Isabel Gómez
Martes, 7 de julio 2015, 00:15
En algunos de los momentos más duros del relato cierra los ojos, como si así pudiera alejar los recuerdos de lo vivido en su piso de Pravia en la mañana del domingo. Difícil, porque tiene el cuerpo marcado. Tres heridas abiertas en la cabeza, un ojo morado, marcas en el cuello de las manos que la intentaron ahogar y muchos cardenales. «Me duele todo», lamentaba en la mañana de ayer, horas después de volver del hospital de San Agustín, donde fue atendida por la ansiedad. Sin embargo, a punto de cumplir 90 años, María Iglesias no se deja vencer y mantiene el ánimo mientras se recupera en casa de un sobrino de la agresión de su cuidador, Constantino Nicasio Arango Rodríguez, que horas después de atacar a la mujer fue encontrado muerto junto a su esposa, Felicidade Rosa Plácido, de 68 años. Ambos estaban degollados en su casa de la calle Príncipe, dos pisos por encima del de María.
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La mujer tiene claro que «no me mató de milagro» y que «fue a por mí», pero no se explica por qué. Cuenta que el sábado por la tarde, Constantino Arango, de 65 años, la acompañó al tanatorio a velar a una amiga, un suceso que la dejó tocada. Al volver a casa le dio una manzanilla: «Era muy cariñoso». Se acostó y ya era de día cuando Tino, como lo llamaban los conocidos, entró en la casa para prepararle otra taza.
María cuenta que le preguntó, tumbada de lado en la cama, «si estaría caliente y él la probó»; ella tomó la manzanilla y «él llevó el vaso a la cocina». Entonces, volvió a la habitación y «sentí un golpe del demonio». Continúa relatando que él, sin decir nada, trató de cubrirle la cara con la ropa de cama y le apretó la cabeza contra la almohada: «Él me buscaba la boca y las manos para sujetarme y matarme. Me tenía apozada. Yo me tiré a un lado para sacar la boca y la nariz de la cama y respirar». En el último momento, sintió el golpe que le propinó con un candelabro que había sobre la mesita de noche.
Tras ese golpe, él dejó la vivienda de la mujer -según todos los indicios, para ir a su casa, donde degolló a su mujer y se suicidó- y ella logró salir de la cama, junto a la que había «un gran charco de sangre», y avisar a una vecina, que llamó a emergencias y al sobrino que la acoge en Prahúa, Belarmino Rego.
Autorizado en el banco
María Iglesias y su familia no encuentran explicación a lo ocurrido. La octogenaria repasa los últimos días y admite que su cuidador «estaba raro, preocupado, pero le preguntaba y decía que no le pasaba nada». En todo caso, nada hacía sospechar el trágico desenlace: «Siempre me cuidó bien; tenía toda la confianza en él». Hasta el punto de que «era como un hijo». Por eso, estaba decidida a dejarle dinero en herencia, confirma.
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De hecho, según cuenta la familia, Constantino Arango, que junto a su pareja atendía todas las necesidades de la mujer desde que ésta perdió a su único hijo hace siete años, ya tenía autorización para operar con las cuentas de la anciana, que hace algunas semanas le permitió llevarse de su casa varios sobres con dinero -la cantidad rondaría los 10.000 euros- porque él desaconsejó que los tuviera en el domicilio: «Dijo que había que comprar una caja fuerte. No sé lo que hizo». Belarmino Rengo apunta aquí que la Guardia Civil encontró una cifra importante de dinero en la vivienda de la pareja, cuya autopsia aún está pendiente en el Instituto de Medicina Legal de Asturias.
En la tarde de ayer, por otra parte, se esperaba la llegada de la hija de la pareja procedente de Malta, donde reside. Para la chica y para su madre son las mejores palabras de María Iglesias: «Siento lo de ella, que era muy buena, y me da pena la nena». Al preguntarle si tiene ganas de volver a su casa, María se encoge de hombros y dice: «Tengo que limpiarla». Su sobrino, atento, niega con la cabeza: «No está para estar sola». Y ella replica: «Cuando me recupere». La conversación evidencia su voluntad de retomar su vida.
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