ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 23 de mayo 2021, 01:25
La vida da muchas vueltas y nos lleva a recorrer caminos que nunca hubiéramos imaginado que exploraríamos. Eso le ocurrió a Lucas Prieto (Avilés, 1989) que se marchó de Asturias hace ya una década para estudiar el último curso de Química en Viena. Allí comenzó ... un periplo que acabaría sacándolo de los laboratorios para sumergirlo en las oficinas de una multinacional. Él nunca se hubiera imaginado este destino sin bata blanca y tan lejos de sus raíces, pero no se arrepiente de ninguno de los pasos que ha dado para llegar hasta su presente.
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«Desde aquel Erasmus en Austria, me fueron surgiendo oportunidades y empecé a girar de un sitio a otro», explica. La aventura lo llevó a vivir siete años en Zúrich y los dos últimos en Basilea. «Trabajo para una multinacional agroquímica, haciendo productos fitosanitarios», indica. «Ahora estoy como gerente regulatorio, es un sector muy controlado y se necesitan muchos científicos que hagan los dosieres para las autoridades», añade. Todo eso con el fin de «garantizar la seguridad y la eficacia de nuestros productos a nivel global porque la empresa opera en noventa países y cada uno tiene sus requisitos», señala.
Esta estabilidad laboral de la que goza le hace pensar en un futuro a corto y medio plazo allí, en Suiza. «Me gusta ir a menudo a Asturias, pero, después de diez años, Suiza es mi casa. Tengo mi gente, mi vida, un trabajo estable y perspectivas de desarrollo», asegura. Además, también disfruta de un día a día al que ya le ha cogido el gusto. «En este país, además de oportunidades profesionales, hay mucha calidad de vida. Las ciudades están muy bien, los servicios son muy buenos y los sueldos son competitivos, lo que te permite llevar una buena vida», explica.
Suiza tiene, definitivamente, muchos aspectos positivos, pero también hay algunos negativos que le hacen extrañar España. «Me falta la alegría en la calle, sobre todo, en invierno. En Asturias, cualquier día, incluso por semana, hay puesta una terraza con un pincho y un amigo enfrente», recuerda. «Todo se hace de manera más espontánea, aquí tienden a planificar mucho el tiempo», relata.
También echa de menos el mar porque «en Avilés, tenemos al lado la playa y a la familia que, ahora, está muy lejos». Estos puntos hacen que Lucas se plantee un futuro en el que pueda venir más a menudo a la tierrina, pero no se atreve a hablar de lo que puede ocurrir ya que, «si hace una década me dicen que voy a estar aquí y trabajando de esto, no me lo hubiera creído porque yo me fui solo para un año».
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A sus 31, sus jornadas transcurren «en contacto con muchos países», empezando la mañana con Asia para seguir con América. Un ritmo frenético que le gusta y que le permite vivir de aquella profesión que eligió, aunque nunca imaginó los derroteros que acabaría recorriendo, con mucho gusto y con éxito.
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