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ANA RANERA
GIJÓN.
Domingo, 14 de marzo 2021, 02:49
Laura Álvarez Mendivil (Grado, 1987) llegó a China para cinco meses que se han convertido en casi una década de vida entre las atestadas calles de Shanghái. Ella aterrizó allí, veinteañera, para hacer unas prácticas en Siemens, pero el país rápidamente la enganchó y la invitó a quedarse, entre otras cosas, porque le regaló el amor que la convertiría en madre por primera vez y que está a punto, a semanas, de hacerla repetir experiencia.
Laura se siente a gusto en China porque es un país «dinámico. Siempre hay algo que hacer, así que nunca tienes tiempo para aburrirte», asegura. Eso sí: al llegar tuvo que adaptarse a un ritmo de vida muy distinto al nuestro. «Al principio, me sorprendía que la gente se tomaba su trabajo muy en serio y siempre sacaban las cosas adelante. Ahora, me llama más la atención que conserven tradiciones tan antiguas», señala.
Entre tanta diferencia, esta moscona también encuentra unas cuantas similitudes dentro de los hogares. «Damos mucha importancia a la familia y a la comida. Todos los actos sociales son en torno a una mesa como en España».
Unos planes rodeados de gente que ahora, con la pandemia, se echan de menos, aunque Laura se siente muy segura «pasando estos meses en China». «En cuanto hay uno o dos casos, se ponen muy serios y esa es la única forma de contener el virus», considera. «Durante el Año Nuevo Chino hubo un par de contagios y ya hubo cierres perimetrales», detalla. Por eso, Laura cree que está mejor allí, aunque «embarazada y con una hija pequeña, me gustaría llevarlas a España», indica con algo de nostalgia.
De momento, no se atreve a viajar porque cree que «si ahora salgo de China, no podría volver». Así que, lleva sin pisar España desde las navidades previas al comienzo de la pandemia, pero tampoco se queja. «Ya llevo tantos años lejos de casa que tanto mi familia como yo nos hemos acostumbrado, pero con un bebé nuevo, hay ganas de volver».
Cuando Laura habla de regreso, se refiere a unas vacaciones, no a establecerse nuevamente en Asturias. «Quiero que mi hija hable chino en condiciones. Ella ya chapurrea -con dos años y cuatro meses- chino, español e inglés. Sin fluidez, claro, porque los niños políglotas tardan más en asimilar los idiomas», explica.
Pero esa peque -y la que está en camino- no van a saber solo de lenguas, también van a aprender distintas culturas. En este hogar de Shanghái, se celebra el Antroxu con sus frixuelos y el Día de Asturias con arroz con marisco porque esta madre y su hija no dejan de ser «unas asturianinas en China». Y, por mucho que la distancia separe, las tradiciones rebasan fronteras y consiguen que, en cualquier rincón del mundo, la asturianía se sienta como si ellas estuvieran en torno a una mesa en Grado celebrando con toda la familia.
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