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CHELO TUYA
Domingo, 26 de marzo 2017, 01:52
Quería ser geólogo, pero acabó siendo el primer jefe de Inspección de Turismo del Principado. Mucho antes, con su título de ingeniero agrícola bajo el brazo, Armando Fernández Guerra (Oviedo, 1949) había entrado en el cuerpo de inspectores del Ministerio de Comercio. Con las transferencias, pasó a Consumo, donde estuvo más de una década controlando qué nos vendían a los asturianos. Se jubiló tras 25 años controlando qué turismo ofrecemos.
Comercio, Consumo, Turismo... ¿Con qué se queda?
Fueron actividades muy diferentes en tiempos muy distintos. Las jefaturas de Comercio Interior tenían como objeto controlar lo que se vendía. En los mercados había puestos reguladores. Por ejemplo, si los criadores de pollo se ponían de acuerdo en subir el precio, el Estado desde el puesto regulador, bajaba el precio y les hundía.
¿Quién surtía a esos puestos?
El Estado. Pese a estar en el otro extremo, el sistema de Franco era el mismo que el de la URSS: controlar el mercado. En realidad, ahora sigue pasando lo mismo.
¿No hay libre competencia?
Solo hay que ver los precios de la gasolina, de la sidra, el pan... Incluso en turismo llegaron a invitarme, hace muchos años, a una reunión de hoteleros que se ponían de acuerdo para fijar los precios.
Pero antes pasó por Consumo.
Cuando llegaron las transferencias las jefaturas de comercio interior se deshicieron. En medio, saltó el escándalo de la colza, apareció el Instituto Nacional de Consumo y las direcciones generales de Consumo. Pasé automáticamente. Sin opción.
¿Hubo colza en Asturias?
Algo por la zona occidental, muy poco. Hicimos un barrido absoluto. Lo de la colza fue un escándalo tremendo. Fue por intereses espurios de gente que quiso hacer dinero. Se compraba aceite a 5 y se vendía a 25. El negocio era redondo. El propio ministerio tuvo que palparse la ropa, aunque de aquella saltaban pocas cosas. Bueno, como ahora. Porque con la cantidad de dinero de Europa que ha llegado aquí...
Cuenta el sector que hubo mucha subvención para rehabilitar casas rurales que no se abrieron.
Si hubieran puesto los mecanismos legales para que eso no ocurriera... Me cansé de enviar informes en los que pedía que se exigiera un balance anual de actividad o que se ampliara el plazo para poder utilizar la casa como domicilio.
Entonces, ¿ocurrió?
Sí, muchos cobraron subvención para rehabilitar la casa rural, pero luego nunca la abrieron al público. Esperaban los cinco años que fijaba la subvención y 'cesaban'.
¿No se podía actuar contra ellos?
No. Conocí a un madrileño que rehabilitó así su casa y nunca la abrió al público. Nosotros investigábamos, pero la respuesta siempre era la misma 'Tengo la casa llena'. Asturias fue una región privilegiada en cuando a subvenciones. Si se hubiese planificado bien hoy seríamos la joya de la corona.
¿Por qué no lo somos?
Porque se gestionó de pena.
¿Por ejemplo?
El Centro de Investigaciones Científicas hizo un experimento sociológico. Eligen varios puntos de España, entre ellos, Taramundi. Nace en Asturias el turismo rural, aunque Navarra diga que lo inventó ella. Se logró que los Oscos, a los que se tardaba un día en llegar, estuvieran comunicados. Se crearon grandes casas rurales, la marca Paraíso Natural...Y luego se abandona.
¿No le gustó la de Yogui?
No, nada...Dejamos morir iniciativas buenas como la del turismo rural. Asturias tienen un mal endémico: es una región subsidiada que genera poco tejido empresarial. Somos muy buenos relaciones públicas, pero malos emprendedores.
Los asientos de El Molinón
¿Es duro ser inspector?
Era más difícil en Consumo. Hemos tenido que ir hasta con la Guardia Civil. Una vez me lanzaron un cuchillo, pero se clavó en la puerta. Han amenazado con pegarme. Hay que entender que, a veces, llegas en mal momento. Solo se denuncia un 20% de lo que ocurre y, de esas denuncias, muchas son por competidores. Una vez tuvimos que llevarnos todo el marisco de una boda.
¿Dejó a los novios sin banquete?
(Risas) Comerían patates guisaes. Fuimos por una denuncia. Era momento de veda. También fue duro lo de El Molinón.
¿Fueron a investigar las pipas?
(Risas) No, a medir los asientos. Había un trasfondo político detrás que se me escapa. Decían que el aforo era falso. Y tuvimos que ir dos veces a medir. Pero era correcto.
¿No han intentado comprarle?
(Risas) Sí, pero me daba tanta vergüenza que no prefería pensar que se estaban equivocando. Una mujer me siguió con el dinero y me lo dejó en la acera. Allí se quedó.
¿Lo más raro que vio?
No sé....Vi tantas cosas raras (se muere de risa).
Comparta alguna.
El comensal que se traía de casa su propia cucaracha, en una caja de cerillas. La que se alojaba en hoteles y, para no pagar, decía que le habían robado en la habitación...Una vez fui a restaurante asiático y me encuentro con una anciana colgando por una ventana.
¿Huía?
Era un bajo, ya había sacado a varios niños e intentaba salir ella, pero quedó colgando. Pensaba que era un inspector de trabajo. (Risas).
¿Hay más fraudes en restauración que en alojamientos?
La restauración es mucho más complicada. Trabajan con productos perecederos, deben trabajar muy rápido y para mucha gente. El alojamiento es más cómodo.
¿Nos engañan con las habitaciones: dan individuales por dobles?
(Risas) Siempre critiqué que se quitara esa información que antes estaba tras la puerta. Sí, lo hacen. Pero un hotel venda habitación sencilla como doble es la menor de las picardías. Con la crisis que tienen, deben evolucionar.
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