vecinos y efectivos de Protección Civil trabajando ayer cerca de La Barrosa.

«En una hora las llamas se llevarían el pueblo y, entonces, empezó a llover»

Bomberos con décadas de experiencia recuerdan las decisiones cruciales que tomaron en la que ya se conoce como la peor guardia para el cuerpo

Ramón Muñiz

Martes, 22 de diciembre 2015, 00:23

Juan Conde inició su jornada laboral el sábado a las ocho de la mañana en el Parque de Bomberos de Tebongo (Cangas del Narcea) y 25 horas y media después, empapado de sudor y tiznado, hizo una llamada que creía imposible. «Era al 112, para decirle que el fuego estaba controlado; no se lo creían, claro». Entre medias libró una de esas batallas que hoy son orgullo de vecinos y compañeros.

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Cuenta que, tras diez días de calor, se temía «una desgracia» y por eso la noche del viernes optó por dormir cerca de la base, «para estar fresco». El turno lo componían tres efectivos. El primero salió en seguida con un camión a atender un foco en Agüera de Carriles (Tineo). El segundo acudió al frente de Bimeda (Cangas del Narcea). «Me quedé solo y recibí orden de ir llamando a los compañeros que estaban de descanso, ante la previsión de que los necesitáramos», recuerda. El cuerpo lleva meses reclamando medios al Principado, pero pese al conflicto «hubo disponibilidad total». «Cuando pasan estas cosas, la gente está dispuesta a trabajar hasta gratis; el monte también es nuestro», confirma Manuel Sordo, compañero en el comité de empresa.

Su suerte quedó echada cuando una mujer telefoneó a la base comunicando que el fuego se echaba sobre las bolas de silo de los vecinos de Tabladiello. «Me fui allí solo, con un vehículo ligero con 600 litros de agua», relata Conde. Al llegar se encontró a siete lugareños, repeliendo las llamas con paletas. «Sólo veían el peligro de que quemara los silos, sin darse cuenta que de seguir así las llamas atacarían las viviendas, y que no tenían máscaras ni ropa con la que protegerse», dice. «Les dije que la única manera de salvar los rollos de comida era quitándolos de donde estaban, porque con ese viento las llamas iban a alcanzar la finca sí o sí», apunta.

Con el miedo en el cuerpo, los afectados asumieron que «había que cambiar la forma de trabajar, que la prioridad era salvar el pueblo». Tirando de sus indicaciones y de los mapas consultados por internet, el especialista fue tratando de despistar a las llamas, alimentándolas con contrafuegos en unos flancos, conteniéndola con claros y caminos en otros puntos. «Hubo un vecino al que le dije que igual teníamos que quemar su pinar, al principio se negó, luego al ver el avance de las llamas me decía que si no lo prendía yo, les ponía fuego él, que la prioridad era salvar el pueblo», cuenta.

En el peor momento

Con el auxilio de un refuerzo de otros tres bomberos y cuatro forestales, la estrategia surtió efecto, lo que provocó una suerte contradictoria. Era el peor momento de la crisis, con 147 focos simultáneos, y los protocolos mandan dirigir los efectivos allí donde hay vidas en peligro. Las llamas alcanzaban los dos metros de altura, «lo que nos hace imposible atacarlas, porque se te pueden echar encima y fastidiarte», pero lo cierto es que, en ese momento, el incendio estaba a cierta distancia del pueblo. La situación en otros lugares era peor y hacia allí se fueron los refuerzos.

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«Nos quedamos de nuevo solos, los vecinos y yo. Lo entendieron tan bien que querían ir a ayudar a otros sitios. Hubo un momento en el que les reconocí que, si el viento seguía así, en una hora nos mandarían evacuar a todos y el fuego se llevaría el pueblo», explica. Empezaban a asumir la tragedia cuando, de repente, llegó el 'bambi celestial'. «Llamamos así a la lluvia; el 'bambi' es la bolsa que usan los helicópteros para llevar el agua».

La llovizna no apagó las llamas, pero sí menguó su altura. «Fue una pasada; sonreíamos mientras nos mojábamos», abunda. Ya habría tiempo para hacer la llamada y contar a sus asombrosos compañeros que, contra todo pronóstico, aquel incendio de unas 500 hectáreas no había podido con la retaguardia de Tabladiello.

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