ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 6 de junio 2021, 01:32
Arturo Ferández (Oviedo, 1987) lleva una vida poco común, «original», la define él. En 2013, empezó a trabajar en Cepsa como ingeniero de petróleo y, desde entonces, ha ido sumando kilómetros -en aviones y avionetas- para llegar a los lugares donde se necesitan profesionales como ... él. Su historia comenzó depués de hacer un máster, en París, sobre el petróleo, pero lo que no sabía entonces es que esos estudios lo harían saltar de continente a continente para llevar a cabo su profesión.
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Hace cuatro años, comenzó su andadura en el desierto del Sáhara, en Argelia, una aventura que lo lleva a vivir un mes allí y otro en Asturias. No tiene tiempo para aburrirse ni para dejarse calar por la morriña. «Mi trabajo es de rotación. Estoy veintiocho días aquí y veintiocho en Asturias», explica. Las semanas que está en África son agotadoras: trabaja doce horas ininterrumpidas todos los días. «Es un lunes tras otro y, cuando acaba ese periodo, volvemos a casa», señala.
Al avión de vuelta, se sube con ganas pues «trabajar tanto tiempo seguido hace mella», apunta. Porque, además, en su estancia en Argelia apenas hay planes más allá de alguna partida de mus y algo de deporte. «No hay inmersión cultural, no estamos en una ciudad», detalla. «Los campos de petróleo están diseminados por todo el desierto del Sáhara. Son como bases de vida, miniciudades», explica. «Tienen cantina, mezquita, bloques de viviendas, oficinas, pozos, depósitos... Pero no hay tiendas ni nada por el estilo», anota.
Allí solo viven trabajadores, no hay nadie aparte de ellos, todos están alejados de sus familias. «Estamos cerrados perimetralmente por cuestiones de seguridad y eso hace que solo tengamos trato entre los profesionales», explica.
Este modo de vida, que puede parecer muy duro, también tiene su parte positiva para Arturo. «Te da cierta flexibilidad porque el mes que no trabajas puedes irte a casa o viajar y dispones de todo el tiempo libre», indica. «Así que estoy contento», añade. Aunque reconoce que, quizá, en un futuro, prefiera establecerse en algún sitio, pero tampoco se imagina volviendo al Principado a corto plazo. «Si quiero instalarme en un lugar, me planteo Bogotá y Abu Dabi», cuenta. Está claro que este ovetense ya está más que acostumbrado al ir y venir y a las maletas constantes.
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Ahora mismo está en el ecuador de una de sus estancias en Argelia, en El Borma, en el sureste del país, cerca de la frontera con Túnez. Pronto estará de vuelta en nuestra región para descansar todo lo que ahora no puede y disfrutar de la vida callejera que allí, en ese microcosmos, no tiene. En los campos de petróleo, eso sí, encuentra otras cosas inolvidables como los amaneceres y los atardeceres que caen sobre el desierto y cubren su naranaja con el brillo de un sol que sobrecoge y, a ratos, quema.
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