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M. M. C.
Jueves, 29 de junio 2017, 01:07
Un equipo científico dirigido por Mario Quevedo, investigador del Departamento de Biología de Organismos y Sistemas de la Universidad de Oviedo y de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad, ha concluido que la fragmentación del hábitat del urogallo cantábrico no está afectando al declive de la especie, como podría esperarse. Más bien, las conclusiones del análisis apuntan a que el cerca de un centenar de individuos analizados en cinco valles del occidente de la Cordillera Cantábrica «se mueven con cierta facilidad y se cruzan entre sí».
El estudio científico se realizó mediante el ADN extraído de excrementos de urogallos de los valles de Alto Sil (León), Degaña, Hermo, Leitariegos y Muniellos (Asturias). El investigador indicó que se trata de zonas humanizadas que podrían comprometer el tránsito de las aves, pero del análisis del ADN se determinó qué urogallo estuvo en ese lugar, hacia dónde se movió e, incluso, quiénes fueron sus padres, entre otras cosas. Fue así como se concluyó que no había evidencias de aislamiento de los urogallos en estos valles.
Los distintos grupos de individuos se están cruzando entre sí, a pesar de la fragmentación de los bosques asturianos y Mario Quevedo apunta que «es obvio que ha habido pérdida de hábitat, aunque no suficiente para explicar por sí solo el actual declive de la población. No descartamos que pueda haber problemas genéticos».
Lo cierto es que el hábitat de esta ave forestal está fragmentado por los usos históricos del territorio y por los modos de destrucción más recientes y agresivos. Este estudio científico, que fue publicado en la revista 'European journal of wildlife research', trataba de comprobar si esa fragmentación producía una pérdida de conectividad entre las diferentes poblaciones de urogallos y si podía ser una causa de la continua pérdida de ejemplares.
Los investigadores advierten de que el mínimo estimado de cobertura forestal se alcanzó en la primera mitad del siglo XX y, aunque en la actualidad haya más bosque que entonces, es posible que los efectos negativos tarden décadas en notarse. El estudio resalta que «ahora podríamos estar sufriendo las consecuencias de los niveles forestales más bajos alcanzados hace un siglo. De ahí que cobrara fuerza la hipótesis de la pérdida de hábitat y el consiguiente déficit de intercambio genético como causa del riesgo de extinción del urogallo, hasta que ahora esta hipótesis se ha descartado». Como conclusión, se puede decir que para ese declive «no existen causas claras».
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