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Rafael López (a la izquierda) y Leandro Domínguez se abrazan 43 años después en La Pola.
El náufrago se reencuentra con su ángel de la guarda

El náufrago se reencuentra con su ángel de la guarda

EL COMERCIO reúne tras 43 años al capitán poleso del buque ‘Yebala’ con uno de los supervivientes del ‘Ensidesa’

José Cezón

Domingo, 17 de enero 2016, 01:21

El 16 de enero de 1973 naufragaba en aguas del Atlántico el barco mercante Ensidesa, a unas doce millas del Cabo Sardao en la costa de Portugal. Murieron cuatro tripulantes y los otros veintidós salvaron la vida, gracias al providencial y arriesgado rescate del Yebala, una embarcación con bandera liberiana, capitaneada por un poleso de 27 años, Leandro Domínguez Carazo. EL COMERCIO reunió 43 años después de aquella tragedia marítima a uno de los supervivientes: el segundo oficial del Ensidesa, Rafael López Ponte, natural de Novellana y residente en Oviedo, y a su ángel de la guarda sierense.

El Ensidesa, construido en 1960 en los Astilleros de Cádiz, era un buque de la empresa Elcano de 116,6 metros de eslora y destinado al transporte de minerales con capacidad para 5.500 toneladas. Había partido del puerto de Barcelona con destino a Marbella, donde el 12 de enero comenzó a cargar mineral de hierro en mar abierto para trasladarlo a Avilés. Rafael López, quien por entonces tenía 24 años, recuerda los problemas que sufrieron por causa de la intensa lluvia, que incluso obligó a partir con 500 toneladas de menos. También desvela que había cierta inquietud, ya que un cargamento similar había hundido poco tiempo antes el buque El Molinón. «Con la humedad, el mineral de hierro adquiere una textura pastosa, que provoca el movimiento de la carga dentro del barco», apunta Domínguez.

El barco salió el día 15 y navegó con normalidad hasta el Cabo San Vicente, en el extremo sudeste de Portugal, que rebasaron al día siguiente con un temporal in crescendo. Eran las 13.30 horas cuando se produjeron dos fuertes bandazos, que escoraron el barco unos 5º a babor. El capitán ordenó al personal subir a cubierta con chalecos salvavidas y que se dispusiera para la maniobra preliminar de arriar los botes y balsas. En solo cinco minutos, la inclinación del buque alcanzaba ya casi 15º, por lo que se optó por lanzar un SOS (Save Our Soul) y pedir auxilio de remolque a Lisboa.

«Estábamos en el puente y escuchamos un SOS por UHF, pero se oía muy lejos», recuerda el capitán Domínguez, al mando del Yebala, un antiguo petrolero de la II Guerra Mundial, que navegaba en lastre con tripulación española y con destino a Casablanca a cargar fosfato. Se estableció contacto a las 14.20 horas y decidieron acudir en su auxilio a unas nueve millas de distancia.

Minutos después, el capitán del Ensidesa ordenó el embarque en el bote de babor, cuya primera ocupante fue la única mujer a bordo, la esposa del engrasador. El desalojo se produjo de forma ordenada con los tripulantes arrojándose al mar con el auxilio de tiras puestas al costado, para su posterior embarque en el bote salvavidas. «No hubo ataques de nervios», asegura el protagonista. También se lanzaron al agua las balsas, que se alejaron al instante de las inmediaciones del buque.

Los últimos en abandonar el barco fueron dos engrasadores, el segundo y primer oficial y el capitán. Tan solo sobrevivió Rafael López, quien fue rescatado desde el bote con la ayuda de un bichero. Resultó también providencial que llevara una larga melena juvenil. «De ahí viene la expresión salvarse por los pelos», apostilla Domínguez.

Según relata el superviviente, un engrasador tuvo el infortunio de recibir un golpe mortal en la cabeza, que le asestó el propio bote en sus vaivenes incontrolados. El otro engrasador fue incapaz de alcanzar la embarcación debido al fuerte oleaje. El primer oficial logró agarrarse a uno de los cabos lanzados desde el bote, pero se soltó. Y al capitán lo arrastró directamente el mar nada más saltar al agua con un flotador.

Mientras tanto, el Yebala había establecido contacto con el buque italiano Louise, que se encontraba por la zona, pero que declinó aproximarse al barco escorado por el alto riesgo que entrañaba. Aquel capitán poleso, con tan solo seis años de experiencia en la navegación, aún recuerda la fuerte discusión que mantuvo por radio con los italianos.

Cuando el Yebala llegó al lugar con pésima visibilidad, avistaron un hombre al agua cerca de una balsa y más allá el bote con los veintidós supervivientes. Decidieron que fueran los italianos hacia la balsa, que se encontraba vacía, y ellos se colocaron entre el Ensidesa, hundido proa arriba, y el bote para tratar de rescatar al resto de la tripulación.

La odisea no hacía más que comenzar. Fueron cinco horas interminables con el Yebala trazando círculos para situarse una y otra vez a la altura del bote, con la mar embravecida y la noche al acecho. Domínguez recuerda que utilizaron una pistola lanzacabos de fabricación británica, marca Schermully, que era más eficaz que los métodos rudimentarios empleados por la flota española de aquel entonces. Les lanzaron sin éxito todos los cabos disponibles, pues el fuerte viento los devolvía al puente. Y en dos ocasiones que alcanzaron el bote, se les rompió la retenida, una de ellas con la hélice.

Cuenta Rafael López que en el bote se encontraba un tripulante con experiencia en otro naufragio, que les repetía que el rescate solo sería posible con la ayuda de un barco pesquero o un helicóptero. O sea, dando ánimos al personal.

«Tira a dar», pidió el capitán

Gracias a un detalle de previsión del intrépido capitán poleso, la tragedia no fue aún mayor: «Los cabos tienen una caducidad, pero yo había mandado conservar los viejos; recuerdo que comenté: guardarlos, que no comen». Tampoco alcanzaron su objetivo, hasta que les quedó solo uno, caducado en 1968. Era la última oportunidad. «Le dije al primer oficial, José López: tira a dar». Y a ese cabo lograron aferrarse los náufragos.

Las olas alcanzaban los cuatro y cinco metros, de tal manera que cuando el bote se situaba a la altura de la cubierta, iban metiendo a bordo a los supervivientes. Tan solo un maquinista sufrió una luxación de hombro durante el rescate. Aquella noche la dedicaron a capear y a apaciguar el nerviosismo reinante. Al día siguiente, partieron rumbo a Cádiz, donde estaba el puerto cerrado por causa del temporal.

«No teníamos carta de navegación y nos iban dirigiendo desde el puerto. Hubo un momento que dije todo a estribor y conseguimos entrar directos», recuerda Domínguez. «Se la jugó para entrar», apunta Rafael López para ensalzar la pericia del capitán del Yebala, quien tuvo que volver a sacar el genio familiar: «Había pedido una ambulancia y allí no había nada más que galones, les eché la bronca desde el puente».

Preguntado por si había recibido algún tipo de reconocimiento por su acción, Domínguez responde: «Gracias a Dios, no me dieron nada». Rafael López, por su parte, siguió en la mar varios años más. Y asegura que, desde aquella tarde aciaga de 1973, celebra anualmente dos efemérides: su cumpleaños y cada 16 de enero, el día en que volvió a nacer.

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