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Pablo en Karlsplatz, en el centro de Viena.
«Aquí hay respeto y confianza en el trabajador»

«Aquí hay respeto y confianza en el trabajador»

Pablo Sánchez llegó a Viena en 2008 para hacer su tesis doctoral y allí sigue, ahora como jefe de proyectos en una farmacéutica

M. F. Antuña

Gijón

Domingo, 4 de agosto 2024, 02:00

La idea era ir, hacer la tesis y retornar a España. Pero la vida, que tiene vida propia, ha hecho que desde aquel 2008 hasta hoy hayan pasado muchas cosas y hayan llegado al mundo dos gemelos vieneses de cinco años que ya son completamente bilingües. Para Pablo Sánchez (Gijón, 1982) su vida ya es austriaca. Formado en la Universidad de Oviedo, acudió para realizar su tesis doctoral en biología molecular a la Academia Austriaca de las Ciencias. Pasó el difícil proceso de selección, comenzó a trabajar en investigación básica hasta que decidió dar el salto al otro lado, a la industria. «Viena, para ser una ciudad de un tamaño medio, tiene bastantes centros de investigación, empresas de biotecnología, farmacéuticas, unas grandes, otras de tamaño medio, muchas 'startup' y hay un buen ambiente científico», resume. Ahora ejerce de jefe de proyectos en una empresa dedicada al desarrollo y la comercialización de vacunas y está contento con cómo se desarrolla su vida en el plano laboral.

Desde que llegó para hacer la tesis, vio que las cosas se viven de otra manera. Hay contratos decentes y una situación mucho más cómoda para los investigadores. Y más de lo mismo ahora que está en la industria privada: «La forma de trabajar es diferente, aquí se respeta que haya una vida personal en paralelo, si tienes asuntos personales o médicos no hay ningún problema, hay más respeto y confianza», señala. Trabajó poco en España para saber cómo funcionan las cosas por aquí, pero las noticias que le llegan no apuntan en esa dirección austriaca que tanto admira.

Él, que es padre de dos hijos, Álvaro y Óscar, también aprecia enormemente las facilidades para tener familia que existen en el país. «Aquí las condiciones para tener niños son muy buenas, yo veo en Asturias un problema demográfico y no parece que hagan nada para solucionarlo. Aquí todo se facilita, con ayudas económicas, flexibilidad en el trabajo, guarderías, colegios y demás, es algo global, creo que con el problema que tiene Asturias tal vez podrían echarle un ojo a Austria y su situación de fomento de la natalidad», anota. El nivel de vida es más alto, todo es más caro, salvo la vivienda que está muy controlada, pero los salarios también son mayores allí.

Eso sí, Austria no es el paraíso de la sociabilidad ni de la espontaneidad. Todo se vive más de puertas adentro y esa es una añoranza siempre presente para un asturiano acostumbrado a mirar hacia la calle. Claro que no es la única: «Yo echo mucho de menos el mar». Vivir en un país sin salida a él no es fácil para quien ha crecido mirando a San Lorenzo. La comida y la familia también duelen cuando se vive lejos, aunque con vuelo directo a Santander ya no es tan grande la herida. Pablo sabe que ser emigrante hoy no es tan duro como antes, que las tecnologías y los aviones todo lo facilitan. «Si tengo necesidad de ir, podría llegar allí mañana, las distancias no son un problema». Pero, eso sí, el aprendizaje de emigrar se mantiene intacto: «Yo diría que no solo vivir en el extranjero, sino trabajar en un ambiente internacional, con personas de diferentes nacionalidades, te hace ver las cosas desde distintos puntos de vista. En Asturias veo planteamientos de blanco y negro, cuando los problemas son complejos hay que trabajar los matices, y ver a gente que trabaja de forma diferente ayuda», subraya.

Dicho lo dicho, y con tres austriacos en casa, volver no se plantea como una opción válida, al menos a corto plazo. Lo que no quita para que mire a Asturias con amor infinito, nostalgia y un cierto dolor: «Veo que sigue siendo una joya por descubrir aunque cada vez más gente lo hace, pero creo que tiene el riesgo de evolucionar solo sobre la base del turismo sin buscar otros motores diferentes», explica. Hay que dar con la manera de fijar población y avanzar y para eso, a su juicio, el turismo no es suficiente.

Él, que trabaja en inglés y que a su llegada no hablaba una palabra de alemán, controla una lengua que no es en absoluto sencilla. No fue fácil integrarse, no lo niega. Y tampoco que disfruta de una ciudad absolutamente singular: «Es una de las capitales culturales europeas, una de las ciudades más seguras, con muchas zonas verdes y muchas posibilidades no solo musicales, sino también de exhibiciones, de museos, de cultura».

Ahora el calor aprieta y él, que viajó en junio a España, se perderá la Semana Grande y bien que lo lamenta. La primavera y el verano son más cálidos y callejeros en su ciudad de acogida, de modo que hay más tiempo para el disfrute callejero; el frío y la falta de luz se instalan en el crudo invierno en el que los termómetros se pueden desplomar hasta diez grados bajo cero. Ahí la casa suele ser el refugio.

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