Trece años son ya los que lleva viviendo en Zúrich Irene García Díaz (Gijón, 1982), que no niega que se ha hecho ya un poco suiza. Valora la puntualidad, la seriedad en el trabajo, esa manera directa y sin tapujos de comunicarse, pero añora de ... Asturias la comida, la familia y los amigos.
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Ingeniera informática formada en Gijón, trabajó en España tres o cuatro años, hasta que su novio, Carlos, también de Gijón, decidió tomar rumbo a Suiza. Ella le siguió. Ambos viven en Zúrich. Su día a día se desarrolla como responsable de un equipo que describe a los desarrolladores informáticos las tareas que deben realizar. «Creamos una aplicación que gente que no es técnica puede utilizar para crear aplicaciones», resume de manera fácil esta mujer cuyo día a día se desarrolla en inglés. Habla también algo de alemán para la vida social, pero en el trabajo, con compañeros de diferentes nacionalidades, manda el inglés.
Las condiciones laborales en Suiza son otra historia. «En el trabajo hay mucha flexibilidad, se puede compatibilizar la vida privada y es perfecto», señala. El teletrabajo, ya antes de la pandemia, era una opción tan válida como ir a la oficina. Y eso les permite poder viajar a Gijón con muchísima frecuencia. «En nuestro caso nos dejan trabajar desde España varias semanas al año», relata Irene, que alarga las navidades y el verano asturiano y que el mes que viene estará aquí otra vez. «Esto es otra dimensión, las condiciones son muy buenas para la gente formada». Los salarios también lo son y la vida es más cara que en España, «pero los sueldos te cubren la vida y te dan para ahorrar».
Confirma el mito de la puntualidad y habla de personas tan educadas como directas. No hay falsedad, no hay vueltas y vueltas a la hora de hablar. Eso, en lo laboral; en lo personal las cosas van por otro lugar que se antoja obvio: «En Suiza la vida es más aburrida que en España en lo social». Además, el invierno y el verano son muy diferentes. «En invierno no hay tanto ambiente en la calle, haces más vida social visitando a la gente en su casa». En el verano todos se echan a la calle, a los lagos, porque además hace mucho calor, bastante más que en Gijón. «Aquí julio, agosto y setiembre lo pasas sin chaqueta y en Gijón hay que ir siempre con ella».
Entre la nieve y el sol hay mucha vida en una ciudad pequeña, manejable, muy verde, con parques y árboles por todas partes, que tiene además un magnífico sistema de transporte. «Nosotros vivimos en un pueblo a las afueras, en el cantón de Zúrich, y yo tardo diez minutos a la estación y cinco en tren al trabajo», resume. Pero es que hay trenes a todos los pueblos y a todas partes y no se necesita el coche para nada. Ellos lo tienen y lo utilizan para ir a esquiar, uno de los puntos fuertes del país. «La naturaleza es espectacular, en invierno es muy fácil ir a esquiar, hay un estación a 50 minutos de casa».
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Los Alpes están ahí, imponentes y maravillosos y, a falta de mar, Irene ha aprendido a apreciar los lagos. El país está a tiro de piedra de Austria, Italia, Alemania y Francia y además tiene un aeropuerto con vuelos a muchísimos destinos. Aunque no a Asturias. Sostiene Irene que si hubiera vuelo, los suizos disfrutarían mucho del Principado como amantes de la naturaleza y el senderismo que son.
Explica que la experiencia de emigrar es dura al principio y se convierte en rutina después, porque en realidad la tecnología y los aeropuertos los mantienen muy cerca de los suyos.
Hecha ya a la manera de trabajar y vivir, retornar a Asturias no es una opción. Se conforma con volver para disfrutar de la fabada de su madre, del paseo por el Muro y de las buenas comidas. Ella, al estilo suizo, reserva con mucha antelación en tres o cuatro restaurantes. Y con su mirada externa así ve su tierra: «A Asturias la veo muy envejecida».
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