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A. VILLACORTA
Sábado, 12 de agosto 2017, 03:49
Para aquellos que se quejan de este verano astur con temperaturas más propias de Oslo o Helsinki que de Asturias, la artista Ana Quiroga tiene una excelente noticia: ella está pasando un agosto «con una media de ocho grados» en Islandia y, pese ... a lo que se empeña en marcar el mercurio, no puede ni quiere ocultar que vive «feliz» por aquellos parajes rodeados de montañas nevadas a los que encuentra un gran parecido a su querido Mieres natal, «venga niebla y venga a llover. Ye lo mismo que estar en casa, pero con más paisaje».
A Seyðisfjörður, un pueblo remoto de 700 habitantes y nombre impronunciable que queda «a una hora de Reikiavik en avión» acaba de llegar la asturiana para realizar una residencia junto a otra artista granadina: Estela Oliva. Un proyecto al margen de su grupo -el aclamado dúo de música electrónica Las Casicasiotone (LCC), junto a Uge Pañeda-, pero que le permitirá ensanchar horizontes en el terreno musical y del que saldrá algo que todavía no está del todo definido: «Puede que un corto, un videoclip o un vídeo interactivo».
Pero eso no es todo, porque Quiroga -que recientemente fijó su residencia en Londres, una ciudad de la que se declara «completamente enamorada» y «uno de los mejores lugares de Europa para empaparse de música»- convive en «una cabaña enorme y como de catálogo de diseño nórdico en la que todo está hecho a mano» con varias jóvenes creadoras llegadas de todo el mundo, por lo que ya planean hacer algo juntas en una antigua fábrica de pescado que les han cedido, además de impartir talleres en la escuela local en cuanto dé comienzo el curso escolar y seguir impulsando su nuevo proyecto en solitario: NWRMNTC.
«Yo siempre quise vivir en el extranjero y sentía que, a mis 32 años, o lo hacía ahora o no lo hacía nunca», cuenta Quiroga, que, además de preparar cenas españolas con tortillas de patata para sus colegas, ha podido mejorar su inglés y ampliar su visión del mundo.
«Es una experiencia única», resume Ana, que solo le encuentra una pega a la república del noroeste de Europa en la que «la gente, aunque reservada, es alegre, amable y muy acogedora» y en la que «en un pueblo de 700 habitantes hay de todo, desde una piscina hasta un centro de salud pasando por una escuela de música igual que la de Oviedo, un restaurante de sushi o una celebración del Orgullo Gay»: que «todo es prohibitivo. Para que os hagáis una idea: un café cuesta cuatro o cinco euros. Una locura».
Pero, como ella está empeñada en verle el lado bueno a las cosas, solo se fija en que tienen la parte del alojamiento solucionada y se dedica a disfrutar a techo, porque, «con esa carestía, no puedes salir ni a tomar una copa de vino y todo se arregla yendo al súper y cocinando en casa».
Y ahora que está completamente metida en su papel de «mierense por el mundo», bromea, ya no piensa en abandonarlo en bastante tiempo: «Con LCC también nos va muy bien. Estuvimos en el Sónar y los próximos meses tocaremos en Berlín, Londres o México después de pasar por París y Helsinki. Eso sí: cada vez que vuelvo a Asturias tengo que ir a Mieres a ver a los amigos y a tomar algo con ellos, porque, si no, pásolo mal. Y, si tuviese que elegir el verano de mi vida, sería cualquiera de la infancia, en Llanes, de camping con mis padres. Concretamente, el de las Olimpiadas del 92. Un verano con mogollón de sol, de playa y de bichos».
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