Gonzalo Suárez, en una imagen tomada este mes en su casa de Madrid.

Un cineasta que escribe y pinta en las pantallas

Desde la década de los 60, Gonzalo Suárez es uno de los creadores más originales del panorama nacional

alberto piquero

Martes, 21 de febrero 2017, 03:40

Poco después de publicar dos de sus últimos libros, 'Las fuentes del Nilo' (un recopilatorio de sus narraciones breves) y la novela 'El síndrome de Albatros', con cuyo protagonista, Ernesto Zóster, ha confesado identificarse mucho, Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) explicaba en una entrevista que vio la luz en EL COMERCIO: «Creo que soy una vieja promesa, me asombro de haber hecho tantas cosas y tener la sensación de no haber llegado a ninguna parte». Hay que traducirlo, porque Gonzalo Suárez acostumbra a hablar en serio como si fuera en broma. Y viceversa.

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Que ha hecho muchas cosas es indudable e indiscutible. Basta asomarse a la página aledaña para constatar una producción artística más que cuantiosa. Y cualitativamente virtuosa. Acerca de su condición de 'vieja promesa' ya pertenece al humor polivalente que suele gastar. Lo es en tanto y cuanto nunca ha perdido una insaciable curiosidad por el hecho creativo, que le mantiene eternamente joven. Que no haya llegado a ninguna parte se aviene a ese mismo equipaje, lo que siempre le ha importado de verdad es el camino. El horizonte o el destino pueden esperar.

Sin embargo, sería suficiente recorrer la vitrina de los galardones que se le han concedido -a los que se suma ahora el Premio de EL COMERCIO- para advertir que sus obras han encontrado reconocimiento nacional e internacional a modo de andén de llegada.

Muy sumariamente, pueden señalarse entre los premios otorgados el Luis Buñuel ('La Regenta'), Festival de Cannes ('Epílogo'), los Goya que obtuvo en 1987 por 'Remando al viento' -también Concha de Plata al mejor director en el Festival de San Sebastián-, el Nacional de Cinematografía, el Fotogramas de Plata o el patrocinado por ABC Cultural & Ámbito Cultural. Además, es Medalla de Oro de las Bellas Artes, Medalla de Plata del Principado de Asturias, Caballero de las Artes y Las Letras (Francia) y Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio.

Esos serían algunos de los puertos alcanzados en la travesía de una vida artística que tuvo su origen natal en Oviedo, en 1934, fecha revolucionaria. Si bien dos años después, la biografía continuó en Madrid, donde su padre, catedrático de francés, se había desplazado para evaluar unos exámenes. La guerra civil dislocó el curso de los acontecimientos. No acudió a ninguna escuela oficial hasta los diez años y fue educado por su progenitor. Más adelante, terminado el bachillerato, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, pero el espíritu independiente que siempre le ha caracterizado mostró mayor interés por las actividades teatrales o la pintura impresionista, de la que sigue siendo devoto.

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Tal vez a bordo de esas pinceladas, desembocó en París, donde todavía cantaba Édith Piaf y Picasso hacía un cubo del mundo.

Dice que tirando una moneda al aire, la parada que vino a continuación fue Barcelona, ya en compañía de su mujer. Y allí volvió a nacer, o sea, se convirtió en el periodista Martín Girard, rodeado por el ambiente que en la ciudad respiraba la 'gauche divine'. Una selección de los artículos de aquella época se han vuelto a editar en 'La suela de mis zapatos', precedidos por un prólogo de Eduardo Mendoza, quien los califica de «crónicas sensacionales». Sólo quedaba un paso más para la literatura propiamente dicha, que en esa década de los 60 del pasado siglo inició con 'De cuerpo presente', a punto de poner en circulación a Rocabruno y Ditirambo.

Ha repetido en múltiples ocasiones que su cinematografía es una extensión literaria y también estampa pictórica impresionista, lo que ha desbordado por momentos a la crítica rutinaria. No es una limitación del estilo, sino el propósito del mismo.

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Y en la travesía de esa voluntad, que rebosa vida, puso ante la cámara a Charo López -quiso que fuera la Ava Gardner española y mejoró el original-, a Lex Barker, Ana Belén y Víctor Manuel -allí germinó el amor-, Carmen Sevilla, Pepe Sacristán, Fernando Fernán Gómez, José Luis Gómez, Paco Rabal, Victoria Abril, un jovencísimo Hugh Grant, que en 'Remando al viento' conocería a Elizabeth Hurley; Fernando Guillén -Premio Goya por 'Don Juan en los infiernos'-, Maribel Verdú o Carmelo Gómez, uno de sus actores preferidos.

De cuando en cuando, a menudo, regresó y regresa a Lledías (Llanes), sitio que le guardaba el recordado Pepín. Incluso trajo a Llanes en 1970 a Sam Peckinpah, el cual había visto 'Aoom' en el Festival de Cine de San Sebastián y quedó seducido por los paisajes. La visita estuvo a la altura del director de 'Grupo salvaje', quien no estranguló a su secretaria por intervención de Gonzalo. Fueron amigos hasta el fallecimiento del cineasta norteamericano.

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Asturias, sí, ha sido su tierra de promisión y su escenario fílmico. En declaración previa a una conferencia que pronunció en la Feria del Libro de Madrid, fue más allá: «En Asturias están todos los libros que he leído y las historias de aventuras que me contaba mi padre. Ruede donde ruede, llevo ese paisaje en la mirada». Con epílogo y sello de la casa: «Incluso John Ford era asturiano».

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