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A simple vista, camina sola. Y a paso firme. Una mirada más atenta descubre tras ella, –lo suficientemente lejos como para que tenga intimidad, lo suficientemente cerca como para actuar en caso de urgencia–, a una pareja. En este caso, hombre y mujer. Pero también pueden ser solo uno de ellos. Van de paisano, aunque, en ocasiones, apuestan por hacer visible su uniforme.
La mujer que camina sola guardará su anonimato bajo el nombre ficticio de María. Es una de las 844 asturianas que tiene protección policial. Es víctima de violencia de género y cuenta con una orden de protección, una medida judicial que incluye, entre otras herramientas, la orden de alejamiento de su agresor. Hasta junio pasado, fueron concedidas 435. «Pero nosotros ampliamos la protección cuando al concluir la medida consideramos que es necesario el seguimiento».
Lo dice Alejandro García, integrante, junto a Laura Clemente, y dos compañeros más, del flamante equipo VioGen de la Compañía de Langreo de la Comandancia de Gijón que la Guardia Civil asturiana estrenó en enero pasado. Tiene la Benemérita ocho equipos en total. García y Clemente son dos de los escudos de protección de María. Ella no lo duda: «Estoy viva gracias a la Guardia Civil».
Y no lo dice por decir. «Desde que logré la orden de protección, mis hijos y yo hemos logrado una estabilidad familiar y una tranquilidad que no habíamos tenido en nuestra vida». Su pesadilla comenzó, rememora, al poco de casarse, pero no fue hasta un año después de divorciarse cuando se decidió a denunciar.
«El matrimonio fue muy malo, con agresiones, control y, sobre todo, violencia psicológica, que es la más difícil de demostrar, pero todo se disparó al separarnos». Ella pensó que «con la separación todo se acabaría, pero fue al contrario». La marcha de ella y los críos de casa no aplacó al agresor. Ni tampoco que cambiaran de concejo para vivir, estudiar y trabajar. El ataque que la llevó a denunciar se produjo en plena carretera.
«Iba en el coche con los críos y apareció en su vehículo detrás de nosotros». La persecución, con riesgo de accidente de tráfico, iba agravada con amenazas telefónicas. «Los niños no paraban de llorar». Hasta que, de repente, «creí ver la salvación: un coche policial». Craso error.
«La persona que me atendió dijo que no veía ningún delito». Aunque no logró el apoyo buscado, la parada sí tuvo una doble respuesta: sirvió para que el agresor dejara la persecución y, «lo más importante, sirvió para que al día siguiente me decidiera a denunciar lo que nos pasaba».
Esa denuncia la hizo ante la Guardia Civil. «Y todo cambió», insiste. «Nuestra función es el seguimiento, la protección y el asesoramiento, junto a las patrullas territoriales, de las víctimas con caso activo en el VioGen (el sistema de seguimiento y protección de las víctimas de violencia de género)». Reitera García que lo hacen «tanto con las que tienen unas medidas en vigor, como con aquellas que las finalizaron, pero consideramos que, por circunstancias, debemos continuar con el seguimiento»,
Una protección, explica, que varía mucho según el nivel de riesgo que el VioGen dé a cada caso. En un abanico que va desde el más bajo, 'no apreciado', hasta el más alto, 'extremo', los casos del VioGen tienen otros tres escalones de alerta: 'bajo', 'medio' y 'alto'.
«Siempre hacemos entrevistas personales. El seguimiento, después, lo marca el protocolo y va desde llamadas telefónicas cada dos meses, cada mes, cada semana, o la vigilancia es permanente». En el caso de María, «estuve en situación de riesgo extremo», recuerda. «Y el acompañamiento fue las 24 horas del día», remarca Laura Clemente.
En ese nivel de alerta, el extremo, «lo primero que vimos fue el coche patrulla delante de nuestra casa. Eso ya fue una tranquilidad», explica María. «También estamos aparcados frente al lugar de trabajo. Y estamos a la entrada y salida del cole de los críos», apunta Alejandro Díaz.
Durante los días siguientes, los agentes de la Guardia Civil la acompañaban a cada paso. Pero no solo ellos. Laura Clemente explica que no son únicamente los cuatro integrantes del equipo VioGen los encargados, en estos momentos, de proteger a 87 mujeres con orden en vigor y a otras doce sin ella, «que consideramos siguen teniendo un riesgo».
En la protección de todas «está implicada toda la Guardia Civil: tanto las unidades de Seguridad Ciudadana haciendo protección en los domicilios, en los lugares de trabajo, en las entradas y salidas de los colegios; como nosotros haciendo el seguimiento, acompañamientos. Todos tenemos un papel». Un 'todos' que, en el caso de la Benemérita, incluye, también, a los agentes del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona).
El riesgo 'extremo' se mantiene, describe Alejandro García, «mientras no se detenga al agresor o las circunstancias nos indiquen que ya no existe un riesgo mortal hacia ella». Un agresor con el que ellos también hablan.
«No solo nos entrevistamos con la víctima, sino también con el agresor. Mientras se mantenga el nivel de riesgo 'extremo', el control es total», señala García. Porque, independientemente del nivel de riesgo, «nosotros hablamos con todos los implicados», es decir, con la víctima, pero también con el agresor.
«Le decimos a él en qué situación se encuentra y a qué se expone si quebranta las medidas en vigor», cuenta Laura Clemente. Una conversación y una presencia al lado de la víctima «que tiene un efecto disuasor» ante el agresor.
Y a ella le dan detalles de todo. «Cualquier cambio en la situación de su agresor le es notificado». Y, claro, también hablan con los hijos. «No hay un perfil único de víctima de violencia de género», coinciden García y Clemente, «hemos tenido hasta cuatro menores víctimas», rememoran. Y apuntan «hay más concienciación y vemos que las mujeres jóvenes denuncian antes».
Aunque no hay un nexo común entre las víctimas, «sí es verdad que la mayoría de las mujeres con las que nosotros trabajamos tiene hijos». Unos menores con los que también habla el equipo VioGen. «Si a la madre le decimos que cambie sus rutinas, de número de teléfono móvil y su perfil en las redes sociales, a sus hijos les explicamos, de forma que lo entiendan, qué es una situación de riesgo y qué pueden hacer ellos».
En todos los casos, «pactamos una palabra o un gesto clave entre madre e hijo. Que el menor sepa que cuando oye a su madre decir esa palabra o hacer ese gesto, él o ella deben pedir ayuda, o quien tengan más cerca o, si pueden, llamarnos al número de teléfono que les damos».
En el caso de María, la palabra clave no ha sido utilizada aún. «Porque, ahora mismo, vivimos en una estabilidad feliz. Sé, no obstante, que es una burbuja, que no es real, que cuando acabe la protección, lo más seguro es que él vuelva a molestarnos, pero, mientras dura, me siento feliz de ver a mis hijos felices».
Por eso, ella aconseja a las personas que se encuentren como ella estaba antes de contar qué le pasaba, «que denuncien. Que acudan a la Guardia Civil y les digan qué les está ocurriendo».
Porque, los expertos insisten en que la denuncia no debe centrarse en ese último momento de violencia que lleva a una víctima a denunciar, sino que debe recoger todo el proceso de malos tratos. «Y es cierto. Nosotros les decimos que nos cuenten todo, que estén tranquilas, que con todo lo que nos digan nosotros haremos una percepción del riesgo más real», dice García.
Reconoce que «el paso de la denuncia es el más difícil para la víctima, porque va a romper un vínculo matrimonial o familiar, y va a encontrarse con familia o amistades que no lo entienden, pero siempre recomendamos denunciar». Porque «la agresividad del autor siempre va en aumento. Cuanto antes la víctima dé el paso de denunciar antes se puede cortar el problema», dice.
Un paso, señala Laura Clemente, «en el que estarán acompañadas. Nosotros les ponemos en contacto con el Centro Asesor de la Mujer (CAM) más cercano a su residencia, para que se informen de todos los apoyos que pueden recibir. A todas les preocupa el después: '¿Qué va a ser de mí si denuncio?' nos dicen». Una pregunta que se hizo también María. Desconocía «que tenía derecho a abogada o a atención psicológica». Coincide en que denunciar «no es fácil», sobre todo «cuando lo has ocultado».
Porque de amistades sorprendidas sabe ella mucho. «Alguna amiga me dijo, después de denunciar y tener la orden de protección, que cuando me veía con un ojo morado o alguna herida, siempre había creído mi versión –'me di un golpe con la mesa', 'resbalé y caí en la cocina'...– porque como mi marido era siempre tan encantador...».
La charla se suspende cuando suena el teléfono. «Equipo Viogen», contesta Alejandro García. Al otro lado, una víctima. «Tranquila, vamos para allá». María apunta: «Que denuncie».
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