, consiguió salir por su propio pie del vehículo. «Tuve que saltar por encima del conductor. Tras el impacto la gente apenas gritaba. Todo el mundo estaba en shock», contaba.
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Ubicado en la ventana izquierda de la cuarta fila del autocar, Fueyo recuerda a la perfección la trayectoria descrita por el autobús momentos antes del accidente. «Empezamos a desviarnos hacia la izquierda y, de repente, uno de los separadores viales reventó la cristalera del lado derecho. Segundos después impactábamos contra el pilar de hormigón», relata. En ese espacio mínimo de tiempo, este joven avilesino pudo reaccionar lo justo para abrocharse el cinturón, una acción que bien pudo salvarle la vida. «Se te pasan mil cosas por la cabeza. Cuando vi que teníamos un problema pensé en tirarme al freno de mano o algo así, pero lo que me salió fue atarme el cinturón y prepararme para el choque», explicaba sentado en una silla de ruedas, pero con un claro gesto de alivio. «Realmente no me creo que no tenga más lesiones. Los cortes que sufrí son profundos, pero la cosa no ha ido a mayores», reconocía en la sala de espera del Hospital de San Agustín.
Fueyo era ayer perfectamente consciente de su fortuna. «Lo que vi cuando salía del autobús era desolador. No quiero entrar en detalles porque las imágenes eran escalofriantes», decía quien, tras abrir los ojos, se encontró el pilar de hormigón a apenas unos centímetros de lo que quedaba de su asiento. «Rápidamente salté y me tumbé en la carretera. No pude hacer otra cosa», explicaba mientras gesticulaba con las manos, en las cuales se pueden apreciar algunos cortes y arañazos.
Respecto al comportamiento del conductor del autobús, quien sufrió la pérdida de una pierna a consecuencia del impacto, Fueyo no recordó haber presenciado una actitud fuera de lo normal. «No dio ninguna voz ni parecía que hubiera sufrido ningún tipo de ataque. Al menos desde mi asiento no aprecié nada extraño en él. Sin embargo, la sensación cuando nos desviamos a la izquierda era la de que no había nadie al volante», afirmaba.
Recordó también que el autobús no circulaba a una velocidad excesiva, ni se percibió un brusco acelerón por parte de los pasajeros. «Íbamos a una velocidad tranquila, la que imagino es normal en este tipo de carreteras. No puedo decir que haya notado un cambio brusco del ritmo ni un giro repentino hacia la izquierda, fue una trayectoria continua», insistía. Prueba de ello es la ausencia de marcas de neumáticos en la carretera, claro indicador de que la desviación del vehículo a la izquierda no fue algo repentino. «No soy capaz de explicarme lo que pudo pasar», reconocía Fueyo.
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Al contrario que en el interior del autobús, donde Fueyo afirma que la mayoría de pasajeros presentaban un fuerte estado de shock, en el exterior tanto los operarios de la obra colindante como los usuarios que circulaban tras el autobús accidentado, corrieron rápidamente a socorrer a los heridos. «El comportamiento de los testigos fue espectacular. Los trabajadores de la obra y el resto de conductores se dieron prisa en alertar a los servicios de emergencia y tratar de ayudarnos en todo lo posible a los pasajeros», destacaba este joven avilesino.
En el tiempo que transcurrió desde que se produjo el impacto hasta que llegaron a la zona las primeras unidades sanitarias, todos los allí presentes trataron de, por un lado ayudar a salir a aquellos viajeros que se encontraban en condiciones físicas de abandonar el vehículo, así como calmar a aquellos que ya lo habían hecho por su propio pie. «Tuvimos la suerte de que el autobús iba a la mitad de su capacidad, porque si no la imagen podía ser mucho peor», reconoce al tiempo que dice recordar que las primeras filas del autocar estaban repletas. «Me parece haber visto a dos personas por fila o algo así. Esos fueron los peor parados tras el impacto».
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Junto a Fueyo, casi sin atreverse a soltarle un solo minuto la mano, sus tíos observaban con lágrimas en los ojos a su sobrino. «Afortunadamente no tardaron mucho en decirnos que estaba bien. Fueron momentos de mucha confusión y al final ha quedado en un susto tremendo para lo que podía haber sido», declaró su tía desde la sala de espera, en un momento en el que esta empezaba a llenarse de familia y amigos de los pasajeros del autobús. «Mi hermana iba sentada en una de las filas del medio y gracias a Dios apenas ha sufrido algunas magulladuras. Viendo lo que ha pasado, que la den ya el alta es maravilloso», explicaba otra de las familiares.
Desde el hospital avilesino optaron por enviar a sus domicilios a los accidentados que presentaban las lesiones más leves. «Entendemos que dada la impresión causada por lo sucedido, para muchos lo mejor es recuperarse en sus casas junto a sus seres queridos», señalaron fuentes hospitalarias.
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Con ello, a medida que avanzaba la tarde fueron saliendo un buen número de los heridos leves. Una de las primeras fue Alba Caride, corverana de 25 años de edad y que se dirigía a Gijón para comer con una amiga. «No me enteré de casi nada del accidente porque iba con el móvil, por lo que apenas tengo algún recuerdo anterior al impacto. Todo iba normal y de repente sentí un brutal impacto», contó la joven sobre la colisión.
Lo que no olvidaba Caride fueron los momentos posteriores al brutal impacto. «Segundos después de chocar la gente empezó a llorar. La imagen era aterradora, mucha sangre y muchos cuerpos en el suelo», describe quien perdió su teléfono tras el accidente. «Gracias a que una de las pasajeras me dejó su móvil pude avisar a mi familia de que me encontraba bien», contó.
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El parte de lesiones de Alba Caride fue, teniendo en cuenta el estado de algunos de sus compañeros de vehículos, relativamente leve, con tres dientes rotos, varias contusiones y una ligera fractura en los dedos de una mano.
«No dijeron que se encuentra bien, así que nos la llevamos para casa a que se recupere con calma y digiera el susto», contaron sus algunos de sus familiares, quienes abrazaron con alivio a la joven una vez esta atravesó por su propio pie el pasillo de urgencias, copado de médicos y personal de seguridad desplazado al lugar para garantizar que los profesionales pudieran proceder con total tranquilidad. «El volumen de trabajo que tenemos es grande, pero somos más que suficientes para realizarlo de la mejor manera», garantizaba una de las enfermeras.
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